Ante las protestas, alguien tiene que tomar decisiones importantes respecto a la Vuelta y su devenir

Escribo estas líneas antes de saber si hoy la etapa de la Vuelta Ciclista a España acabará en el alto del Morredero, como estaba previsto.

En estas palabras conviven dos mitades contrapuestas de la persona que esto firma: por un lado, el ciudadano del mundo, que está presenciando la atrocidad que se está produciendo en Gaza, con la impotencia de saber que poco o nada se puede hacer más que mostrar repulsa, hablar en público y decir que Israel está cometiendo contra los palestinos lo que ellos experimentaron hace 80 años.

Y, por otro lado, el aficionado al ciclismo, que lo único que pretende es pasar un buen rato viendo la Vuelta en la televisión.

CCMM Valenciana

Ya sé que se dirá, son problemas del primer mundo, pero os recuerdo, es en el que estamos muchos de los que van a leer esto, los que protestan más, menos o nada, y admitámoslo: vivimos cómodos, todos.

Estos días he intentado ponerme en la piel del manifestante que ve que la única manera de que se le haga caso y de que sus críticas y consignas tengan éxito es montar un pollo gordo en una carrera ciclista donde hay un equipo que lleva el nombre Israel en el pecho.

Aunque lo hayan borrado, están perfectamente identificados y sabemos quiénes son.

También me trato de ponerme en el lugar del organizador, encarnado en Javier Guillén, y en tantas otras personas que han dado lo mejor de sí para que esta carrera saliera adelante, y ahora están viendo cómo su trabajo del año se compromete seriamente.

Porque el hecho de que no se celebre una etapa como estaba prevista no es una decisión que se pueda tomar a la ligera.

Lo cierto es que tiene que ser un rompecabezas mucho más complicado de lo que nos imaginamos, incluso más allá de lo deportivo.

Que no se acabe una etapa en el punto previsto seguro que afecta a los resultados de una empresa privada, sí, pero una empresa que a la vez gestiona el ciclismo que cada año pasa por nuestras carreteras.

Que le vaya bien a la empresa significa que al ciclismo le va bien.

Recuerdo a Javier Guillén en la Vuelta Ciclista de octubre, en tiempos de COVID, con el cansancio reflejado en su semblante y con la seguridad de que aquella iba a ser la vuelta más complicada que le tocaría gestionar.

Pero no: le ha llegado ésta, la de 2025.

Luego están los integrantes del equipo Israel, tanto corredores como técnicos y auxiliares.

Me consta —pues así me lo han confirmado— que el trato que reciben de los patrones del equipo es bueno, que nunca les han obligado a decir nada que no quisieran y que el blanqueo de ver ese nombre en una carrera ciclista no va con ellos, sobre el papel.

Pero sí que va, lo estamos viendo en las cunetas.

Hoy en día, llevar ese maillot en el pelotón es convertirse en diana: de un empujón, de un insulto o de algo peor.

Y me pongo en la piel de esos profesionales que, cada día, se cuelgan un dorsal en la espalda y salen a competir sabiendo que, para muchos, ellos representan algo de lo que igual ni se han planteado: si apoyan o no la causa sionista o la palestina.

Correr en estas circunstancias tiene que ser agotador, además de la dureza de la propia competición.

Muchos les dicen que dejen el equipo, que paren de blanquearlos, pero hablamos de su modo de vida, no es tan sencillo.

Y aquí está el dilema: si mañana el equipo pone un pie fuera de la Vuelta Ciclista a España, estaría muerto deportivamente hablando.

Porque la cascada de expulsiones que se le vendría encima haría casi inviable su supervivencia.

Pero, al mismo tiempo, su permanencia está poniendo en peligro la del pelotón en general y la de la carrera en particular, con episodios lamentables como el que dejó a Javier Romo fuera de la competición.

Muchos habláis del miembro de seguridad como el causante, pero quien desencadena todo no es él.

Y por encima de todo esto, está el garante del sistema: la Unión Ciclista Internacional.

Un ente que se ha lavado las manos de manera caprichosa, alegando una neutralidad que obviamente no existe, y que amenaza con cargarse la tercera grande del calendario.

¿Acaso alguien piensa en Suiza -sede de la UCI- que las protestas se van a callar, cuando en Oriente Medio la guerra, lejos de pararse, se está intensificando e involucrando a más actores?

La UCI debe tener mecanismos para poder poner fin a este sinsentido, a no ser que quienes la dirigen estén completamente manipulados y atados de manos… cosa que, la verdad, no nos extrañaría.

Digo lo de la UCI porque mucha gente señala a la Vuelta y al Gobierno para expulsar a un equipo. o invitarles a salir.

Lo segundo ya se ha hecho, en boca de Kiko García; lo primero, me da la sensación de que supondría un follón aún mayor del que ya se está generando en la propia carrera.

Dice Javier Guillén que ellos solo hacen una competición deportiva, que la organizan lo mejor que pueden y la sacan adelante.

Pero la situación ya trasciende mucho al deporte y a la propia Vuelta Ciclista a España.

La situación es global, y para emergencias globales están los agentes que tienen que tomar las decisiones.

El empeño de los patronos de Israel en seguir cueste lo que cueste en la carrera les va a costar la salud de sus propios corredores y staff.

Y, al mismo tiempo, pueden llevarse por delante la propia carrera y dejar la Vuelta Ciclista a España inconclusa.

Luego está lo de la UCI, como si lo de la Vuelta no fuera ciclismo, como si se tratara de algo que nova con ellos.

No nos olvidemos: estamos más cerca de que la Vuelta no concluya con normalidad que de que lo haga.

Imagen: Unipublic / Cxcling / Antonio Baixauli