Amaia vivía en Betxí, Castellón, con sus padres y cuatro hermanos. Trabajaba en un almacén de naranjas y todo lo que ganaba se lo daba a su familia. A sus 21 años ya tenía un novio formal, Emilio, que venía de una familia tan modesta … como la suya. Le quería muchísimo y, como se habían comprometido al cumplir la mayoría de edad, en la primavera de 1936 empezaron a preparar, por fin, su boda. Sin embargo, pocos días antes de la ceremonia, estalló la guerra y la República lo reclutó a la fuerza para marchar al frente.
Amaia pasaba los días esperando su próxima carta, pero no llegaban con la frecuencia que le gustaría. Las semanas parecían meses. Cada vez que recibía una se echaba a llorar, pero de alegría, porque eso significaba que seguía vivo. Un día el cartero llegó a su puerta y le entregó una más, que decía: «Amaia, te quiero más que a mi vida y te pido por Dios que cuides de mi madre. Por favor, quiero que rehagas tu vida y que no me guardes luto eternamente. Te aseguro, mi vida, que mi último pensamiento serás tú. PD: si recibes esta carta es porque habré muerto en combate. Adiós mi amor. Tu Emilio».
Javier tuvo más suerte. De la noche a la mañana, cuando estalló la Guerra Civil, este repartidor de un colmado de Segovia presenció cómo su ciudad era tomada por los franquistas y se quedaba atrapado. Su novia vivía en Colloto, un municipio a solo 5 kilómetros que permaneció en manos de los republicanos. Sin embargo, lo tenía claro. Rápidamente se convenció de que los caprichos geográficos del conflicto no le iban a impedir cortejar a la muchacha. ¿Qué hizo? Durante meses y con relativa frecuencia, estuvo cruzando el frente solo para verla, sin importarle el riesgo que corría al hacerlo.
«La primera vez, incluso, pasé junto a un puesto de ametralladoras de la Guardia Civil, a plena luz del día, con el carné de la UGT en el bolsillo. Nadie me dijo una sola palabra. Luego siempre regresaba de Colloto por otro camino, atravesando el barrio de Mercadín», le contó Javier años después a Roland Fraser, autor de ‘Recuérdalo tú y recuérdalo a otros. Historia oral de la Guerra Civil’ (Crítica, 2007), en una entrevista en la que reconoció que sus motivaciones para correr ese riesgo siempre fueron sentimentales y no políticas.
Novias y amantes
Estas y otras historias recopiladas por Fernando Ballano componen ‘Amor y sexo en la Guerra Civil’ (Arzalia), un ensayo en el que el autor se sumerge en un tema tan original como la conducta sexual y romántica de los españoles y los voluntarios extranjeros entre 1936 y 1939. Por sus páginas desfilan novios, matrimonios, amantes, prostitutas y hasta el curioso fenómeno de las ‘madrinas’, como se conocía a las jóvenes que mantenían correspondencia afectiva con soldados del frente, aunque no los conocieran de nada. El objetivo era animarlos, hacerles sentir acompañados y aliviar su soledad. Muchas veces anunciaban sus servicios en el periódico y, en ocasiones, acababan conociéndose en persona e iniciando un romance real.
Autor:
Fernando Ballano
Editorial:
Arzalia
Páginas:
656
Precio:
26,90 euros
«La guerra no era solo pegar tiros, también disfrutar lo máximo posible cuando había ocasión y, sobre todo, cuando las bombas lo permitían. Todo se vivió de una forma muy intensa, porque no sabían si al día siguiente iban a seguir vivos. He encontrado, incluso, escenas románticas y sexuales en las trincheras. No cabe duda de que a los españoles la guerra les cambió el sentido de la vida, al tomar conciencia de que esta podía acabar en cualquier momento», explica el autor a ABC. Y es que ya lo dijo el escritor Arturo Barea: «Cuando se espera la muerte, la vida se convierte en simple y clara. Se revisan los valores tradicionales y luego se desechan, se dejan caer como un traje viejo. Se siente el ansia de vivir no la vida anterior, sino la vida nueva, limpia, sincera».
Ballano recuerda la historia de una compañía franquista de Segovia en la que había dos gitanos muy jóvenes, casados, que solían escaparse a ver a sus mujeres a pesar de que eran sancionados una y otra vez. Al final, las esposas se incorporaron en la tropa y el teniente no tuvo más remedio que dejarles dormir con ellas. No es de extrañar que fueran permisivos, pues sabían que muchos jefes de ambos bandos también se llevaban a sus parientas o a las amantes cerca del frente, según contaba Mika Feldman. Esta miliciana lo sabía porque ella misma llegó a España acompañando a su marido, jefe de una unidad trotskista. Al morir este en combate, incluso, heredó su mando y llegó a ser capitana de una milicia del POUM.
«De cintura para arriba»
«En teoría, cada bando vivía el amor y el sexo con principios opuestos, pero en la práctica no había tantas diferencias. Una cosa es lo que decían y otra lo que hacían. Como dijo la militante comunista Antonia García: ‘Los hombres son comunistas, socialistas o anarquistas de cintura para arriba’», subraya el autor, que durante su investigación descubrió otras dos historias muy tristes que se le quedaron grabadas.
Una la contó Gamel Woolsey, esposa del escritor británico Gerald Brenan, en su libro de memorias ‘Málaga en llamas’ (1939). La protagonizó Antonio, un miliciano que se enamoró perdidamente de Pilar, una empleada doméstica de esta ciudad. La estuvo cortejando un tiempo, pero ella no estaba por la labor y no le correspondió. Al poco tiempo, en retaguardia, a un compañero se le escapó un disparo y mató a Antonio. En el bolsillo del pantalón del cadáver encontraron un papel en el que había escrito a mano su testamento, por el que le dejaba a Pilar todas sus posesiones: una pequeña parcela de tierra, dos algarrobos y seis olivos.
La otra la recogió de la realidad Edgar Neville, que fue también reportero de guerra, en la película ‘Frente de Madrid’. El cineasta narra la historia de un oficial franquista que, desde las alturas del hospital Clínico, mira todos los días a su novia con unos prismáticos de largo alcance cuando esta sale al balcón de su casa, ubicada en un edificio alto de la capital en manos de la República. La echaba mucho de menos y un día dejó de verla. Preocupado, intentó entrar en la ciudad para saber de ella, pero fue herido en tierra de nadie. Un soldado enemigo cayó muerto a su lado en el mismo ataque. Al verle el rostro, reconoció a un vecino suyo de toda la vida. Pocos minutos después, sin que nadie le socorriera, también falleció.
Mientras, en las trincheras de los dos bandos se seguían cantando canciones de amor como ‘La chaparrita’. Su letra decía: «Me da besos a montones / ardorosas mordiscones / que a veces me hacen llorar. / Ella a veces también llora / y el llanto la descolora / pero se vuelve a pintar». También se entonaba mucho ‘El novio de la muerte’, que siempre se ha considerado un himno fascista por la Legión, pero en realidad se estrenó en un bar de Málaga en los años veinte. Allí la escuchó un legionario que se apropió de ella, pasando por alto que, en realidad, era una historia de amor en la que el enamorado solo deseaba morir para reunirse con su amada fallecida. El amor, siempre el amor.