palabras contadas

Todo es representación ensayada y alimenta a los epistemólogos del ‘scroll’ infinito

Banksy, no hay prisa

Jesús García Calero

Lejos está el día de 2005 en el que un joven y travieso grafitero conocido como Banksy colgó en una sala del Museo Británico un adoquín sobre el que había pintado un hombre rupestre empujando un carrito de súper. Con acciones atrevidas y activismo … afilado se hizo tan famoso que, pasados veinte años, es un artista medular del sistema capitalista y se ha ganado una ventana propia en el mercado del arte que no hace ascos a franquicias o museos propios. Y al mismo tiempo permanece como el héroe callejero de la crítica radical del sistema y el paladín de las ‘buenas causas’.

Hace unos días pintó frente a la sede judicial de Londres a un juez atacando a un manifestante, para denunciar la supuesta represión judicial frente al activismo propalestino. Volvió a hacer mucho ruido. Banksy sabía que la travesura acabaría en el borrado de la ‘pintada’ en un edificio protegido. La provocación siempre es, a la vez, medida y desmedida.

Como narra Carlos Granés en ‘El rugido de nuestro tiempo’ algo parecido le pasó a Damien Hirst, aquel ‘enfant terrible’ que aserraba cebras y tiburones en formol y que, cuando el mundo cambió de ‘buenas’ causas, ya tenía asegurada su fortuna como consecuencia. Todo es representación ensayada y alimenta a los epistemólogos del ‘scroll’ infinito.

Puede que la fusión de arte y activismo nunca tenga fin. Pero, ¿qué ocurre cuando la causa se impone al arte porque es la que domina el sistema? ¿Cuando volverá un pensamiento crítico que incluya al pensamiento crítico como objeto de crítica? No hay prisa.

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