España tiene un poco menos del 11% del total de la población de la Unión Europea. Sin embargo, su participación en el crecimiento demográfico es cuatro veces superior. En el último año, España ha aportado el 43% de todo el incremento poblacional de la UE. No hay ningún otro país que esté contribuyendo más, ni siquiera Alemania, un país que tiene casi el doble de habitantes.
Así se extrae de los últimos datos de población al inicio de 2025 publicados este viernes por Eurostat. El segundo país que más aporta al crecimiento poblacional por detrás de España es Francia, y su contribución es casi tres veces inferior: del 16%.
Este dato evidencia, como pocos, la magnitud del boom poblacional que está viviendo España. Un crecimiento que se asienta, básicamente, sobre la inmigración. Pero hay un segundo factor adicional, aunque es mucho menos relevante: el menor número de fallecimientos.
España está entre los países europeos con las tasas de mortalidad más bajas de la UE, con 8,9 fallecimientos por cada 1.000 habitantes. Sólo hay cinco países en la UE con menor tasa de mortalidad. El motivo es que España tiene una pirámide poblacional más joven porque comenzó la transición demográfica propia de los países desarrollados con casi una década de retraso.
El baby boom no llegó a España hasta los sesenta, cuando en varios países europeos ya estaba en su fase final. El resultado es que en España esta generación todavía está trabajando, mientras que en otras regiones lleva ya varios años jubilada. Así, mientras en España mueren 8,9 de cada 1.000 personas, en Alemania son 12,1 personas, un 36% más. Esto significa que, de cara a las próximas décadas, España experimentará una aceleración de la ratio de defunciones, obligando a elevar la migración para evitar la pérdida de población.
A pesar del escaso número de fallecimientos, el desplome de la natalidad provoca que España pierda población autóctona cada año. El movimiento natural de población (nacimientos menos muertes) fue de -118.400 personas en 2024, lo que supone una pérdida de 2,4 personas por cada 1.000 habitantes. Esta ratio es mejor que la del conjunto de la UE y casi la mitad que la de Alemania.
La gran mayoría de países europeos están perdiendo población residente. Esto es, año a año tienen más muertes que nacimientos. Sólo hay seis países que escapan de esta situación, como se observa en el gráfico superior: Francia, Malta, Suecia, Luxemburgo, Chipre e Irlanda.
La inmigración
Pero la clave de los cambios demográficos de España está en la inmigración. En 2024, la migración neta (llegadas menos salidas) fue de casi 460.000 personas. Sólo en los dos últimos años ha aumentado la población por la migración en un millón de personas. Este boom migratorio es comparable al de mediados de los años 2000, en plena burbuja inmobiliaria, cuando el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero realizó una regularización de extranjeros sin papeles.
No es extraño que España esté atrayendo población extranjera, ya que es uno de los países europeos que más crece y más empleo crea. El buen momento económico genera oportunidades, lo que condiciona los flujos migratorios. No es una cuestión exclusiva de España, sino que es un patrón que se repite en todo el continente. Basta comprobarlo en este gráfico de dispersión que compara el crecimiento del PIB y la tasa bruta de migración neta. A mayor crecimiento, mayores flujos de población hacia el país.
La migración también retroalimenta el crecimiento económico. Por un lado, provee a las empresas de mano de obra abundante y barata. O más barata que la nacional. Y, por el otro, el aumento de la población genera consumo, lo que estimula la demanda interna.
En 2024, por cada 1.000 habitantes llegaron 12 inmigrantes. Y en 2023 fueron casi 13,5. Son datos históricamente elevados, pero que no son exclusivos de España. En general, los países del sur de Europa, que son los que más están creciendo, también tienen ratios migratorios elevados. En Portugal, por ejemplo, fue de 13,5 inmigrantes por cada 1.000 habitantes en 2024. El caso más extremo es el de Malta, con una ratio de casi 19.
La inmigración contribuye al crecimiento económico, pero también pone a prueba la capacidad del país para absorber este aumento de la población. Por ejemplo, la demanda de servicios públicos o de vivienda tensionan sectores que tienen dificultades para aumentar su oferta.
Lo que es evidente es que, con poblaciones tan envejecidas como tiene Europa, la inmigración es la única alternativa al invierno demográfico. Ya está ocurriendo: los países que no tienen flujos migratorios significativos ya están perdiendo población. Los territorios de la UE que reciben menos de 1 inmigrante al año por cada 1.000 habitantes están en fase de decadencia demográfica.
España tiene un poco menos del 11% del total de la población de la Unión Europea. Sin embargo, su participación en el crecimiento demográfico es cuatro veces superior. En el último año, España ha aportado el 43% de todo el incremento poblacional de la UE. No hay ningún otro país que esté contribuyendo más, ni siquiera Alemania, un país que tiene casi el doble de habitantes.