A eso de las dos de la tarde de ayer me asomo a la ventana del salón de mi casa y veo salir, por la cuestabajo de la calle Angustias, a los integrantes de ese escuadrón de jinetes que cabalgan a toda pastilla sobre un caballito de hierro de cabeza retorcida. Es la etapa contrarreloj de la Vuelta Ciclista a España que ayer se corrió en Valladolid, dejando a la ciudad empantanada por unas horas; pero, a cambio de eso, Valladolid enseñó su cara bonita al mundo del deporte durante el trazado –mermado sensiblemente el recorrido por temor a la protesta pro Palestina que había convocado el partido Podemos—y se vindicó por unas horas horas como enclave monumental donde los haya. Salían los corredores, precisamente, desde la llamada Corredera de San Pablo, teniendo por telón de fondo a la portada de gótico isabelino de la Iglesia del citado Santo; una obra de arte que asombra a quienes la ven por vez primera. La Corredera, digo, esto es, el lugar donde se corrían los toros del Raso de Portillo o los campos de Benavente y donde mató uno de ellos, de una lanzada, el emperador Carlos V, como bien se enseña en uno de los aguafuertes de Goya. Era el solar que vieron por primera vez los ojos de Felipe II y, por supuesto, sus herederos al trono, los Felipes tercero y cuarto de nuestra imperial historia.
Así, pues, el día de ayer, suscitaba remembranzas de pasadas glorias cuando se veían venir a los corredores desde la que fuera Corredera, embalados y temerarios, como debieron salir a aquella Plaza los toracos cerriles de una primigenia tauromaquia. A más de diez siglos de distancia, los toros ahora se corren en plaza cerrada, de gradas piedra y palcos de hierro. Ayer, salieron a su ruedo seis con el hierro de Victoriano del Río, ganadería que tiene un prestigio bien ganado y ganado de sobra para ser lidiado por estas alturas de la temporada taurina. Eso sí, algo disparejos los toros y de comportamiento bien diferente.
La contrarreloj y una friura liviana no restaron expectación a la corrida, que ofrecía un interesante mano a mano entre Alejandro Talavante y Emilio de Justo, dos toreros que triunfaron el pasado año en Valladolid de forma incontestable. Por tanto, se presentía un toma y daca interesante; y no digo apasionante, porque la pasión no aparece cuando los protagonistas amigan entre sí, se admiran y se respetan. Ya no se llevan esos rifirrafes de toreros agalludos que escupían por el colmillo y se desafiaban desde los sillones de sus barberos correspondientes, o cuando se cruzaban torvas miradas en los patios de cuadrillas.
Alejandro Talavante, en la segunda de abono de la feria de la Virgen de San Lorenzo. – Foto: Nacho Gallego (Efe)
A pesar de todo eso, no crean que Talavante y De Justo se relajaron una miaja. Ambos querían triunfar a toda costa, y también se vigilaban de soslayo; por ejemplo, Talavante, cuando se percató que a Emilio no le concedieron la segunda oreja de su primer toro, porque ello suponía, a mayores, una apretura a las clavijas de su actuación ante el que estaba por salir. Así es el torero de competitivo. Sí, muchas carantoñas y deseos suerte, pero cuando sale el toro no hay amistades que valgan.
A mayores, hay que consignar que los toros no respondieron a las expectativas. Bien cierto es que el primero acabó por tomar con gran nobleza, fijeza y largo recorrido las telas de torear, pero en ello tuvo mucho que ver Talavante, que lo entendió a la perfección y lo mató de una buena estocada. En cambio, al tercero se le pegó fuerte en varas y su evidente nobleza se fue apagando a medida que transcurría la faena. Alejandro, no obstante, nos obsequió con su rico repertorio muletero, donde no faltaron arrucinas y bernadinas, algunos muletazos de rodillas y una demostración de su poderío para imponerse ante las dificultades de algunas embestidas. Quiso poner cara la última fase de la corrida y recibió al quinto por faroles, realizando un explosivo comienzo de faena con las dos rodillas en tierra y después con un toreo armónico, despacioso, acariciante, muy templadito y muy hermoso, pero… se atascó con la espada y todo quedó en una cerrada ovación. ¡Qué le vamos a hacer! No solo pinchan los ciclistas.
Ya noche cerrada, Emilio de Justo, que se había ido a porta gayola a recibir a su segundo toro, que se le rajaría descaradamente y no pudo cuajar una faena brillante y le pinchó hasta hartarse, también pechó con otro toro conflictivo, lidiado en sexto lugar. Ahí realizó el torero un esfuerzo ímprobo por sacarle el máximo partido, a base de citarlo muy en corto y embarcarlo en la bamba de su muleta, en ese afán de que «la huela, pero no la coma». El estoconazo tiró al toro sin puntilla y le concedieron las dos orejas, sentenciando el supuesto «desafío» con una victoria numérica a su favor. Conste que también podría haberla obtenido Talavante, si no llega a marrar tanto y tan seguido con la espada en su tercer toro. Ni que decir tiene que Emilio fue llevado en hombros hasta el paseo de Zorrilla y gana el relato del mano a mano.
Fue en esas postrimerías del festejo cuando nos enteramos en el callejón de que Morante de la Puebla se cae del cartel en la corría de hoy. Le sustituye Emilio de Justo. De cajón.