El titular me lo dio Javier López Galiacho, ilustre albacetense que me honra con su amistad desde hace muchos años. Fue al ver la foto que La Tribuna de Albacete publicó el pasado martes en su suplemento de Feria, en la que se ve al torero Fortes prendido por un ejemplar del Conde de Mayalde justo a la salida de chiqueros, donde lo recibió a portagayola. La imagen es del fotógrafo José Miguel Esparcia, que ejerce de reportero gráfico en este diario desde hace más de una década. Si no la han visto, búsquenla. Es de una belleza arrebatadora en un trance inimaginable, cuando el toro de la vida se te echa encima. Vi la escena desde un palco, al lado de la madre del torero, Mary Fortes, que se agarró a sus dos nietos – los hijos del maestro malagueño- de cuatro y dos años. La plaza contuvo el aliento y milagrosamente, gracias a otro capotico, el de la Virgen de los Llanos, Saúl salió indemne y pudo torear y cortar una oreja al morlaco que se lo había llevado por delante. Muchas enseñanzas de vida en tan poco tiempo.
Para empezar, que los toros siguen siendo magisterio aunque algunos se empeñen en despotricar contra ellos desde la televisión pública, pagados y embadurnados por el dinero de todos los españoles. Fortes es un torerazo que vivió en esa misma tarde el cielo y el infierno juntos, con tan sólo diez minutos de diferencia. Como la vida misma. El toreo es inmortal y artístico porque un hombre se juega la vida y da lo mejor de sí mismo para evitar la catástrofe y sortear la muerte. Lo mismo que el héroe griego, exactamente igual. De hecho, Saúl me recordó por un momento en esa fotografía a Orfeo, cuando es rescatado del Hades por Eurídice, a cambio de no mirarse a los ojos. El mundo desencadenado desde el primer día, justo desde el instante de su creación. Y hay quienes insisten en no preservar el legado ni la cultura.
Fortes puede cantar y bailar hasta la madrugada igual que los duendes flamencos se rebelaban entre vasos y copas de vino. Volvió a nacer aquella tarde y con él, una instantánea milagrosa, de Pulitzer, periodismo vivo para el atardecer de los siglos. No sé si será premiada o no, pero Esparcia puede sentir orgullo del trabajo hecho. Conozco a muchos gráficos y siempre he admirado su labor. Fundamentalmente por una cosa que tienen todos y es principal en la vida. Paciencia, espera, agudeza y sabiduría. Todo eso junto se proyecta en el click del fotógrafo de prensa cuando inmortaliza un instante. Fortes ya subió al Olimpo artístico también con la película La última lidia, donde abrió su alma, el corazón y la vida entera. Ahora ya puede decir como los héroes que contempló su propia muerte y salió vivo de ella. Del sudario que lo arrulló y del catafalco de un toro bravo.