Existen momentos que despiertan el orgullo de haber nacido en este maravilloso país: un amanecer entre volcanes, una puesta de sol en las playas del Pacífico, el Huapango de Moncayo, un tequila, la manera de vivir el amor y el dolor en las letras del gran José Alfredo Jiménez, la oda a la muerte en los grabados de Posada, los sabores y colores de la gastronomía, la riqueza de nuestra artesanía, la pita en los cinchos charros y sus monturas, la majestuosidad de Palenque o la catedral de Santo Domingo en Oaxaca, el Cerro de la Silla y tantas maravillas que, de norte a sur y de este a oeste, enriquecen a nuestro México.

El próximo domingo 14 de septiembre, la capital taurina de México, Aguascalientes, será sede de uno de los acontecimientos culturales, sociales y artísticos más relevantes del calendario: la octava edición de la Corrida de la Insurgencia.

La centenaria Plaza de Toros San Marcos será el escenario y epicentro de este festejo. Torear y lidiar en la Corrida de la Insurgencia es un honor para toreros y ganaderos. La puesta en escena es magnífica, cuidada hasta el detalle, bien pensada, investigada y ejecutada. La experiencia que viven los asistentes eleva las pulsaciones, eriza la piel y conmueve los sentidos: un espectáculo visual y un deleite sonoro con las soberbias interpretaciones de la Orquesta Sinfónica de Aguascalientes, brillantemente dirigida por el maestro Román Revueltas.

La intervención artística en el coso es una grata sorpresa desde el acceso por los túneles de la plaza. En ediciones pasadas han participado creadores de renombre como Alfonso López Monreal, Isabel Garfias, Curro González y Anuar Atala. Este año, el honor recae en Rafael Sánchez de Icaza.

Por segunda ocasión, el cartel contará con un diestro extranjero: encabeza el paseíllo el español Antonio Ferrera, acompañado por los locales Diego Sánchez, en extraordinario momento de madurez artística, y Héctor Gutiérrez, triunfador de la edición anterior tras cortar un rabo a un bravo ejemplar de José María Arturo Huerta.

El honor y la responsabilidad de lidiar los seis toros recaen en la ganadería hidrocálida Santa Inés, propiedad del joven criador Israel Isaac García Zamarripa.

Previo, durante y posterior al festejo, las emociones se agolpan en la garganta. La magnífica puesta en escena, los toreros ataviados con trajes a la usanza insurgente —creación del reconocido sastre taurino César Gutiérrez—, el colorido, la música y el ambiente inigualable de un evento de esta magnitud quedan tatuados en la memoria colectiva de una sociedad orgullosa de sus tradiciones.

Una corrida de toros es mucho más que la lidia y muerte de seis astados: es rito, simbolismo y emoción; es la fuerza del toro frente al valor del torero. Dos voluntades que se enfrentan para crear la belleza irrepetible del toreo, ya sea en la estética, el peligro, la tragedia o la sublime muerte en la plaza.

Lejos del argumento animalista —simplista y cargado de hipocresía— que pretende ocultar la realidad de la vida y la muerte, el toreo es la representación más auténtica de nuestra existencia. El toro bravo vive para morir en la plaza; para ello es criado, cuidado y seleccionado, honrando su raza.

En México, el 93% de la cabaña brava vive en absoluta libertad, en más de 170 mil hectáreas que se conservan en equilibrio ecológico gracias a su crianza. Estos hábitats son refugio de cientos de especies de flora y fauna, resguardadas por la presencia del toro. El restante 7%, que llega a la plaza, honra la labor de los ganaderos en la preservación de este ecosistema único.

No pierda la oportunidad de vivir en carne propia la Corrida de la Insurgencia: orgullo de México y de sus tradiciones.