La cerveza sin alcohol se ha convertido en la alternativa perfecta para quienes quieren disfrutar del sabor y el ritual de una caña sin arrastrar los efectos del alcohol. Está presente en terrazas, celebraciones y hasta en rutinas deportivas, porque muchos la perciben como una bebida “más sana” que su versión tradicional. Sin embargo, cuando hablamos de salud metabólica y, en concreto, de diabetes, la pregunta surge inevitable: ¿puede la cerveza sin alcohol aumentar el riesgo de desarrollar esta enfermedad?
Lo cierto es que no hay una respuesta única. El marketing la ha posicionado como un refresco disfrazado de cerveza, pero detrás de la espuma se esconden matices que vale la pena revisar. Porque, aunque no tenga alcohol, sigue siendo un producto procesado que contiene azúcares, hidratos y calorías que, en exceso, pueden impactar en nuestro organismo.
No se trata de demonizar la cerveza sin alcohol ni de prohibir su consumo, sino de abrir el debate sobre cómo la percibimos. En la sociedad actual, donde buscamos constantemente versiones “light” de todo, corremos el riesgo de confundir moderación con carta blanca. Y cuando se trata de la diabetes, cada pequeño gesto cuenta.
Los azúcares ocultos tras la etiqueta
Aunque muchas marcas han reducido la cantidad de azúcares añadidos, no todas las cervezas sin alcohol son iguales. Algunas contienen entre 3 y 6 gramos por cada 100 ml, lo que significa que un par de cañas pueden aportar casi la misma cantidad de azúcar que un refresco. Y sabemos que un consumo habitual de azúcares simples favorece la resistencia a la insulina, uno de los factores clave en la aparición de la diabetes tipo 2.
El mito del “es más saludable”
Beber cerveza sin alcohol transmite la idea de que estamos cuidando nuestra salud. Pero no debemos olvidar que, como cualquier bebida procesada, debe consumirse con medida. Pensar que podemos tomarla todos los días porque “no pasa nada” es un error que puede, a la larga, tener consecuencias metabólicas.
Ahora bien, la relación entre cerveza sin alcohol y diabetes no depende solo de la bebida en sí, sino del contexto: dieta general, sedentarismo, predisposición genética y estilo de vida. Una caña es un gesto social; el problema empieza cuando se convierte en hábito cotidiano sin contrapeso de una alimentación equilibrada y ejercicio regular.
La cerveza sin alcohol no es veneno, pero tampoco es agua. El reto está en no caer en la trampa del autoengaño: disfrutarla de vez en cuando, sabiendo que es una alternativa más ligera, pero no una bebida inocua. La verdadera prevención de la diabetes se juega en el conjunto de nuestras decisiones diarias, no en un único sorbo. @mundiario