Deshacer el nudo gordiano de una corrida con toros de Victorino Martín no es labor fácil. Se necesita oficio, mano izquierda (y derecha) y evitar … las interpretaciones meramente voluntaristas y subjetivas. Deben primar (sin k) los hechos. Y, con ellos, a partir de ellos, interpretar, cabalmente, lo sucedido. Y como elemento primario, nuclear, cabe poner de manifiesto que la mayoría de los albaserrada de la A coronada apenas pasaron por el peto en una ocasión. En la que el varilarguero no tuvo que emplearse de modo especial, y que fueron puestos en suerte a una mínima distancia de la cabalgadura. Y esto dice mucho, y a la vez supone un severo juicio crítico para los animales que se lidiaron en el coso del paseo de Zorrilla.

No fue una corrida enrazada. Y su mejor ejemplar, el tercero, de tímida encornadura, fue levemente protestado por su escaso trapío, es decir, por carecer del mismo. Se le dio la vuelta al ruedo, sin merecerla, lo que también es un indicio racional de (des) proporcionalidad. Pues sin ser un gran toro fue el mejor. De una corrida sin un gran desrazamiento, con la indefinición, condimentada en algún ejemplar (verbigracia el primero) con cierta debilidad, que fue un denominador común.

La tarde fue de Tomás Rufo, por su decisión, y por el inteligente paradigma argumental que aplicó. Que no fue el preconcebido para torear a los albaserrada, sino que cada faena gozó del formato adecuado para su oponente. No muy diferente, por decirlo así, a si se hubiera enfrentado a unos animales de procedencia Domecq, aunque con las notas marginales de unas embestidas nunca pacíficas. De ahí que las faenas, ambas, a su lote, no fueran las preconstituidas, y a veces precocinadas, que se ejecutan frente a los toros de Las Tiesas de Santa María.

Un momento de la actuación de Tomás Rufo.

Un momento de la actuación de Tomás Rufo.

R. J.

Su primer astado, tercero de la tarde, de cómoda presencia, sí mostró esa capacidad de excelencia en la humillación propia de los victorinos. De los que humillan, claro. Entrega absoluta del astado en su persecución textil, y trazos con mando y curvatura idóneos para lograr un recorrido ampliado del habitual. Equilibrio entre la exigencia y la libertad de expresión para el bóvido cárdeno. El animal ya había mostrado un galope vivo, rítmico, sin extraños, tanto que al relance se fue al caballo por su propia iniciativa.

No perdamos la pista de Tomás Rufo, que es un torero cada vez más interesante, y que no rehúye retos

Garboso con el capote había iniciado su tarea Rufo, muy metido en la faena, concentrado en su quehacer y, a su vez, dejando que la frescura de su toreo compacto y equilibrado fuera construyendo la trama de una obra muy bien secuenciada. Estocada trasera y levemente desprendida que, ahora lo explicamos, fue premiada con dos orejas.

Dos, dudosas en cuanto al valor absoluto de la valiosa faena, y escasas si se comparan con el peso de la que había sido premiada con un apéndice en el primer toro de la corrida, que había correspondido a Uceda Leal. Un albaserrada de poder contado, de astas comedidas, al que el madrileño ejecutó una faena de cordial clasicismo, pues el toro no acabó de entregarse.

Susto de Uceda Leal, sin consecuencias, en el cuarto de la tarde.

Susto de Uceda Leal, sin consecuencias, en el cuarto de la tarde.

R. J.

Uceda, que acompañó en la salida a hombros al triunfador Rufo, transmitió la serenidad del maestro, la doctrina senatorial de una veteranía que le ha hecho crecer en su carácter ceremonial, ritual, siempre ofreciendo a los tendidos una realidad equilibrada, nunca impostada.

Con el segundo de su lote emergieron muletazos cadenciosos, aunque su oponente embestía sin convencimiento. Algo brusco, cogió al diestro sin consecuencias. Pasada la desconfianza del incidente, Uceda Leal terminó su labor de muleta con un temple distinguido sobre la mano derecha. Aunque pinchó, y luego enterró la mitad de la longitud de la tizona, fue premiado, con petición dudosa, con un apéndice. Cabe aplicar al palco la atenuante de haberse sometido al principio de ‘in dubio pro torero’.

No fue una corrida enrazada. Y su mejor ejemplar, el tercero, fue levemente protestado por su escaso trapío

Pero no perdamos la pista de Rufo, que es un torero cada vez más interesante, y que no rehúye retos. Y que, como en los buenos planteamientos bélicos, sin dejar de adaptarse a las condiciones del enemigo, plantea la batalla sobre los argumentos de sus propios valores y condiciones. Y convicciones. Así, a las dos orejas del tercero sumó otra del sexto. Una faena que no alcanzó la intensidad de su primera, pero que evidenció un planteamiento inteligente en terrenos y distancias. Un apéndice pese a la media estocada, precio medio del trofeo durante la tarde.

Y Jiménez Fortes. Que fue quien se intentó acomodar más al planteamiento apriorístico que debe aplicarse ante los victorinos. Se excedió, sobre todo en el primero, en provocar embroques retrasados, que anulaban la posibilidad de sentir –y contemplar– el trazo del muletazo, la embestida embebida en la franela. Cierto que el toro ofrecía cierta vulgaridad, así que el resultado, paupérrimo, fue consecuencia de una concurrencia de culpas, como en los siniestros de tráfico. Ni se entendieron toro y torero, ni había base argumental para el diálogo.

Con el quinto, en el que tocó pelo para no incurrir en discriminación negativa, esos agravios tan a la moda, alargó sin piedad el trasteo. Intrascendente, por otra parte. Mató de estocada baja y efectos fulminantes. Precisamente por la trayectoria del acero. No hay mal que por bien no venga. Lo dicho.

Victorino y Carnero, mano a mano

En la distancia, se podía observar en el tendido 8 un peculiar mano mano. Entre el ganadero de la tarde, Victorino Martín, y el alcalde de la ciudad, Jesús Julio Carnero. Diálogo y gestos que denotaban más contenido y sustancia que el que ofrecieron el jueves Alejandro Talavante y Emilio de Justo. Ambos ocupando con discreción una localidad que no era de barrera, que tanto permite dejarse ver. Y no digamos el callejón, lugar idóneo para contemplar la lidia, cuando hacerlo es una cuestión obligada para el desarrollo de un encargo tan fundamental como el de la información. El caso es que el binomio simbolizaba con justicia el lugar recuperado por Valladolid en el planeta taurino. Tras, entre otras cuestiones, la cancelación de los trofeos San Pedro Regalado por el gobierno municipal de Puente, que en los ataques a la tauromaquia sí logró actuar con británica puntualidad.

Afortunadamente, con Carnero se ha recuperado la normalidad, y los toros no son tratados como materia vergonzante, sino como un ámbito de dignidad indudable de la cultura local. Comparten, villa y toreaje, patrón. Y, tras alguna intervención acertada del alcalde, se ha conseguido que los trofeos taurinos que premian lo mejor de la feria taurina desarrollen sus votaciones con transparencia y criterio.

Aunque a ambos, Victorino Martín y Jesús Julio Carnero, se les vio animosos durante la corrida, el ganadero no debió quedar muy conforme con el juego de sus toros. El mejor no tuvo un comportamiento muy albaserrada, y los demás ofrecieron tan solo algún rasgo de su meritoria y admirada estirpe bóvida de lidia.