La referencia del nuevo nuncio Piero Pioppo al cardenal Luigi Dadaglio en su primera celebración pública en España —en la misa de la Inmaculada del pasado lunes— no fue un gesto inocente. Dadaglio, nuncio entre 1967 y 1980, fue el artífice, junto al cardenal … Tarancón, de la renovación de una Iglesia que pasaba de los últimos estertores del franquismo a una promisoria Transición. Pioppo, a quien el propio Dadaglio animó a entrar en la diplomacia vaticana, llega ahora a España con un encargo que marcará la próxima década: reconfigurar el Episcopado español.
Los primeros meses serán decisivos. Pioppo debe proveer, al menos, diez nombramientos episcopales, cuatro para las diócesis que están vacantes y otros seis para quienes esperan relevo tras presentar su renuncia al cumplir los 75 años. A esta urgencia se suman otros frentes externos no menores: preparar el más que probable primer viaje de León XIV a España y reivindicar el papel del nuncio como interlocutor de la Santa Sede ante un Gobierno que, en los últimos años de Francisco, ha aprendido a negociar directamente en Roma. Y todo ello, con la incógnita, que ya empieza a despejarse, sobre quién será su ‘pareja de baile’ dentro de la Iglesia española, el equivalente actual de aquel Tarancón que acompañó a su mentor Dadaglio.
La situación que hereda Pioppo es el resultado de años de bloqueos. El mandato de su antecesor, Bernardito Auza, quedó marcado por acusaciones, desde el sector más francisquista, de que sólo promovía candidatos conservadores al episcopado. Llegó después la insólita «comisión de ayuda al nuncio» impuesta desde Roma —que ralentizó aún más los procesos— y la posterior intervención directa del Papa al incorporar al Dicasterio para los Obispos al cardenal José Cobo y al entonces obispo de Teruel, José Antonio Satué, clave puesto que la denominada ‘fábrica de los obispos’ tiene el encargo de filtrar las ternas de candidatos que llegan desde las nunciaturas. Aquella etapa acabó con una salida precipitada de Auza de España, decidida cuando Francisco estaba hospitalizado, tras varias semanas de desgaste mediático desde sectores afines a la Iglesia más progresista.
En ese terreno movedizo es donde debe operar ahora Pioppo. Pero el contexto es distinto. El Papa ya no es Francisco, sino León XIV. Un Pontífice que conoce de primera mano las tensiones del proceso —las vivió, incluso sufrió, como prefecto del Dicasterio— y que en sus primeras decisiones ha dejado claro su propósito de recuperar la normalidad canónica y promover la comunión interna. Con este telón de fondo, no sorprende que el nuevo nuncio fuese recibido en audiencia por León XIV el 24 de noviembre, días antes de su llegada a Madrid.
Aunque, como es obvio, las instrucciones del Papa no han trascendido, sus primeras decisiones ayudan a interpretar la hoja de ruta: respeto escrupuloso al procedimiento, fin de las interferencias y adiós a la práctica de prolongar cargos más allá de la edad canónica. Hace unas semanas, León XIV fue explícito con los obispos italianos reunidos en asamblea: «Es importante respetar la norma de los 75 años para la conclusión del servicio de los ordinarios en las diócesis, y solo en el caso de los cardenales se puede considerar la continuación de su ministerio, posiblemente por otros dos años».
León XIV apuesta por el respeto del procedimiento y el fin de las prórrogas más allá de la edad canónica
Esa claridad afecta directamente a España. Cuatro diócesis están vacantes —Astorga, Teruel-Albarracín, Osma-Soria y Cádiz-Ceuta— y otras seis deberán renovarse: Barcelona, Cuenca, Mallorca, Cartagena-Murcia, Tarrasa y Segorbe-Castellón. Algunas llevan años esperando. El caso más llamativo es el del cardenal Omella, que presentó su renuncia en 2020 y cumplirá 80 años en abril y dejará a Cobo como único cardenal elector español. Salvo que León XIV lo remedie con nuevos nombramientos.
Francisco fue proclive a prolongar mandatos, especialmente con obispos de su confianza, como ha ocurrido en España, además de Omella, con el obispo de Cuenca, José María Yanguas, que ya tiene 78 años, y el de Mallorca, Sebastià Taltavull, que los cumplirá en enero. León XIV no quiere hacerlo. El relevo debe hacerse pronto. Y Pioppo deberá aplicar el procedimiento ordinario: recibir las propuestas de candidatos desde las provincias eclesiásticas, pedir informes confidenciales a otros obispos, religiosos y laicos y elaborar ternas para enviarlas a Roma, donde el candidato recibirá la validación final del Papa.
En cuestión de meses
Un proceso que no es precisamente rápido, pero que se tendrá que llevar adelante este próximo año y que, salvo imprevistos, no se repetirá hasta 2028. Se da la circunstancia de que en 2026 y 2027 ningún obispo español cumplirá los 75 años. Así, el Episcopado de la próxima década quedará configurado en cuestión de meses. Y con él, la orientación de la Conferencia Episcopal, porque esos diez nombres, en un total de unos ochenta obispos en activo, pueden cambiar los equilibrios o reafirmar las actuales posiciones.
Este noviembre, en su discurso inaugural a la asamblea plenaria, Luis Argüello les pedía a los obispos que dejaran de debatir «sobre la división entre ‘progresistas’ y ‘conservadores’» para reforzar su comunión. Un año antes, cuando fue elegido presidente, las dos sensibilidades estaban representadas por él mismo y José Cobo. Argüello fue elegido presidente en primera votación con un amplio respaldo, 48 votos de los 78 posibles, un cómodo 61,53%. Cobo accedió a la vicepresidencia en segunda votación, con la exigua mayoría de 39 apoyos. Una situación que no gustó a este sector minoritario, que contaba con la simpatía del Papa Francisco. Cobo recibió entonces el encargo vaticano de cambiar el punto de equilibrio y, de hecho, los nombramientos que se hicieron a partir de ese momento tenían un marcado perfil social.
Pero la muerte del Papa cambió el tablero de juego. En los últimos meses, Cobo ha adoptado un perfil más reservado, condicionado también por circunstancias personales, como la inesperada y repentina muerte de uno de sus obispos auxiliares, José Antonio Álvarez, y la preocupación por la situación de un sacerdote de la diócesis, al que le une una relación de amistad, del que circula un vídeo en el que narra, en un show humorístico, cómo conoció «a su chico» en una orgía gay. Mientras, Argüello parece haber recuperado el peso institucional que corresponde al presidente de la Conferencia Episcopal, auspiciado por la cercanía que ya había establecido con el entonces cardenal Prevost durante el Sínodo. Los hechos irán demostrando quién es ahora «el hombre del Papa en España», aunque si el lenguaje no verbal sirve como pista, basta comprobar los rostros de los obispos que fueron a recibir al nuncio al aeropuerto el día de su llegada a España.
Viaje papal a España en 2026
Mientras tanto, Pioppo afronta otro encargo inmediato: preparar el viaje de León XIV a España en 2026, el primero de un Pontífice desde la tercera visita de Benedicto XVI en 2011. El Papa ha deslizado que hay motivos para ser optimistas. «Podéis tener más que esperanza», les respondió a los periodistas León XIV cuando le preguntaron sobre la posibilidad. Lo cierto es que a nivel interno se da por seguro para este próximo año y solo queda dilucidar los lugares que visitará. Se dan por seguros Madrid y Barcelona, esta última con motivo del centenario de la muerte de Gaudí y la finalización de las obras en la Sagrada Familia. Además, el nuncio deberá diseñar un itinerario que conjugue posibilidades logísticas, expectativas e invitaciones.
Pero su misión diplomática no termina en la organización del viaje. El nuncio debe restablecer un canal estable entre el Estado español y la Santa Sede, deteriorado por la práctica del Gobierno de acudir directamente al Papa o al secretario de Estado en temas sensibles, desde la resignificación del Valle de los Caídos hasta la cuestión de las indemnizaciones por abusos. Restituir ese equilibrio será uno de sus mayores desafíos.
Como Dadaglio, Piero Pioppo llega a España en un momento de transición y, ante un Gobierno hostil a los objetivos eclesiales y un Episcopado expectante ante los nuevos puntos de equilibrio, tendrá la obligación de dibujar el perfil de la Iglesia española de la próxima década.