La vivienda ha dejado de ser un simple bien de uso para convertirse en el principal detonante de tensiones económicas, jurídicas y emocionales en España. En 2025, según el CIS, es ya el mayor problema de los españoles, por delante del paro o la inflación. Pero el dato no explica toda la magnitud del fenómeno: la vivienda no solo preocupa, enfrenta. Y lo hace en múltiples frentes, desde el alquiler hasta las rupturas sentimentales, pasando por herencias envenenadas y comunidades de vecinos al límite.
El encarecimiento sostenido de los precios, muy por encima de la evolución de los salarios, y la escasez estructural de oferta han creado un escenario de competencia feroz por cada metro cuadrado. Comprar o alquilar una casa implica hoy asumir riesgos legales, financieros y personales que antes eran excepcionales y que ahora se han normalizado. El hogar, paradójicamente, se ha convertido en una fuente constante de inseguridad.
Los bufetes de abogados han sido testigos privilegiados de esta transformación. En 2025, la vivienda ha sido uno de los grandes motores de litigiosidad. No se trata solo de grandes pleitos, sino de una avalancha de conflictos cotidianos: fianzas mal gestionadas, contratos que no se respetan, ventas frustradas, ocupaciones prolongadas y vecinos enfrentados por ruidos, olores o reformas imposibles.
Especialmente significativo ha sido el papel del alquiler. La tensión entre propietarios e inquilinos se ha intensificado hasta extremos inéditos. La fianza, concebida como garantía, se ha convertido en uno de los principales focos de disputa. Muchos propietarios siguen creyendo que pueden descontar de ella la pintura o la limpieza general del inmueble, cuando la ley solo permite imputar daños derivados de un mal uso. Ese desconocimiento —o esa interpretación interesada— está detrás de miles de consultas legales este año.
La fianza, los desahucios y el alquiler sin salida
Los conflictos se agravan cuando el inquilino es extranjero y debe abandonar España por motivos laborales o académicos. En esos casos, algunos arrendadores retienen fianzas y garantías adicionales confiando en que no habrá reclamación. La introducción en 2025 de mecanismos extrajudiciales obligatorios ha permitido resolver muchos de estos enfrentamientos sin llegar a juicio, pero no ha eliminado la raíz del problema: un mercado del alquiler saturado y profundamente desequilibrado.
Otro foco caliente han sido los desahucios por finalización de contrato, no por impago. Cada vez más inquilinos optan por quedarse en la vivienda pese a haber vencido el alquiler, conscientes de que el proceso judicial puede alargarse cerca de un año. Asumir las costas del abogado del propietario resulta, para muchos, un mal menor frente a la imposibilidad de encontrar otra casa a un precio asumible.
Herencias bloqueadas y ex parejas que no se van
El problema se complica cuando entra en juego una herencia. Si la vivienda heredada está alquilada, la recuperación de la posesión puede convertirse en un laberinto legal que paraliza la venta y cronifica los conflictos familiares. Y si el contrato ya ha vencido, la negociación con el inquilino suele pasar por indemnizaciones que nadie tenía previstas.
Algo similar ocurre en divorcios y separaciones. En 2025 han aumentado los casos en los que uno de los excónyuges sigue ocupando la vivienda común durante años, sin compensar al otro y bloqueando la liquidación de la sociedad de gananciales. La casa, en estos casos, deja de ser un activo y se convierte en un arma de presión emocional y económica.
Comprar sin mirar: arras, vicios ocultos y obra defectuosa
La compraventa tampoco escapa al conflicto. La presión de la demanda ha disparado los problemas con los contratos de arras. Cada vez son más los vendedores que se retractan al encontrar un mejor postor, asumiendo el coste de devolver el doble de lo pactado. El mercado premia la ruptura del compromiso cuando el precio sube lo suficiente.
A ello se suma el auge de los vicios ocultos en viviendas de segunda mano. Humedades, moho y defectos estructurales salen a la luz semanas después de firmar la escritura. En los casos más graves, ya no se pide una rebaja del precio, sino la anulación de la compraventa. También los promotores han protagonizado conflictos por la entrega de edificios con defectos constructivos en viviendas y zonas comunes.
Ruido, enchufes y guerras cotidianas
El último frente es el más cotidiano y, quizá, el más revelador: las comunidades de vecinos. El ruido sigue siendo el gran clásico, pero en 2025 se han sumado nuevos conflictos, como la instalación de puntos de recarga para coches eléctricos o las obras vinculadas a subvenciones europeas ya caducadas. La falta de diálogo y el deterioro de la convivencia han convertido muchos edificios en microescenarios de tensión permanente.
La vivienda, en definitiva, ya no es solo un derecho ni una inversión. En 2025 es el gran campo de batalla social. Un lugar donde confluyen precariedad, expectativas frustradas y normas mal entendidas. Y donde cada conflicto, por pequeño que parezca, refleja una crisis más profunda: la de un país que ya no sabe cómo vivir —ni convivir— bajo su propio techo. @mundiario