Boris Izaguirre (Caracas, 1965), el enfant terrible de Crónicas marcianas que para toda España se instauró como el primer referente gay sin complejos al grito de “Páralo, Paul”, ha cumplido 60 años. Tenía demasiada pluma para sobrevivir en su ciudad natal, y suele contar en las entrevistas que una amiga de su madre le dijo: “Si te quedas, serás un maricón más, pero si te vas a Europa, serás un gran homosexual”. Aquella conversación y una oferta de trabajo de una productora para trabajar en Santiago de Compostela lo pusieron rumbo a España en 1992.

Antes de llegar ya había publicado su primera novela, El vuelo de los avestruces, y había hecho algunos buenos amigos que le abrirían muchas puertas en su nueva vida, entre ellos Miguel Bosé y su madre Lucía. De las reuniones en la casa de los Bosé y de las hagiografías que hacían del ¡Hola! y la prensa del corazón nació su grito de guerra Páralo, Paul, páralo, con el que conquistaba cada noche con aire fresco a una audiencia poco acostumbrada a oír a un chico hablar de su novio dando alas a su amaneramiento.

Retrato en blanco y negro de Boris Izaguirre

Retrato en blanco y negro de Boris Izaguirre

Carlos Puig Padilla

La casa que retratamos en la entrevista es su tercer o cuarto hogar desde que llegó a Santiago de Compostela hace ya 33 años. Ha vivido en torre Madrid —el rascacielos de la plaza de España donde “nació el Boris Izaguirre que hoy conocemos”, precisa—, más tarde se trasladó a la calle Argensola y ahora habita un piso de 200 metros cuadrados en el barrio de Salamanca, una de las zonas más exclusivas de la capital. “Haber vivido en muchas casas supone tener muchas capas. Y a mí me cuesta mucho desprenderme de las cosas. Solo lo consigo en momentos de grandes crisis, por ejemplo, cuando ya no cabe nada más, o cuando me domina un sentimiento telúrico y le cojo manía a determinados objetos. También me cuesta desprenderme de los afectos. Por más cosas que pasen, siempre intento mantenerlos en orden”, argumenta.

Ha tenido la suerte de irse construyendo un refugio en esas casas con sus libros, sus objetos fetiches, sus cuadros, su música. “No lo he hecho solo, siempre ha estado conmigo Rubén”. Rubén Nogueira es el hombre de la vida de Boris. Mucho más discreto y con un perfil más bajo, Rubén, escaparatista de profesión, le ha dado sosiego y amor del bueno. Que no es poco. “Llegué en marzo de 1992 y nos conocimos en junio de ese mismo año. Todo lo hemos hecho juntos. España me lo ha dado todo, amor, salud dinero y una nueva cara… gracias al doctor Enrique Monereo”.

Un raro ejemplar sobre el pintor francés Camille Clovis Trouille (1899-1975), un artista anticlerical, antimilitar y anarquista que nunca vendió sus cuadros y participó en pocas exposiciones

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Carlos Puig Padilla

El cirujano de políticos y famosos le ha devuelto a la piel de Boris cierta lozanía y frescura, una mandíbula definida y ha puesto los pómulos en su sitio. Él no se esconde y da hasta el nombre del cirujano. Así que estrena cara a sus sesenta años y está mejor que nunca. El paso del tiempo le parece, además, un privilegio.

El Madrid al que llegó en 1992 apenas existe. Ahora hay, entre otros cambios, una comunidad venezolana numerosa y bien implantada. ¿Se siente cómodo con tanto compatriota a su alrededor?

Sí, claro, yo simbolizo mucho de ese viaje y mi compromiso siempre estará a favor de la integración. La inmigración mueve a las sociedades modernas. El mundo funciona porque la gente se va a otros lugares, se integra, mejora su vida y también esos lugares. Para mí ha sido un privilegio europeizarme sin olvidarme de quien soy.

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Mayka Navarro

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¿Entiende a los venezolanos que votaron en masa a favor de las políticas antiinmigración de Donald Trump?

Es un efecto del trumpismo y la manipulación. No lo veo como un fenómeno masivo. Es suficiente que el trumpismo manipule para hacer aún más millonario a su líder.

Venezuela está viviendo un momento tenso. ¿Qué le gustaría que pasara?

Nadie puede desear la intervención de su país por un ejército extranjero para que, en teoría, mejoren las cosas. Podemos hacer un paralelismo con lo que le pedía a Franco la familia asturiana de Carmen Polo: “Paco, haz algo”. No deseo lo mismo para mi país.

Una obra del artista tipográfico británico Alan Kitching

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Carlos Puig Padilla

Le encanta el arte, veo. ¿Se considera un buen coleccionista?

Los títulos siempre me han resultado pretenciosos. Prefiero usar otra palabra, también pretenciosa, y decir que soy inclasificable. No diría que soy un coleccionista, sin embargo, dos de nuestros cuadros, un Vasarely (Victor) y un Peter Halley, han sido incluidos en exposiciones del Museo Thyssen. No sé si eso nos convierte en coleccionistas. Nos gusta rodearnos de obras que nos digan algo, y que a su vez hablen también de nosotros.

Pero algo de espíritu de coleccionista tiene esta casa…

Puede ser, lo aprendí reorganizando la biblioteca de mis padres. Ahora lo hago con la mía con cierta frecuencia, es como armar un puzle de uno mismo. Por ejemplo, organizo las novelas y los ensayos cronológicamente: cuándo los leí, cómo y cuánto me influyeron. Es un juego que me organiza y me entretiene.

Sus libros, entre los que los títulos de Truman Capote ocupa un sitio central

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Carlos Puig Padilla

Ya tiene una edad. ¿Le asusta el paso del tiempo?

Todo lo contrario. Madurar es el mejor ejercicio de la vida, el tiempo no hace más que mejorar las cosas. Para un escritor hay solo dos ejercicios importantes: leer y editar. Escribir es solo la parte final del proceso. Leer te da ojo y buen gusto y la edición es depurar. La madurez es extraordinaria para todo esto. Todo mejora con el tiempo si eres escritor.

Entre otros muchos libros y personajes, vive rodeado de toda la obra de Truman Capote. ¿Qué ha significado en su vida el escritor de A sangre fría?

Truman Capote me ha acompañado siempre. Me habría encantado conocerlo. A los 16 años leí Música para camaleones y sentí que hablaba con él. A partir de esa lectura tuve mi primer novio y empecé a publicar en el Diario Nacional de Caracas (donde también escribía su padre). Todo lo importante me pasó el año que leí a Capote por primera vez. Cuando murió en 1984 sentí una gran desolación.

Plato ilustrado sobre fondo negro realizado por Lucía Bosé, una foto de Salim Aaron y un retrato de la duquesa de Montoroalos nueve años

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Carlos Puig Padilla

¿El hábito de lectura lo trae puesto desde muy pequeño?

Había una biblioteca muy extensa en la casa de mis padres en Caracas, y ellos jugaban a ir dejando a nuestro alcance lo que estaban leyendo, así empezamos a devorar libros serios y nos acostumbramos a jugar a ser bibliotecarios. (Su padre, Rodolfo, de 94 años, es ensayista y crítico de cine, y su madre, Belén Lobo, bailarina y escritora, murió en el 2014).

¿Y por qué no estudió una carrera en la universidad?

Bueno, es que me expulsaron del instituto en Caracas. Yo era subdelegado de mi clase y los autoricé a ir a una manifestación. Me expulsaron por exceder mis competencias, pero yo estaba encantado de demostrar mi liderazgo. Conseguí terminar los estudios en Estados Unidos y aprendí inglés, pero entonces había que homologar todos esos títulos. En eso me contrataron de guionista de una telenovela que tuvo mucho éxito también en España, La dama de Rosa. En resumen, a los 21 años tenía una nómina, un trabajo que me fascinaba, era feliz, ya había conseguido todo para lo que se supone que uno va a la universidad.

Entre la gran variedad de objetos que tiene en su casa, destaca un san Pancracio, patrón del trabajo, la prosperidad y la fortuna. ¿Es suyo o de Rubén?

Es mío. Me lo regaló una actriz muy querida y me aseguró que si lo conservaba nunca me faltaría el trabajo. Y así ha sido durante 25 años. Aún ahora cuando parece que estoy entrando en mi madurez … ¡al fin!