Ante la pregunta de si se está aprovechando el enorme potencial que tiene el mar para generar energía, Trigos es claro: “Rotundamente no. Aunque muchos países, principalmente nórdicos, como Noruega, Suecia o Dinamarca, llevan años desarrollando este tipo de tecnología y buena parte de su producción nacional procede del océano, la mayoría está centrando sus esfuerzos en implantar otro tipo de tecnologías, más adecuadas a sus condiciones climatológicas y que suponen una menor inversión económica”, asegura.
De acuerdo con el profesor, los costes dan forma a uno de los cuellos de botella más relevantes a la hora de realizar este tipo de proyectos ‘offshore’. Es necesario diseñar infraestructuras resistentes a situaciones climatológicas adversas, así como contar con personal, vehículos de desplazamiento y materiales de repuesto para garantizar el mantenimiento. A esto se suma, además, que muchas tecnologías están todavía en fase de desarrollo, lo que proporciona menor seguridad a la hora de invertir.
“Esto se traduce en un encarecimiento considerable con respecto a lo que puede suponer una instalación en tierra”, explica Trigos. “Un ejemplo claro lo encontramos en Islandia. Se han llevado a cabo proyectos piloto y se ha planteado la posibilidad de poner en marcha parques flotantes ‘offshore’ con un gran potencial de producción undimotriz, pero la principal fuente de energía sigue siendo, por causas obvias, la geotérmica”.
Lo mismo sucede en España, en donde se dan buenas condiciones oceanográficas y orográficas para desarrollar este tipo de proyectos a lo largo de los casi 8.000 kilómetros de litoral. “Si tan solo nos centramos en la energía undimotriz, a lo largo de toda esta costa el potencial estimado de generación es de entre 40 y 70 TWh al año, lo que supone aproximadamente el 25 % del consumo eléctrico total en España. Sin embargo, la mayor parte de tecnología renovable del país está ubicada en tierra”, explica el profesor.
A los retos económicos y de inversión se suman los ligados al impacto ambiental que este tipo de instalaciones pueden tener en el medio marino (por ejemplo, en los hábitats o en las rutas migratorias de las especies). No obstante, en los últimos años se ha avanzado en la investigación para conseguir reducir los impactos negativos e incluso llegar a generar algunos positivos.
“Algunas de las estructuras sumergidas han sido diseñadas específicamente para fomentar la cría de organismos marinos, convirtiéndose en lugares de generación de biomasa al ofrecer refugio a larvas y alevines de numerosas especies”, explica Trigos.