Ezequiel Mosquera habla de ciclismo con la misma naturalidad con la que se exprimía en las rampas imposibles de la Vuelta. Su relato, plagado de anécdotas y recuerdos, va trenzando la memoria de un deporte que le marcó desde niño y en el que se cruzó con ídolos de varias generaciones. Entre ellos, un nombre que siempre resuena con fuerza: Miguel Induráin.

El exciclista gallego atiende a MARCA en Vigo para analizar todas las clave.

“En 2007 le di yo el relevo a un grande”, recuerda Mosquera con brillo en los ojos. Aquella fue su primera etapa de montaña en la que se vio delante en la Vuelta. “Me vi allí, dándole el relevo a Carlos Sastre, y al final me dejó ser tercero detrás de Menchov y Piepoli. Para mí ya era increíble”.

Ese día, además, recibió un consejo que no olvida: “Sastre me dijo que deberíamos dedicarnos a esto de la bici, que tenía buena pinta. Éramos jóvenes y soñadores, y esas palabras te marcan”.

El juego de comparaciones se detiene cuando aparece un apellido que no admite duda: Induráin. “Miguel, Miguel, Miguel…”, repite Mosquera con devoción. Y añade: “Tuve la oportunidad de conocerlo en 2015. Con todo lo grande que fue como deportista, como persona es todavía mejor. A la gente que se enganchó al ciclismo por él siempre le digo que lo que parece desde fuera, en realidad es aún más grande”.

Ezequiel Mosquera, en Vigo posando durante la entrevista.

Ezequiel Mosquera, en Vigo posando durante la entrevista.Iraia Calvo

El excorredor gallego reconoce que su pasión nació gracias al campeón navarro. “Me subí a la bici y me volví loco con este deporte por culpa de Induráin”, confiesa entre risas. Una anécdota resume bien esa admiración: “En una presentación del Xacobeo, mi madre le recriminó en broma: ‘Por tu culpa mi hijo se puso a andar en bici’. Y era verdad”.

Hoy, retirado, Mosquera no tiene dudas: “Lo admiraba entonces y lo admiro más ahora. No tiene doblez, no tiene fisura. Es increíble”.