En el alto del Morredero confluyen literatura y ciclismo. Mucho antes de que subieran las bicis estuvo por la zona Azorín, ensayista y dramaturgo de … la Generación del 98, fascinado con ese término castizo que trató de popularizar. Morredero. Le gustaba la sonoridad, pero no sabía lo que significaba. Viene a ser la traducción del asturleonés del ‘moridero’, el lugar de la muerte. En su cima encontraban los cadáveres de pastores y algunos peregrinos desorientados que aparecían allí tras el deshielo. De esta cumbre maldita, La Vuelta ha salido viva.

La tortura de la vertiente que descubría la ronda, 8,8 kilómetros al 9,7% de pendiente media, con un tramo inicial de 5 kilómetros al 12%, fue igual de agotadora para Jonas Vingegaard como para Joao Almedia. Los dos favoritos para la victoria final pudieron medirse sin ninguna protesta pero también sin fuerzas. Sin sus mejores piernas. «No ha tenido el mejor día pero tampoco uno malo», decía Kuss sobre el danés. Su líder le replica. «No perder tiempo en un mal día es bueno», se mantiene líder y aumenta la renta dos segundos más. Otra vez a 50, lo mismo que al inicio del Angliru.

«Veo a toda la gente muy cansada. No me he encontrado perfecto, pero estos días pasan», expresaba el luso, fatigado. A falta de 6,3 kilómetros de la meta, con el ataque de Hindley, al portugués no pudo seguir el ritmo. Cedió unos metros que, a su ritmo, logró recuperar un kilómetro más tarde. Mientras, Vingegaard miraba para detrás, pero no lanzaba su estacazo. No pudo dar sepultura a Almeida en la cima de la muerte.

A rueda del de Caldas da Rainha sufría Giulio Pellizzari, del RedBull-Bora, el mejor jóven de La Vuelta. Sabía que esa rueda podía llevarle de nuevo junto a su compañero Hindley, Pidcock, Vingegaard y Riccitello, con el que rivaliza por el maillot blanco. Los seis terminaron juntos el tramo duro, junto a los restos ennegrecidos de una sierra quemada por la que los bomberos forestales reclaman más recursos. Desastre natural. Subían en silencio, escuchando el rubor del viento que les esperaba en el tramo final.

Nada más contactar con la carretera principal de la ascensión al Morredero, con las rampas menos inclinadas y el firme más planchado, arrancó Pellizzari. El italiano aprovechó las dudas de los favoritos, cada uno pendiente de su lucha. Vingegaard y Almeida por el rojo. Pidcock y Hindley por el podio. Riccitello o no pudo o se despistó. Trató de atacar hasta dos veces pero ahí Hindley hizo de secante. Salió siempre a su rueda y con él el resto. Ahí paraban. «No tengo a nadie a quien culpar más que a mí mismo», dijo el estadounidense, de 23 años, del Israel. Por un día, la etapa se desarrolló sin altercados.

Mientras, el italiano, de 21 años, ganaba metros. Confianza. Moral. Plato grande. Diferencia insalvable. Fuerzas justas. Y así, corona su segunda temporada como profesional con su primera victoria en una grande. Segundo llega Pidcock, a 16 segundos. Hindley a 18. Vingegaard a 20. Almeida a 22. Todos sin aliento. Con solo una cosa en su cabeza. La contrarreloj de mañana. «No tengo una bola de magia, así que no sé», despeja Almeida. Quiere aire. De poco le vale que en la contrarreloj del Tour la completara en siete segundos menos que el danés o que en la edición de 2023 lograra completar el mismo recorrido en Valladolid (25,8 kilómetros) 28 segundos más rápido. «El pasado no da garantías».

El Morredero se estrenó en La Vuelta en 1996 con miedo. Las fuertes reivindicaciones mineras intentaban cortar la carrera. También hubo un problema logístico. Los camiones de la carrera no pasaban por Corporales, la localidad en la que iniciaba la subida. Entre la tienda del pueblo y un pajar faltaban 10 centímetros de anchura. «Mis vacas no comen billetes», respondió el ganadero cuando le propusieron derribar el lugar con su correspondientes compensación económica. Finalmente se derribó solo una parte y se procedió después a la reconstrucción gracias a la vehemencia del propietario, que exigió el dinero antes de la celebración de una etapa ganada por Roberto Heras por delante del Chava.

El pasado parecía repetirse. Fuertes protestas, aunque por distinta causa, y un problema de logística. El viento impedía por la mañana la instalación normal de la meta. Con rachas de 50 kilómetros por hora, parecía difícil que los ciclistas pudieran coronar. Optaron por prescindir de todo la insfraustructura remplazable, incluidas las cámaras fijas de televisión, y esperar que aminoraría. La cima de la sierra que rodea a Ponferrada, una de las zonas más afectadas por los incendios forestales este verano, es una cumbre pelada, de vegetación baja, muy expuesta al viento. Pero esto sí le salió bien a La Vuelta.

También aguantó la lluvía, que cayó con fuerza durante el control de firmas en O Barco de Valdeorras (Ouresnse). Peró no duró, se quedó sin ganas. Después el aire que se coló en los alrededores de Ponferrada, rodeada de montes, y el Visma enfiló el pelotón. Querían pelear por la victoria y comenzar a sentenciar la general. Apenas dieron dos minutos de margen para la fuga de Harold Tejada, Antonio Tiberi, Sergio Samitier, Gijs Leemreize, Brandon Rivera, Jonas Gregaard, Patrick Gamper, Luca Van Boven, Léandre Lozouet, Madis Mihkels, Timo Roosen y, un día más, Joel Nicolau, el mejor guerrillero de la carrera.

Cuando se atrapó a los escapadas, en los repechos previos a la subida final, ya comenzó a sufrir Félix Gall. El austriaco fue adelantando a ciclistas cortados del UAE, como Vine y Grossschartner. Ayuso tampoco estaba. Almeida no iba a tener a nadie de apagafuegos, mientras Vingegaard contaba con Tulett, Jorgenson y Kuss. «Sufrí más antes de la última subida que en la misma», destacó Vingegaard. Esa superioridad numérica no era reseñable en las duras rampas del Morredero. El nombre que cautivó a Azorín pasó por un foro a consulta en 2010 porque era demasiado brusco. Daba mala imagen para una pista de esquí es del ‘moridero’, lugar para morir. 64% de los ponferradinos apostaron por mantenerlo. Nada de connotaciones fúnebres, ni siquiera para los bosques de laderas calcinadas que intentarán rebrotar.

«Fue devastador ver la zona tan afectada y quemada. Una pena para España, terrible ver estas imágenes devastadoras», añadió Vingegaard sobre el panorama desolador que el fuego ha dejado este verano en la zona.