Cuando todo va bien, nadie piensa en ellos. Pero sin su trabajo, no tendríamos hogar. El canal de YouTube de Adrián G. Martín pone el foco en un oficio tan esencial como olvidado: el de los albañiles en España. Una profesión que se levanta temprano, que carga peso y que, aún hoy, sigue construyendo el país ladrillo a ladrillo.

Sudor, frío y mucho peso

El trabajo en la obra no es para cualquiera. Pasar horas bajo el sol del verano o entre el hielo del invierno, cargar hasta 100 sacos diarios de 25 kg y seguir adelante con dolor en la espalda o en las rodillas, es parte del día a día. “Acabas hecho polvo”, dicen Pascual y Albino, dos veteranos del oficio. La reducción del peso de los sacos de cemento –antes de 50 kg, ahora 25 kg– fue una medida de salud pública, no un capricho.

Y no solo es duro: es peligroso. Caídas desde andamios, accidentes con radiales o incluso pozos mal cubiertos hacen que cada jornada sea también un acto de riesgo.

Salarios que no reflejan el esfuerzo

Hoy, un peón gana entre 900 y 1.000 euros. Un oficial de primera, hasta 1.600 euros. Un encargado, 1.800 como máximo. Mucho más que en países como Bolivia, sí, pero poco comparado con lo que implica. “Un mecánico cobra 40 euros por hora por arreglar un coche; nosotros cobramos 20 por levantar una casa en meses”, se lamenta uno de los entrevistados.

Antes de la crisis de 2008, las cifras eran otras: 3.000 o hasta 4.000 euros al mes, pagados muchas veces por metro trabajado. Se trabajaba más, sí, pero también se ganaba más. Hoy, eso quedó atrás.

Materiales por las nubes y trámites eternos

¿Una teja? Pasó de 0,49 céntimos a más de 10 euros. ¿El hierro o el cemento? También se duplicaron. ¿Y el solar? Solo el terreno puede costar 200.000 euros. ¿El proyecto de arquitectos? Hasta 30.000 más. Hacer una casa es, para muchos jóvenes, simplemente inaccesible.

A eso se suma la burocracia: permisos que tardan más de un año en aprobarse. “Te paran todo”, denuncian.

¿Quién construirá mañana?

El relevo generacional es un problema real. “Muchos jóvenes no quieren ni probar”, dicen los veteranos. El esfuerzo, el sudor y el sol ya no seducen como antes. Y mientras tanto, la obra se sostiene con mano de obra extranjera, muchas veces más dispuesta a aprender y trabajar.

Formar a nuevos albañiles tampoco es fácil. Contratar aprendices sin experiencia supone 700 euros en cotizaciones por persona, una carga difícil de asumir para los pequeños empresarios.

La pasión que no se quiebra

Y sin embargo, los que siguen, lo hacen por algo más. Por orgullo. Por amor al oficio. “Me encanta, volvería a hacerlo”, dice Matías, encargado de obra. Su consejo a los jóvenes: tener paciencia. “Cuando terminas una casa y dices ‘esto lo hice yo’… eso no tiene precio”.

La construcción no solo levanta paredes, levanta vidas. Y aunque sus protagonistas raras veces salen en portada, su trabajo sostiene, literalmente, el mundo que habitamos. Son los arquitectos silenciosos de nuestras ciudades, y su legado –aunque oculto bajo yeso y ladrillo– está en cada rincón que llamamos hogar.