El último informe de la OCDE, Panorama de la educación 2025, vuelve a situar a España en una posición compleja. El 34,7% de los adultos españoles tiene como máximo nivel educativo la ESO, más del doble de la media de la Unión Europea y muy por encima de los países de la OCDE. Sin embargo, estos datos no deben leerse sin contexto: en 2010 esta cifra alcanzaba el 47%, lo que significa una mejora de más de 12 puntos en catorce años, por encima de la reducción media de la OCDE.
La explicación detrás de estos números es doble. Por un lado, hay una expansión significativa de la educación terciaria: el 42,3% de los adultos españoles posee estudios universitarios o de formación profesional de grado superior, un dato que supera la media europea. Por otro, persisten desigualdades estructurales, sobre todo en la ESO y la Formación Profesional. La repetición de curso en Secundaria sigue siendo más alta que la media europea y un 17,6% de los jóvenes ni estudia ni trabaja, los conocidos como ‘ninis’. Esta combinación refleja un sistema que progresa, pero que aún deja a demasiados estudiantes rezagados.
Los primeros años determinan el futuro
Un dato positivo que destaca la OCDE es la escolarización temprana en España. El 98% de los niños de 3 a 5 años está matriculado en educación infantil, una de las tasas más altas de Europa. Incluso entre menores de 2 años, España alcanza un 32,9%, superando notablemente la media de la OCDE.
Estos logros no son triviales. La evidencia internacional demuestra que la educación y el cuidado en la primera infancia mejoran el desarrollo cognitivo, social y emocional, lo que impacta directamente en la salud, el rendimiento académico y las oportunidades laborales futuras. La pregunta es por qué estos avances no se traducen aún en tasas más bajas de repetición o en una mayor incorporación de los jóvenes a la Formación Profesional. La respuesta está en una combinación de desigualdad socioeconómica, diseño curricular y orientación profesional insuficiente.
Financiación y condiciones docentes como palancas de mejora
España invierte menos por estudiante que la media de la OCDE y la UE, aunque en términos relativos al PIB el esfuerzo es superior. Esto indica un compromiso económico notable, pero insuficiente para cerrar las brechas históricas. La elevada carga de horas de clase en Secundaria y el tamaño de las aulas, junto con la prolongada carrera para alcanzar el salario máximo docente, generan presión sobre el profesorado y limitan la atención personalizada.
Para mejorar, es necesario combinar inversión con estrategias pedagógicas innovadoras: reducir la repetición mediante apoyo temprano, reforzar la Formación Profesional con incentivos claros y coordinar la política educativa con programas de inclusión social. Además, replicar modelos de éxito regional, como el País Vasco, donde solo un 20% de los adultos se queda en ESO y más de la mitad alcanza estudios superiores, podría ser una vía para reducir desigualdades y preparar a la juventud para un mercado laboral cambiante.
España ha avanzado en educación, pero los retos estructurales exigen decisiones políticas valientes y coherentes. La clave está en combinar inversión, innovación y equidad para que el sistema educativo deje de ser un espejo de desigualdades y se convierta en motor de oportunidades para todos. @mundiario