Domingo, 27 de julio 2025, 18:52
Entramos en el estudio de Cristina Aliste Miguel en Salamanca con paredes repletas de obras y bocetos, un caos ordenado y efectivo para su proceso creativo. «Soy visceral, pero metódica», dice. Esa dualidad define bien a esta artista zamorana, nacida en 1987, que desde hace años combina la creación artística con su trabajo como profesora de dibujo en un instituto. Por la mañana enseña a adolescentes, por la tarde, en su espacio de creación, canaliza su rabia, su ternura y su pensamiento en capas de pintura. En ambos espacios hay una misma pulsión: educar a través del arte. En su voz hay convicción, humor y también una cierta melancolía por las oportunidades que faltan en el circuito artístico local. Pero, sobre todo, hay pasión, emoción y ganas. La misma que se adivina en cada trazo, en cada mancha de pigmento puro que extiende sobre sus obras de gran formato.
Cristina llegó a Salamanca en 2005 para estudiar Bellas Artes y nunca se fue del todo. En esta ciudad encontró una comunidad, un estudio y también la posibilidad de formar parte de un colectivo como El Cuchitril, un espacio de creación artística que dejó huella en la ciudad y cuyos lazos aún perduran. «Seguimos todas activas, aunque el espacio físico ya no esté», explica.
Desde entonces ha desarrollado una pintura que transita entre la abstracción y la figuración, con un fuerte componente emocional. «Trabajo mucho desde la memoria», dice. Pero no es una memoria nostálgica, sino un repositorio de estímulos culturales: exposiciones, cine, literatura, historia del arte y mujeres artistas olvidadas por quienes escribieron la historia. Todo se mezcla, se digiere y aparece después en sus cuadros, donde el color es protagonista y la técnica se convierte en lenguaje propio. «Uso pigmento puro, mezclado con resina vinílica, barras de óleo, transferencia fotográfica… Me interesa que haya textura, impacto y una historia detrás», detalla.
Aliste no entiende la pintura sin carga conceptual. Cada proyecto arranca con una fase profunda de investigación: «No puedo hacer una obra si no sé por qué la hago. Si estoy con un tema como el ecofeminismo, me encierro días leyendo sobre él, empapándome de autoras, de historia, de imágenes». Es en ese proceso de investigación donde nacen los primeros bocetos y surgen las ideas.
Esa implicación se vuelve especialmente potente en su faceta más reivindicativa, donde aborda cuestiones como la guerra, los refugiados, la injusticia social o el papel de las mujeres en el arte. «Sé que no se van a vender, que nadie va a colgar en su salón un cuadro de dos metros con un niño muriendo, pero no puedo no hacerlo. Lo necesito», afirma. Sus obras impactan, incomodan, hacen pensar.
Como aquella con la que ganó el Certamen Jóvenes Creadores en 2015 -una imagen transferida de colas de personas para conseguir comida durante la guerra de Siria intervenida con lápiz dibujando un McDonald’s-, que la llevó a representar a Salamanca en la Bienal del Mediterráneo en Tirana, Albania. Para la ocasión dos obras más, dando forma a una especie de tríptico sobre un andamio. De la segunda obra todos conocemos la imagen; Aylan Kurdi, el niño sirio que apareció muerto en una playa de Turquía, mientras su familia huía de las masacres que el Estado Islámico cometía en su ciudad, Kobane.
No todo es reivindicación, también hay ternura y homenaje en sus pinturas, como en la obra dedicada a su tía argentina fallecida, creada dentro de un proyecto sobre mujeres surrealistas. Cristina investiga, experimenta, combina técnicas y se permite también habitar la emoción sin miedo.
Entre semana da clase a adolescentes, muchos de ellos migrantes, con realidades diversas que ella acoge con sensibilidad y vocación. «Tengo claro que el arte contemporáneo no se entiende solo visitando el DA2. Hay que dar herramientas desde la educación para que los chavales lleguen al museo y puedan disfrutarlo», defiende. Reconoce que hay una gran satisfacción en enseñar arte: «A veces, más que vender un cuadro, lo que de verdad emociona es ver a una alumna inspirada ante una obra y decidir apuntarse a clases de arte. Ese tipo de impacto no tiene precio».
Este 2024 ha sido especial para ella: su obra «Alquimia» fue elegida para ilustrar las botellas del vino ‘Primero’ de las Bodegas Fariña, con una difusión de más de 150.000 etiquetas. «Fue muy emocionante, ya conocía la bodega y el vino. A veces el arte no llega a todo el mundo, pero una botella de vino sí», dice riendo. Además, valora que negocios que no tienen nada que ver con el mundo del arte apoyen y valoren el arte contemporáneo de este modo: «La creación de este tipo de concursos con buenas bases y un premio muy digno es un impulso genial, tanto a nivel personal como de exposición».
A pesar de los reconocimientos, Cristina no busca fama ni cifras. «No quiero vender un cuadro por 20.000 euros. Lo que me gustaría es formar parte de algo, aunque sea local, que haya marcado la diferencia. Que un día alguien diga: ‘hubo un colectivo, hubo mujeres que hicieron algo distinto’». Ella, junto a otras mujeres que residen en la ciudad lo siguen intentando, siguen creando y retroalimentando sus visiones artísticas. Un trabajo que comienza con una ardua investigación, libretas llenas de bocetos y continúa con una creación sin límites.
Obra de Cristina Aliste.
Álex López
«Todo puede ser arte»
Actualmente prepara una exposición colectiva en París y continúa su investigación en torno a las mujeres surrealistas. Porque para Cristina, el arte nunca se detiene. «Desde que me levanto estoy pensando en pintar. Todo lo que veo, lo que leo, lo que me atraviesa… todo puede ser arte. Todo puede ser pintura».
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