La oficina de turismo que puede encontrarse en la calle Mayor de Calasparra reserva un pequeño rincón para uno de sus habitantes más singulares y reconocidos: el arquitecto Emilio Pérez Piñero. Aunque nació en Valencia, pasó gran parte de su vida en esta localidad de Murcia, en la que su memoria puede percibirse aún en los callejones y, sobre todo, en los tejados. Como si quisiera imitar los granos de arroz que caracterizan a su pueblo, el arquitecto Emilio Pérez Piñero estaba obsesionado con la fabricación de cúpulas. También en las estructuras plegables y desmontables.  Esta última obsesión se tradujo en una generosidad que acabó disparándole hacia la fama mundial: quería que todo el mundo tuviera acceso a la cultura y consiguió crear una gran estructura desmontable y barata que permitía celebrar espectáculos dentro de ella.

Los vecinos siguen acordándose de él y de su hermano José María, con el que trabajaba habitualmente y que murió de forma más reciente y menos trágica. Montserrat García, vecina del pueblo y antigua trabajadora del centro de turismo de Calasparra, donde se encuentra la exposición, es la encargada de guiarnos con cariño por la vida del arquitecto y por la humilde exposición que le recuerda.

Emilio Pérez Piñero no fue un alumno brillante o al menos, no hasta que su padre le animó a estudiar el bachillerato de ciencias. Fue entonces cuando empezó a sobresalir, llevándose un diploma al mérito académico. La pasión por los números y las estructuras ya había calado en los Pérez Piñero: su padre era ingeniero militar y su hermano mayor, José María, matemático. Emilio y su hermano trabajaban juntos muy a menudo y fueron esenciales en la vida y obra del otro. “Las malas lenguas de por aquí dicen que muchas veces José María era el cerebro de los proyectos y que Emilio se encargaba de la ejecución y el marketing”, bromea Montserrat.

En el año 1961 firma uno de sus primeros hitos: Emilio Pérez Piñero gana el premio de la Unión Internacional de Arquitectos en Londres para estudiantes de arquitectura con su proyecto Teatro Ambulante, que consistía en una pieza desmontable, plegable y económica que se pudiera transportar con facilidad. Tenía un aforo de unas 500 personas. Este proyecto fue absolutamente pionero y se sigue utilizando en nuestros días para el transporte de estructuras que albergan todo tipo de grandes espectáculos: gracias a este murciano hemos podido disfrutar de muchos festivales y conciertos. Construye por primera vez filas de sillas plegables y lo más importante, transportables para que el público pudiera disfrutar cómodamente de la función.

El teatro ambulante (Fundación Pérez Piñero)

De esta manera, el arquitecto integra las grandes vanguardias internacionales de arquitectura transportable en España y tuvo un peso importantísimo en la difusión cultural: unos espacios donde podían celebrarse conciertos o recitales, proyecciones de cine, funciones de teatro o de circo… que son baratos y que se pueden mover por una España en posguerra que los necesita más que nunca.

Aunque el padre del arquitecto era un reputado ingeniero militar republicano que llegó a pasar un tiempo en la cárcel, Franco lo recibió en más de una ocasión por la importancia de su obra. Además del circo ambulante, diseñó a finales de 1965 una cúpula desmontable que pudiera instalarse y abrirse en un lugar determinado desde un helicóptero. Este descubrimiento le mereció la atención de la mismísima NASA, que contactó con el calasparreño para un excéntrico plan que pasaba por construir invernaderos en la luna. No fue la única vez que la cúpula estadounidense —nunca mejor dicho— se puso en contacto con Pérez Piñero: la Armada Norteamericana también le pidió ayuda para ejecutar un proyecto militar en la Antártida.

Fue al final de la corta vida de Pérez Piñero cuando Dalí entró en escena. El célebre pintor había viajado por los Estados Unidos y se había quedado fascinado con algunas de las estructuras arquitectónicas que allí había. Conversó con algunos de los arquitectos más reputados del país porque le interesaba coronar su museo de Gerona con una cúpula. Los estadounidenses le indicaron que la respuesta a su demanda no estaba al otro lado del charco, sino en un pueblo de Murcia. En ese momento las vidas de los dos artistas se entrecruzan para siempre.

La cúpula para el museo Dalí (Fundación Pérez Piñero)

Pérez Piñero le fabrica una cúpula para su museo, pero sobre todo entablan una gran amistad que durará, literalmente, hasta el final de los días del arquitecto; pues en 1971 muere trágicamente en un accidente de tráfico en Castellón, volviendo de pasar unos días trabajando con Dalí. Fue un fallecimiento especialmente dramático, pues ese mismo año había sido galardonado con el premio Auguste Perret, el equivalente a recibir el Óscar en la arquitectura, y fueron su mujer y el mayor de sus cuatro hijos los que tuvieron que ir a recogerlo.

Montse, que además de guía es vecina del municipio, destaca la conmoción que supuso en Calasparra la muerte del arquitecto, y subraya su humildad y cercanía: “Tenía un Ferrari rojo, pero en cuanto entraba al pueblo cogía un coche muy viejo que tenía la familia, se ponía unos vaqueros y se iba a las tabernas a tomar un vino. Lo que más le gustaba era estar por aquí y hablar con la gente”.

El arquitecto con una de sus estructuras desplegables (Fundación Pérez Piñero)

El arquitecto acostumbraba a llevar una libreta y un lápiz en el bolsillo del pantalón, y cuando le venía la inspiración, se ponía a dibujar planos y proyectos en las servilletas de los bares, algunas de ellas enmarcadas en el pequeño rincón que le dedica Calasparra. «Y por aquel entonces no había ordenadores ni nada parecido, imagínate hacer todo lo que él hizo con un boli y una regla«, relata Montserrat García.

La obra del murciano sigue fascinando a todos los que se acercan a conocerla. “En una ocasión, vino al museo un arquitecto español muy reputado, y se quedó muchísimo rato mirando uno de los planos de las cúpulas. Estaba absolutamente fascinado porque ninguno de los cientos de triángulos que componían la estructura de la cúpula era igual que otro, pero todo encajaba a la perfección”, cuenta la guía.

Una anécdota similar se dio cuando intentaron instalar una de las cúpulas diseñadas por Pérez Piñero en el instituto del pueblo en la década de los 2000. “Se pusieron a intentar ensamblar triángulos, pero no les salía de ninguna manera”, narra Montserrat. ¿La solución? Recurrir a José María, el hermano matemático de Emilio, que aún seguía vivo. Este les reveló que ninguna de las piezas eran iguales y que tenían una posición muy concreta en la estructura. En el pueblo se cuenta que se sentó en una silla —esperemos que plegable— junto al instituto en el que trabajaban los obreros y se puso a guiarlos en el montaje mientras tomaba quintos de cerveza. Tras la ayuda del hermano del arquitecto, la cúpula estuvo lista en un tiempo récord.

Llenos de premios y brillantez, pero también de amabilidad y cercanía, en las cúpulas internacionales y en los arrozales del pueblo recuerdan los calasparreños a los Pérez Piñero en nuestros días. Y así pasa Emilio a la historia, a la mundial y a la local: como un genio pero, sobre todo, como uno más.

La oficina de turismo que puede encontrarse en la calle Mayor de Calasparra reserva un pequeño rincón para uno de sus habitantes más singulares y reconocidos: el arquitecto Emilio Pérez Piñero. Aunque nació en Valencia, pasó gran parte de su vida en esta localidad de Murcia, en la que su memoria puede percibirse aún en los callejones y, sobre todo, en los tejados. Como si quisiera imitar los granos de arroz que caracterizan a su pueblo, el arquitecto Emilio Pérez Piñero estaba obsesionado con la fabricación de cúpulas. También en las estructuras plegables y desmontables.  Esta última obsesión se tradujo en una generosidad que acabó disparándole hacia la fama mundial: quería que todo el mundo tuviera acceso a la cultura y consiguió crear una gran estructura desmontable y barata que permitía celebrar espectáculos dentro de ella.