Martes, 29 de julio 2025, 08:49
Un acontecimiento insólito, imprevisible y para muchos irrepetible genera siempre nuevas emociones en el cuerpo humano. El confinamiento y, por ende, la pandemia del coronavirus resultó ser aquel contexto particular que compartió toda una sociedad durante varios meses. Contexto que ocasionó estímulos como el estrés, aislamiento e interrupción social.
Pues bien, la investigación publicada de la mano de Nature Communications, una revista científica que abarca temas biológicos, físicos y químicos, expone que por estas causas la pandemia del Covid-19 pudo haber envejecido los cerebros de las personas en una media aproximada de unos 5,5 meses. Esta cifra incluso se aplica a aquellos que nunca contrajeron el virus.
Nerviosismo y soledad social
Los expertos de la Universidad de Nottingham quisierono ir más allá analizando escáneres cerebrales de casi 1.000 adultos sanos en los que se representan los cambios cerebrales vinculados a la pandemia independientemente de que la persona se hubiese contagiado por el virus. Estas prueban perciben que sentimientos de nerviosismos y soledad social dejaron marca en poblaciones enteras, sobre todo en perfiles como hombres, adultos mayores e individuos socioeconómicamente desfavorecidos.
El Doctor Ali-Reza Mohammadi, uno de los líderes en las investigaciones relata su impacto cuando conoció los resultados del estudio: «Lo que más me sorprendió fue que incluso las personas que no habían tenido Covid mostraron aumentos en la tasa de envejecimiento cerebral. Realmente muestra cuánto la experiencia de la propia pandemia, desde el aislamiento hasta la incertidumbre, puedo haber afectado la salud de nuestro cerebro».
Daños cerebrales reales a causa de la infección
Si bien se ha comentado que ya de por sí el particular contexto social que se estaba viviendo, por ejemplo, con el confinamiento, intensificó el envejecimiento de los cerebros en un periodo de 5 meses y medio, el estudio reveló que la propia infección del coronavirus dejó un importante deterioro cognitivo medible en los cerebros de aquellas personas que se infectaron. Se demostró que estos individuos acarreaban un rendimiento reducido en las pruebas que exigían medir la flexibilidad mental y la velocidad del procesamiento.
Sea como fuere, toda esta investigación destaca que las grandes alteraciones sociales perjudican gravemente la salud cerebral del individuo más allá de haber contraído o no el virus. Todavía se desconoce que estos cambios cerebrales sean reversibles, pues se tratan de datos que deberán de analizarse dentro de unos años. Aún así, la profesora Dorothee Auer, otra de las autoras principales del estudio, admite tener un «pensamiento alentador» y ve «posible» que se reviertan dichos efectos.
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