A partir del 29 de agosto, pulsar el botón de ‘comprar’ en una tienda online situada fuera de EE.UU. cuesta más caro. Mucho más. El Gobierno ha suprimido la exención de aranceles para paquetes importados cuyo valor no superara los 800 dólares, conocida como … régimen ‘de minimis’. Esta medida tendrá consecuencias estructurales para el comercio electrónico global, las cadenas logísticas y miles de pequeñas empresas que habían encontrado en las plataformas digitales un canal de internacionalización eficiente y económico.
El ‘de minimis’ había sido una piedra angular del auge del e-commerce transfronterizo. Permitía a millones de consumidores en EE.UU. recibir productos de bajo valor –ropa, gadgets, cosméticos– sin pasar por aduanas ni pagar tasas adicionales. El coste logístico era tan bajo que compañías como Shein, Temu o AliExpress podían ofrecer artículos a 5 o 10 dólares con envío gratuito desde Asia. Miles de pymes europeas y latinoamericanas vendían en EE.UU. a través de marketplaces sin afrontar trámites complejos.
La administración Trump ha reforzado su agenda proteccionista y ha fijado en el comercio digital un nuevo campo de batalla. Ya no se trata solo de aranceles al acero o los coches. Ahora, el foco está en las camisetas chinas de 4,99 dólares y los accesorios coreanos de moda. Durante un periodo de transición de seis meses, se aplicarán tarifas planas de entre 80 y 200 dólares por paquete, dependiendo del país de origen. Después, se implementarán tarifas proporcionales, con recargos que pueden alcanzar el 145% para productos chinos o el 50% para los procedentes de India.
El impacto es doble. Para el consumidor estadounidense, esto se traduce en un incremento inmediato de precios y en una reducción de la oferta disponible. Algunos operadores postales nacionales –como Correos de México o La Poste en Francia– han suspendido temporalmente los envíos a EE.UU., alegando inseguridad jurídica y operativa. Muchas tiendas han dejado de aceptar pedidos, temerosas de que los paquetes queden retenidos o sean devueltos con costes adicionales.
Pero el daño no se limita a los consumidores. El tejido empresarial exportador, especialmente el de las pequeñas y medianas empresas, sufre un golpe difícil de absorber. Empresas españolas que vendían cosmética, calzado o accesorios por Amazon, Etsy o tiendas propias ahora deben afrontar costes aduaneros imprevistos y reorganizar sus flujos logísticos. La logística de última milla, antaño ágil y barata, se ha convertido en un laberinto donde los márgenes desaparecen.
Amazon, la gran referencia del sector, ya había anticipado estas turbulencias. A principios de 2025 lanzó una tienda experimental, Amazon Haul, para mostrar con transparencia el coste de los aranceles aplicables a cada producto importado. La iniciativa fue interpretada por la Casa Blanca como un acto «político hostil» y tuvo que ser retirada. Hoy, aproximadamente el 30% de los productos vendidos en Amazon EE.UU. proceden de China. La compañía se enfrenta al dilema de absorber los nuevos costes –improbable– o trasladarlos al consumidor, lo que puede erosionar su competitividad y volumen de ventas.
A escala global, el mensaje es claro: el modelo de comercio electrónico basado en la hiperoptimización logística, la fragmentación de la producción y los bajos aranceles está en cuestión. Las cadenas de suministro diseñadas bajo el paradigma del just-in-time y el mínimo coste ahora se enfrentan a una nueva lógica geopolítica. La relocalización industrial –el famoso ‘reshoring’– se presenta como una alternativa, pero no sin costes. Según el Instituto Peterson, México perdería en 2026 cerca de un 18% de sus exportaciones electrónicas hacia EE.UU. si se mantienen los aranceles actuales. Europa, por su parte, se debate entre adaptarse a las nuevas reglas o escalar la guerra comercial.
La Unión Europea ha optado por una respuesta contenida. Bruselas ha iniciado un procedimiento para eliminar ciertos aranceles aplicados a productos estadounidenses, en un intento por evitar represalias mayores y preservar un mínimo de racionalidad comercial. En cambio, Canadá y México han respondido con dureza, imponiendo medidas espejo. El resultado ha sido una caída significativa en el volumen de comercio bilateral, un repunte inflacionario y una escalada de tensiones diplomáticas. La guerra comercial no es un juego de suma cero, pero sí de daños compartidos.
Más allá de la coyuntura, lo que está en juego es el equilibrio entre eficiencia y soberanía en la economía digital. El comercio electrónico permitió durante años una increíble democratización del consumo global. Hoy, esa promesa se desmorona bajo el peso de la geoeconomía. Los países que aspiraban a desarrollar una base exportadora digital –como Corea del Sur, Turquía o Colombia– ven cómo se cierran canales estratégicos de acceso al mayor mercado del mundo. La discriminación arancelaria por país de origen inaugura una era de comercio digital segmentado, donde la nacionalidad del vendedor puede importar más que la calidad o el precio del producto. El proteccionismo digital ha llegado para quedarse. Su impacto no será inmediato, pero sí profundo. La era dorada del comercio electrónico global, donde un diseñador en Madrid podía vender en Texas sin fricciones, ha terminado.
AFP
La nueva ofensiva arancelaria de Trump apunta directamente a los gigantes chinos del ‘low cost’, firmas como Shein, Temu y Aliexpress, que han vivido un agosto perenne en la era del comercio electrónico sin fronteras. Pero el presidente estadounidense no está sólo en esa trinchera. Aunque con menos ímpetu, Europa también lleva tiempo planeando una estrategia para eliminar las exenciones tributarias de las que aún disfrutan estos productos de bajo coste. En la imagen superior, los paquetes con ropa se acumulan en una fábrica de Shein en la localidad de Guangzhou.