Ruinart es la maison de champán más antigua del mundo en activo, son casi 300 años desde su creación. Todo empezó con Dom Thierry Ruinart. Un monje benedictino que, en la París del siglo XVII, descubrió que la corte se rendía ante un vino chispeante y distinto. A su regreso a Champaña compartió aprendizajes con Dom Pérignon, conocimientos que aplicaría después. El 1 de septiembre de 1729, su sobrino Nicolas firmó el acta que convirtió a Ruinart en una realidad.
Para guardar sus botellas, la familia compró unas cuevas de tiza bajo Reims, conocidas como crayères. Ese universo subterráneo, hoy patrimonio de la humanidad, fue el escenario donde Ruinart trabajó sus champanes casi durante dos siglos. Luego llegaron los nuevos propietarios, primero Moët & Chandon y más tarde LVMH. Pero la verdad es que la esencia no se ha perdido nunca.
Visitar hoy la bodega es entrar en un diálogo entre pasado y presente
Desde el interior del pabellón se puede ver el jardín y los edificios históricos
Raul Cabrera
Visitar hoy la bodega es entrar en un diálogo entre pasado y presente. En el número 4 de la Rue des Crayères se levanta un pabellón futurista firmado por el arquitecto japonés Sou Fujimoto. Piedra tallada, cristal en 1.400 metros cuadrados de diseño minimalista.La fachada parece una burbuja que se eleva por por una copa de champán, translúcida en la base y más opaca arriba. Cuando cae la noche, el edificio se ilumina como un farol en el jardín. Además, su techo curvo recuerda a una burbuja y esconde un secreto muy actual: una cubierta verde con paneles solares, energía geotérmica y un sistema para recoger agua de lluvia. Hasta el 80 % de lo que consume se produce allí mismo.
El pabellón Nicolas Ruinart es un espacio multiexperiencial con bar, salas de cata, una tienda, una terraza, una bodega y una cava secreta donde se pueden descubrir las cosechas más raras de la maison.
Una de las ‘crayeres’ donde se guardan los Blanc de Blancs
Gregoire Machavoine
El interior es un espacio fluido, abierto y luminoso, concebido por Gwenaël Nicolas, en el que se intenta recrear el ciclo de la vid a través de los tonos y los materiales naturales: mármol y lino, vidrio soplado y muebles de madera. Hay un detalle que sorprende a todos: un carrusel de cristal con paredes iluminadas donde las botellas Blanc de Blancs cuelgan como racimos de uva.
Grandes ventanales permiten asomarse al exterior y a los edificios históricos sin moverse y sin obstáculos visuales, mientras que unas grandes puertas correderas conectan el pabellón con el jardín, diseñado por el arquitecto paisajista Christophe Gautrand, que cuenta con 7.000 metros cuadrados, de los cuales 5.000 son de bosque protegido, que conviven con especies adaptadas al cambio climático (refugio para la biodiversidad local) y 110 obras de arte contemporáneo. Pasear entre esculturas de Eva Jospin, Jeppe Hein o Pascale Marthine Tayou es un lujo inesperado y gratuito.
Un camino tallado en piedra caliza lleva desde la calle al pabellón
Raul Cabrera
Para llegar desde la calle al pabellón primero hay que atravesar un camino tallado en piedra caliza, con paredes tan altas que apenas dejan ver las copas de los árboles. Es un pasaje que recuerda a los yacimientos del siglo XIII donde se extraía la piedra para las murallas de Reims. Hoy, ese mismo sendero se acompaña de música suave que conduce hacia las bodegas históricas.