España cerró los primeros nueve meses de 2025 con un récord de 2,36 millones de renuncias acumuladas, un 6,5% más que hace un año, del que el 76%, 1,8 millones, corresponde a asalariados con un contrato indefinido. Un dato que no deja de sorprender en un país con 2,44 millones de parados registrados y que suscita varias dudas que apuntan en la misma pregunta: ¿es una señal de dinamismo del mercado de trabajo y competencia por el talento o un síntoma de precariedad laboral?

Según los registros de la Tesorería General de la Seguridad Social, las bajas de afiliación al Régimen General causadas por una dimisión acumuladas en los nueve primeros meses del año superan en un 69% las anotadas en el mismo periodo de 2021, justo antes de la reforma laboral, un 49% si tomamos referencia 2019 para despejar el impacto de la pandemia. Si nos ceñimos a los indefinidos, los incrementos son del 254,9% y el 219,8% respectivamente, lo cual señala claramente a un impacto del cambio legal de diciembre de 2021 que ha disparado a niveles sin precedentes el peso de esta modalidad contractual en el empleo.

Solo en septiembre se produjeron 306.515 bajas por renuncia, el máximo de la serie histórica para ese mes y la segunda vez (tras junio de este mismo año) que se supera la cota de los tres centenares de miles. Los indefinidos también marcan su récord mensual para septiembre es el segundo absoluto con 234.302 casos.

La novedad de este año que por primera vez en cuatro años se registra un repunte interanual de las renuncias de trabajadores temporales. Entre enero y septiembre se registraron 519.381 bajas, un 7,3% más, aunque en relación con 2019 marcan un desplome del 47,8%. La explicación es que hay menos asalariados eventuales.

¿Pero qué nos dicen estos datos? Desde 2021, el incremento de las dimisiones ha cobrado una especial relevancia en el análisis laboral, en parte porque coincidió con el denominado fenómeno de la Gran Dimisión en Estados Unidos y otras grandes economías donde las renuncias se dispararon tras la pandemia y con ello los problemas de falta de mano de obra. Los trabajadores parecían haber ganado ‘poder’ para elegir.

En España pareció ocurrir lo mismo, pero las diferencias eran demasiado obvias: la Gran Renuncia se produjo en países con una tasa de paro muy reducida (en Estados Unidos cayó por debajo del 4%) y en los que las dimisiones ya eran la primera causa de finalización de una relación laboral. Y el fenómeno tuvo un impacto en los salarios, ya que las empresas se veían obligadas a mejorarlos tanto para retener a sus trabajadores como para ‘robárselos’ a la competencia.

En España, que sigue muy lejos de su mínimo histórico de desempleo con una tasa de paro del 10,4%, las dimisiones superaban a los despidos, pero la primera causa de baja de afiliación era, y sigue siendo, el fin de un contrato temporal: en los nueve primeros meses del año suman 7,7 millones, 983.083 solo en septiembre. Además, el comportamiento de los salarios parece ser muy diferente, más ligado a los convenios colectivos y la subida del SMI que a la negociación individual y directa entre trabajadores y empresas. Esto hace que las explicaciones para lo ocurrido en España no sean importables de otros países.

Dimisiones precarias

En primer lugar, el impacto de la reforma parece claro: los indefinidos han aumentado un 40% desde 2021, hasta los 13,5 millones, pasando de suponer el 63,6% de los asalariados al 78,7% del total de los asalariados. En este contexto, resulta lógico que se haya producido un incremento equivalente de las también llamadas bajas voluntarias, debido a que los trabajadores tienen más opciones de encontrar otro empleo fijo si abandona uno temporal.

Pero si esta fuera la explicación, solo serviría para la primera fase de la implantación de la reforma. No justifica que las renuncias no se hayan reducido, sino que han seguido aumentando en 2024 y 2025, ante un mayor peso de los empleos fijos. No solo eso: la prevalencia (es decir, el peso de las renuncias sobre el empleo ha aumentado mucho más entre los indefinidos (ha pasado de una ratio del 0,8% al 1,7%) que entre la media del total de los asalariados, para los que ha pasado del 1,4% al 1,8%.

Este dato, que podemos interpretar como la posibilidad de dimitir de un trabajador, puede resultar muchos más revelador si tenemos en cuenta un en un matiz que se olvida a menudo: los temporales dimiten mucho más que los fijos. De hecho, su ratio es del 3,2%, apenas dos décimas más que antes de la reforma laboral.

El despido no suele ser una forma de finalizar un contrato temporal. La más frecuente (más sencilla y barata) es dejar que el empleo caduque. Pero el propio trabajador tampoco tiene problema en renunciar a su trabajo si encuentra uno mejor antes, sobre todo en comparación con un indefinido que sí se jugaría perder una indemnización bastante mayor. Lo cual se traduce en una tendencia inequívoca en los datos de dimisiones que explica la diferencia entre la prevalencia de las renuncias.

Esto sesgo introducido por loe empleos eventuales explica no solo que haya habido más dimisiones que despidos, sino que las primeras marquen un claro carácter estacional: los datos estaban sesgados por los temporales. De hecho, desde 2014 solo se registra un momento en el que los despidos superan a las dimisiones: marzo de 2020, cuando estalla la pandemia.

Un momento en el que muchas empresas obligadas a echar la persiana por los confinamientos optaron por despedir a los temporales en lugar de aplicarles un ERTE, como hicieron con los indefinidos. En ese momento, las dimisiones se hundieron, aunque la tendencia se recuperó con rapidez.

Pero en el caso de los indefinidos, las bajas voluntarias siempre han tenido una correlación mucho más estrecha con los ceses, con un comportamiento menos volátil. Algo lógico: el riesgo de cambiar de empleo era elevado par aun trabajador que sumaba cierta antigüedad. Pero todo cambia con la reforma laboral: tanto despidos como bajas por no superar el periodo de prueba se han disparado, aunque menos que las renuncias.

¿Por qué dimite un indefinido?

Además, esas últimas han adquirido un carácter volátil y estacional, que recuerda a lo que antes de la reforma ya ocurría con el conjunto de los despidos. Esto nos devuelve a la pregunta de inicio: ¿han ganado ‘poder’ los trabajadores con la reforma laboral o es un síntoma de precariedad?

En el caso de los temporales, la respuesta es clara: si la mayoría de las pérdidas de empelo se producen cuando el contrato caduca, que haya más o menos dimisiones no cambia la situación de los asalariados, aunque puede tener cierto impacto en la falta de mano de obra, por ejemplo, si el trabajador cambia de sector. Y esto lleva a que el impacto salarial sea reducido.

En el caso de los fijos, la primera causa del fin de la relación laboral es una dimisión, con lo cual, al haber ganado peso sobre el empleo, el efecto salarial debería ser más claro. Pero tampoco ocurre así (de hecho, la evolución de los salarios reales en España ha sido negativa, como hemos contado en elEconomista.es). Pero si no se produce una ganancia salarial significativa por el récord de dimisiones, ¿qué ganan los indefinidos que se ‘arriesgan’ a perder su antigüedad por un nuevo empleo? ¿Estamos analizando correctamente el fenómeno?

Estamos olvidando un elemento que pasa desapercibido: los fijos discontinuos. La primera causa de baja de afiliación de los trabajadores indefinidos es el pase a la inactividad de un contrato indefinido fijo discontinuo. Suman 3,7 millones en lo que va de año (solo en septiembre, más de 500.000), una cifra que supone la mitad de las bajas por fin de un empleo eventual pero que superan con creces al total de dimisiones y doblan las que registran los indefinidos.

A diferencia de las dimisiones o ceses, aquí no cabe hablar de fin de la relación laboral, pero esta se suspende hasta que el empleado vuelve a ser llamado. Pero las consecuencias son que hasta que se reincorpora el trabajador no cobra ningún sueldo y, como mucho, puede aspirar a una prestación de paro.

Ante este panorama, lo habitual es buscar otro trabajo. Y si este le convence, rechace reincorporase cuando su antigua empresa le llama. ¿Qué ocurre en este caso? Que la empresa notifica una baja definitiva del trabajador, que ahora queda registrada como como dimisión.

¿Significa que la Gran Renuncia española no es un síntoma de empoderamiento de los trabajadores sino de precarización de los contratos indefinidos? Esta conclusión exige un análisis en mayor profundidad de la volatilidad del empleo de lo que permiten los datos públicos actuales. Los datos de causas de bajas de afiliación no precisan el tipo de contrato por jornada o tipología, más allá de si son temporales o indefinidos. Es decir, no podemos precisar cuántos fijos discontinuos dimiten.

Por otro lado, miden las interrupciones de las relaciones laborales, no las personas afectadas, con lo cual no sabemos cuántas personas han dimitido. Esto se puede estimar mediante los microdatos de la EPA o la muestra continua de vidas laborales, pero esto requiere un tratamiento ‘ad hoc’ de los datos que, además se elaboran con un enorme decalaje que distorsiona, precisamente, el efecto de la volatilidad mensual o diaria. Así las cosas, descifrar el misterio de las dimisiones en España sigue siendo una asignatura pendiente.

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