Cortesía

Propones un elogio del paseo y el andar por andar como forma de resistencia, ¿crees que pasear ahora mismo es más necesario que nunca?

Sí, sí, sin duda. En medio de toda esta vorágine contemporánea, con infinitos estímulos, desafecciones y ruido que pugnan por anular nuestra atención, defiendo el andar como forma lenta, sencilla, accesible y habitual de desplazamiento. Y de habitar y estar en el mundo. Quería que este libro también tuviera cierto tono que acompañara y produjera tranquilidad, sosiego.

Que este paseo literario por las diferentes implicaciones (sociales, de movilidad, de demanda de espacio público, ecologistas, feministas…) de una caminata fuera también un paseo tranquilo. Como una manera de resistir al febril ahora, a ritmo lento. En contra de las actuales consignas de productividad, operatividad, eficiencia. Sí, quería abordar el paseo como una actividad indómita en contra de la lógica de los tiempos actuales.

En el ensayo mencionas a figuras como Jane Jacobs, la mencionada Rebecca Solnit o Virginia Woolf. ¿De qué manera el acto de caminar ha sido históricamente una herramienta de emancipación para las mujeres?

Lo primero en este sentido es decir que las mujeres hemos ocupado históricamente una posición secundaria en el espacio público. En lo común, en lo destinado a todas. Y esto ha condicionado nuestro devenir ciudadano. De hecho, la historia de los derechos de las mujeres también es la historia de la conquista del espacio, de nuestro obvio derecho a la presencia física completa, sin miedo, en cada lugar. Pero también podemos leer y observar, por ejemplo, en las novelas escritas en el siglo XIX, reflejo claro de los usos y las costumbres del momento, un gusto de la clase privilegiada por el deambular absorto y replegado entre los viejos caminos y los dulces senderos. Se muestra en todas esas páginas el deleite de los hombres, pero también de algunas mujeres, por dedicar sus horas de asueto a ensimismadas caminatas. En estos paseos, las mujeres ejercitaban el cuerpo, pero sobre todo la imaginación, la mente, vagando más allá de su conocimiento hacia nuevas posibilidades. Era liberador, suponía cierta libertad de movimientos, y también la posibilidad de paseos inmersivos, autónomos, en soledad.

A muchas nos resulta muy familiar esa sensación de reprimir las ganas de salir a pasear sola de noche, ¿cómo se transforma la experiencia de caminar cuando tiene que ejercerse desde la hipervigilancia y el miedo?

Así es. La mujer por siempre expuesta al peligro de una agresión en el espacio público se autolimita, se autocensura. Abandona. La mayor o menor inseguridad —según la época o el lugar en que pongamos nuestra mirada— que, de forma inevitable, sienten todas las chicas a determinadas horas o en espacios concretos, ha actuado como medida represiva, limitadora de la libertad de movimientos en las calles y los caminos. Y en ciertos momentos no salimos, o salimos poco, a caminar. Y el impacto que esto tiene en nuestra vida y en nuestra condición de ciudadanas es enorme. Hay que exigir de manera rotunda el derecho al espacio físico público, común, accesible y seguro para todas las mujeres en todas las circunstancias.

Defiendes que la ciudad nació para ser vivida, para que se hiciera uso de ella. Desde tu mirada, ¿en qué estado de salud se encuentran hoy nuestras ciudades? ¿Son aún espacios habitables?

Observo mucho la vida en la ciudad. Y siento que estamos en un momento de inflexión. En el actual contexto de emergencia climática muchas cosas, es obvio, han de cambiar. Y el diseño de las ciudades va a desempeñar un papel fundamental en todos estos cambios. De algunas de esas decisiones o no decisiones sobre prevención y adaptación climática que vayan a tomarse (o no tomarse) surgirán menores o mayores desigualdades sociales. Modelos socioeconómicos en crisis, injustos e insostenibles, o, por el contrario, ciudades saludables y humanas que se adapten y mejoren los indicadores de sostenibilidad. Yo sí creo que hemos de abandonar el modelo urbano cochecentrista, y aspirar a ciudades sanas, reverdecidas, inclusivas. Con un espacio público más atractivo y caminable, que impulse la interacción espontánea y la vitalidad social, y también económica, de los barrios.

El ensayo comienza citando a un artista como es Richard Long, y sigue ahondando en la creación y cómo se emparenta con el andar y más específicamente con el paseo, dando ejemplos como los inicios de los movimientos artísticos dadaísta y surrealista, o los casos de Marina Abramovic y Ulay o de Yoko Ono y abordando el caminar como práctica artística.

Tengo un interés claro por las manifestaciones artísticas, por las producciones en el terreno del arte. Así que, de alguna forma, cuando convergen estas dos inclinaciones mías, el arte y el caminar, me fijo y las disfruto bastante. Me parecía una buena idea incluir en el libro un capítulo destinado a describir brevemente el caminar como práctica artística. Creo que es de mis capítulos favoritos. Los artistas han caminado concienzudos con intenciones estéticas y críticas, también han vagado a pie por parajes vacíos, extasiados, en busca de experiencias cuasi oníricas y han recurrido a la acción de andar y andar como medio de recuperar la ciudad para el individuo.

En el libro contextualizas tu experiencia con el paseo en una preciosa imagen: de la mano de tu abuelo Román, aprendiendo los nombres de las cosas. ¿Crees que ese ‘amor por vagabundear’ se hereda como un legado afectivo o es un hábito que debemos cultivar en la edad adulta?

Aquí aparece un pasaje personal. Creí que era necesario explicarme, contar el origen de mi interés por el paseo, mi experiencia personal. Sí, existe cierto legado afectivo, un patrimonio sentimental heredado que nos lleva irremediablemente a disfrutar de todo lo que sucede a pie del sendero. El deleite por callejear, el gusto por deambular se puede adquirir de padres a hijas, de abuelos a nietos. Este es un disfrute que se inculca, lo tengo comprobado. Pero, claro, yo aquí también vengo a revindicar que estamos a tiempo, que podemos cultivar este amor por desplazarnos de forma lenta, a pie, pasito a pasito en cualquier momento. Aprenderlo. Y gozar del mero hecho de andar por andar. Sin pretexto aparente, sin que medie apenas ningún fin ni ningún propósito elevado.

Me interesa la reivindicación que haces del paseo como actividad improductiva, ¿cuál crees que es nuestra relación con el paseo en estos momentos?

Sí, aprovecho para insistir en la dignidad de lo improductivo y para negar ese halo peyorativo que juzga mal actividades tan estimables como errar, vagar, decrecer, parar. Te diría que hay mucha gente que recurre ahora mismo a los paseos y caminatas en su día a día, y que las asocia siempre con tiempo de disfrute y de desconexión. Incluso, un sorprendente número de personas piensa sobre el caminar en diversos campos académicos (filosos, artistas, expertos en movilidad, urbanistas, antropólogos…). Como comento en algún momento del libro, cada caminante, eso sí, invoca al menos una razón determinante que le impulsa a lanzarse al camino. Cada persona tiene diferentes motivaciones (sociales, de salud, de necesidad, para pensar, crear, desentumecerse…) que le lleva a vagabundear a pie, y todas igual de estimables. Siempre será una buena idea reservarse tiempo para caminar a ningún sitio y por placer.

¿Crees que el futuro pasa por reapropiarnos del paseo?

De alguna manera sí que mantengo que el futuro pasa por reapropiarnos del espacio público, cedido en muchos casos a intereses privados y a los coches, desde luego. Y que esto va a redundar, a favorecer la caminabilidad de urbes y entornos naturales. Sin duda, nos merecemos vivir en entornos y ciudades pensadas para las vecinas: pacificadas, seguras, saludables y accesibles.

Por último, si tuvieras que elegir un paseo ideal ¿cuál sería y por qué?

Sería siempre el paseo diario. Porque eso significa que cuento con el privilegio del tiempo para dedicarlo a vagar a mi antojo. Soy consciente de que el tiempo y la salud son imprescindibles en cada caminata. Son una suerte y un privilegio. Si te refieres más a mi paseo ideal, siempre es el garbeo ensimismado junto a la ribera del río en mi pequeña ciudad de provincias. Soy muy de río, de pasear entre sauces, entre chopos, a la vera de mi río, siguiendo los caminos del agua.