Este doce de octubre, fiesta nacional de España, es triste. La imagen de nuestro país se ha deteriorado ostensiblemente por la política exterior de un Gobierno en deriva, excéntrico en el conjunto de los europeos y cuyo presidente ha empleado asuntos delicados de trascendencia internacional como herramientas de política doméstica, de tal manera que ha estropeado las dos, la interna y la externa. Resuena la advertencia de William Gladstone, cuatro veces primer ministro británico, según la cual ‘el primer principio de la política exterior es un buen gobierno en casa’. Como la gobernación interna es pésima, igualmente lo es la exterior, subordinada a las contingencias particulares del sanchismo.
La errónea apuesta de la izquierda y de la extrema izquierda en el conflicto de Israel con Gaza, provocado por el pogromo terrorista de Hamas del 7 de octubre de 2023, ha sido, por desmesurada y pretenciosa, el penúltimo episodio de una presencia española en el exterior que el Gobierno ha ido desplazando a un territorio de nadie. Correr a asistir en Egipto a la firma del acuerdo logrado por Trump es la penúltima contorsión de un Sánchez errático. La ideación de que el presidente español podría constituirse en la némesis de Donald Trump ha sido una de las estupideces más conspicuas del laboratorio de ideas de la Moncloa que ha tratado de implementar de forma ridícula el más caricaturizable de los ministros de Exteriores de un gobierno español, José Manuel Albares. Una extravagancia de orden internacional que tiene hitos de sonrojo como la inútil y tozudamente reiterada reclamación, a instancias de Puigdemont, de que la Unión Europea oficialice el idioma catalán en sus instituciones o el comportamiento insólito de Sánchez en la cumbre de la OTAN en La Haya el pasado mes de junio que ha inspirado a Donald Trump la peligrosa sugerencia de que nuestro país sea expulsado de la Organización del Atlántico Norte, al tiempo que el presidente estadounidense consagra el 12 de octubre a la figura de Cristobal Colón.
Por otra parte, la cercanía cada día más evidente del Gobierno a los intereses de la República Popular China —un régimen totalitario que ha masacrado, sin flotilla y sin Colau de por medio, a decenas de miles de uigures musulmanes— con los impagables (pero a él pagados) trajines lobistas de Zapatero y la complacencia con la dictadura narco de Maduro en Venezuela han obtenido una respuesta concluyente: el premio Nobel de la Paz a María Corina Machado. El galardón a la venezolana es un bofetón con la mano abierta a la Moncloa y a su conseguidor Zapatero. La agrupación de intereses de Sánchez con los líderes latinoamericanos que celebraron en Moscú con Putin el octogésimo aniversario de la victoria en la II Guerra Mundial, componen, en fin, un cuadro de situación penoso y regresivo, no solo para los intereses materiales de España, sino, sobre todo, para su idiosincrasia democrática y cultural.
En esta dinámica de autodestrucción de la imagen de nuestro país, no puede considerarse una anécdota sino una categoría cainita e irresponsable que el director del Instituto Cervantes, el poeta Luis García Montero, haya arremetido contra el director de la Real Academia Española con la cretina ‘acusación’ de que Santiago Muñoz Machado “es un catedrático de Derecho Administrativo experto en llevar negocios desde su despacho [de abogados] para empresas multimillonarias. Eso, personalmente, crea unas distancias”.
Opinión
El viudo de Almudena Grandes es un buen poeta, un militante filocomunista y un gestor mejorable, pero, sobre todo, ha demostrado que es un acabado sectario. Muñoz Machado es un catedrático de reconocido prestigio, un exitoso letrado que ejerce la abogacía desde hace muchos años, pero no solo. Es, además, un magnífico escritor de ensayos de naturaleza jurídica y social, un biógrafo necesario, por novedoso, de Miguel de Cervantes, un historiador que ha merecido el premio nacional en esa disciplina y, en función y consideración de todo ello, fue elegido (2018) y reelegido (2022) director de la Real Academia Española. Además, es académico de Ciencias Morales y Políticas y miembro nato del Consejo de Estado. Como todas las personalidades con éxito social y profesional, suscita envidias, filias y fobias, pero su gestión está siendo intensa y entregada a la causa de nuestro idioma. Y su trayectoria profesional es brillante.
Luis García Montero, el poeta, ha denigrado con su cuita la imagen de España en el X Congreso Internacional de la Lengua Española que se celebrará en Arequipa (Perú) entre el 14 y el 17 de este mes y a la que asistirá el Rey. Un encuentro organizado por la Asociación de Academias de la Lengua (ASALE) que reúne a 22, entre otras entidades (también el Cervantes), que preside Muñoz Machado víctima de un ataque frívolo, injusto y, sobre todo, desconsiderado con el buen fin de un evento internacional sobre la lengua española que es lo que a García Montero en su condición institucional debería importarle por encima de cualquier otro interés. Porque sus distancias o sus aproximaciones personales importan un carajo.
Opinión
El director del Instituto Cervantes al lanzar esa invectiva contra el representante de la institución más relevante en el fomento de nuestra lengua a las puertas de su Congreso Internacional, demuestra que el izquierdismo ‘progre’ es tóxico y prejuicioso. Su intervención, tan desdichada, al estilo de los abajofirmantes culturetas, es lo nos faltaba para ‘celebrar’ este deprimido 12-O español.
Este doce de octubre, fiesta nacional de España, es triste. La imagen de nuestro país se ha deteriorado ostensiblemente por la política exterior de un Gobierno en deriva, excéntrico en el conjunto de los europeos y cuyo presidente ha empleado asuntos delicados de trascendencia internacional como herramientas de política doméstica, de tal manera que ha estropeado las dos, la interna y la externa. Resuena la advertencia de William Gladstone, cuatro veces primer ministro británico, según la cual ‘el primer principio de la política exterior es un buen gobierno en casa’. Como la gobernación interna es pésima, igualmente lo es la exterior, subordinada a las contingencias particulares del sanchismo.