China tiene ahora mismo un gran problema y se puede decir que se lo ha buscado ella misma. Por resumirlo mucho: se ha echado tanta leña en el asador durante los últimos años en impulsar la producción de ciertas industrias de mayor valor añadido que ahora se está quemando todo. Dicho de otro modo: la fábrica china produce tanto de algunas cosas que, directamente, sobran, no siendo posible ‘colocar’ todas ellas fuera de sus fronteras y exacerbando puertas adentro el recurrente golpe de la deflación, que en los precios de producción alcanza ya los tres años consecutivos, algo que no sucedía desde que China inició su gran revolución económica a finales de los años 70. A este ‘gigante’ que ahora se vuelve en contra se le llama «involución» y sus grandes pisotones sobre la economía están empezando a poner contras las cuerdas a las autoridades. Pekín ha querido tomarse el asunto en serio y ha diseñado una campaña contra este fenómeno. Sin embargo, las incipientes medidas no parecen estar dando mucho resultado y llevarlas demasiado lejos puede provocar otras graves heridas a la economía.
Un poco de contexto previo. Tras la citada revolución económica, China pasó de ser una economía eminentemente agrícola a convertirse en la ‘fábrica del mundo’. Más recientemente, Pekín quiso dar un salto más y -sin dejar de fabricarlos, por supuesto-, pasar de construir juguetes y confeccionar ropa barata a elaborar bienes de alto valor añadido que durante años importó de países como Alemania (el ejemplo que está en mente de todo son los coches). A través de iniciativas como el plan ‘Made in China 2025’ lanzado en 2015, se han dedicado grandes cantidades de recursos a promover la innovación nacional y la autosuficiencia tecnológica con el fin de reducir la dependencia de China respecto a Occidente.
Este ‘chorro’ de inversiones ha situado a China en la vanguardia mundial. Un estudio realizado por la Fundación para la Tecnología de la Información y la Innovación (ITIF) muestra que China es líder mundial en vehículos eléctricos y se encuentra cerca de los líderes mundiales en IA, robótica y computación cuántica. A priori, todo esto supone un éxito de Pekín. De una forma muy gráfica, ahí están los buques gigantes repletos de coches eléctricos chinos a mejores precios con destino a Occidente.
Sin embargo, este desbordante crecimiento industrial esconde sombras que ahora están oscureciendo el escenario. Es lo que se ha dado en llamar el fenómeno de la «involución», que los analistas de BNP Paribas definen así: «El término se refiere a las prácticas competitivas desordenadas en un gran número de sectores en China, que provocan un exceso de capacidad, la caída de los precios y la disminución de los beneficios empresariales».
Extendiendo la explicación de los economistas del servicio de estudios del banco francés, «el problema se deriva, en particular, de la política industrial aplicada en los últimos años, destinada a apoyar la inversión en industrias estratégicas; y afecta a una amplia gama de sectores, desde las industrias pesadas (como el acero y el carbón) hasta los productos farmacéuticos y las tecnologías verdes (vehículos eléctricos, energía fotovoltaica). Los sectores de servicios, como el comercio electrónico y las plataformas de reparto, también se ven afectados».
La combinación de una inversión muy generosa en estos sectores junto a una a todas luces insuficiente en estimular la demanda (la realidad china es la de un ciudadano de a pie que no consume y ahorra, presa de la incertidumbre) ha generado el resultado que se está viendo ahora. Mientras estas empresas producen y producen, los ciudadanos siguen sin comprar, y se forma un círculo vicioso. Las empresas bajan los precios (las ‘guerras de precios’ han dejado episodios muy mediáticos como las agresivas rebajas de BYD en sus coches eléctricos) y los consumidores se mantienen a la espera, posponiendo sus compras confiando también en que los precios bajen más. Esto lleva a las empresas a nuevas reducciones de precios, afectando a sus resultados y despidiendo personal, lo que a su vez impacta en la demanda. La famosa trampa de la deflación con la que China no deja de coquetear.
Ante la magnitud que está cogiendo esta dinámica, las autoridades llevan varios meses tratando de sanear las prácticas y racionalizar la oferta en estos sectores. El gobierno central y los gobiernos locales están animando a las empresas a colaborar para subir los precios y frenar el exceso de capacidad de producción. También están empezando a introducir directrices y normas de producción destinadas a eliminar a los productores más débiles, en particular fomentando la consolidación que refuerza la posición de los actores más grandes y sólidos que siguen siendo capaces de innovar.
«Estas medidas podrían reducir las presiones deflacionistas y mejorar los beneficios empresariales en algunos sectores en los próximos meses. Por el momento, probablemente hayan contribuido al repunte de los mercados bursátiles. Sin embargo, aunque algunas empresas están registrando signos de estabilización en sus precios de venta y beneficios, los indicadores macroeconómicos aún no muestran ninguna mejora«, se muestran escéptica Christine Peltier, economista de BNP.
Las tasas de utilización de la capacidad productiva fueron bajas en el segundo trimestre (74% de media en la industria, frente al 75% en 2024 y el 76,5% antes del covid en 2018-2019). En cuanto a los precios, la inflación del IPC, publicada este miércoles, fue del -0,4% interanual en agosto tras el 0% de julio, muy por debajo de las expectativas. La inflación subyacente, que excluye alimentos y energía, aumentó ligeramente del 0,8% interanual en julio al 0,9% el mes pasado.
Aunque el salto en la inflación subyacente se ha visto como algo positivo (el IPC de los bienes duraderos ha alcanzado un máximo en varios años del 1,2% interanual y se cree que fue por el programa de intercambio de bienes de consumo lanzado por Pekín para ayudar al ciudadano), los precios de producción han vuelto a ser más que elocuentes. El índice de precios de producción (IPP) pasó del -3,6% interanual de julio al -2,9% el mes pasado, acumulando casi tres años en terreno negativo más allá de la relativa mejora. Nueve trimestres consecutivos de caídas de precios reflejan un notable desajuste entre la oferta y la demanda que pesa sobre los balances de las empresas y presiona a la baja los ingresos de los hogares y del gobierno.
En términos intermensuales, los precios de fábrica se mantuvieron estables, la primera vez este año que no han bajado. Pero la cruda realidad es que los precios de producción de la mayoría de los bienes siguen bajando. Solo lo compensó un repunte de los metales ante la especulación del mercado de que la campaña anti-involución de Pekín podría reducir el exceso de producción. Sin embargo, hasta ahora, la producción real solo ha disminuido modestamente. Eric Zhu, de Bloomberg Economics, constata que este leve cambio de inercia parece estar impulsado «más por las expectativas del mercado que por las medidas políticas reales», y solo perdurará «si Pekín implementa medidas más concretas para frenar la feroz guerra de precios».
«Aún es demasiado pronto para concluir que la campaña contra la involución esté teniendo éxito, sobre todo porque se han adoptado pocas medidas políticas concretas«, se pronuncian Zichun Huang y Julian Evans-Pritchard, analistas de Capital Economics, en una nota para clientes. Y apuntan a dos datos bastante esclarecedores. La deflación en fábrica en el sector del automóvil, uno de los principales objetivos de la campaña, se mantuvo sin cambios. Asimismo, la deflación en los bienes de consumo duraderos dentro de los precios de producción se agravó hasta alcanzar el -3,7% interanual el mes pasado, un ritmo de descenso de los precios más rápido que durante la crisis financiera mundial.
Aunque ambos analistas ven alentador que las autoridades presten más atención al problema de la deflación, también se muestran escépticos: «Nos cuesta creer que las soluciones propuestas por el lado de la oferta puedan tener éxito a menos que también se amplíe el apoyo por el lado de la demanda. Por lo menos por ahora, el interés por hacerlo parece limitado, por lo que dudamos que la situación deflacionista de China mejore mucho a corto plazo».
Nuevamente desde BNP, Peltier sí considera que las medidas contra la involución parecen haber contribuido ya al reciente debilitamiento de la inversión manufacturera y la producción industrial, y una corrección a la baja por parte de la oferta podría lastrar el empleo a corto plazo. Esto, lejos de suponer un alivio para Pekín, le sitúa en otro brete: «Las autoridades podrían enfrentarse pronto a un dilema entre la lucha contra la involución y el empleo». Poner coto a la sobreproducción de estas industrias puede desembocar en una ola de despidos que ya se teme si la guerra comercial con EEUU se recrudece (ambas potencias siguen en un impasse negociador) y que agravaría aún más la situación económica.
Así pues, para alcanzar sus objetivos sin limitar el crecimiento económico, propone la economista de BNP, las medidas contra la involución deberán ir acompañadas de una recuperación de la demanda interna. «Una vez más, el fortalecimiento del consumo de los hogares parece ser la clave para resolver los desequilibrios estructurales de la economía china. Dadas las modestas medidas de apoyo a los hogares anunciadas en los últimos meses, el éxito de la campaña contra la involución parece muy incierto», concluye.
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