Cuando Soledad Maura escuchó por primera vez el nombre y la historia de María Manuela Kirkpatrick le pareció un personaje inventado. Ella, investigadora, autora de … biografías y catedrática de literatura española y comparada en el Williams College de Massachusetts, nunca había oído hablar de esa mujer. Y cuando buscó información, tampoco encontró demasiado. Así que decidió escribirla, dar voz a esa malagueña cosmopolita e ilustrada que llegó a ser madre de la duquesa de Alba por la boda de su hija Paca y suegra del emperador Napoleón III por el matrimonio de su pequeña Eugenia. Pero María Manuela Kirkpatrick (Málaga, 1794- Madrid, 1879) era mucho más: gran anfitriona de reuniones sociales, amante de la cultura y con un don de gentes y una gracia natural para contar historias que inspiraron el mito de ‘Carmen’ de Prosper Mérimée. Su retrato preside ahora una de las salas de la exposición sobre la Casa de Alba que acoge el Centro Cultural Fundación Unicaja, en la plaza del Obispo.

La novela ‘Os escribo a todas’ (La Esfera de los Libros) reconstruye una vida eclipsada por la fama de sus hijas a través de la correspondencia que ella recibía y de los textos que sobre ella escribieron personas de su tiempo. Nada se conserva de su puño y letra, sus cartas –«debió escribir miles»– se quemaron en diferentes incendios en la casa de su buen amigo Mérimée y en el Palacio de Alba durante la Guerra Civil.

Lo único suyo que ha llegado hasta nuestros días es su testamento y el libro lo recoge tal cual por su singularidad. «Era muy raro que las mujeres hicieran testamento en el siglo XIX: solo podían las viudas que no se hubieran vuelto a casar y que tuvieran bienes de los que disponer. Una minoría muy minoritaria». En ese documento, «un autorretrato de quién es esa persona, qué le importa y en quién está pensando», se descubre su preocupación por dejar en buena situación a las mujeres de su entorno, desde su hermana hasta la persona que le ayudó con sus hijas.

María Manuela Kirkpatrick, con sus hijas Paca y Eugenia en 1837.

María Manuela Kirkpatrick, con sus hijas Paca y Eugenia en 1837.

Con lo que se conoce de su biografía y aquello que los demás le escribían, Soledad Maura compone la voz de María Manuela en la recta final de su vida. La sitúa en su finca de Carabanchel, con 85 años, dejando por escrito su vida para que no se olvide ni se desvirtúe. Porque, como cuenta la autora, «sufrió mucho las envidias de su entorno», y algunos la tildaron de «casamentera, ambiciosa y trepa» por lo bien que se relacionó. Pero no todo fueron éxitos. Su vida está también rodeada de tragedia, huérfana de madre desde muy joven por un envenenamiento accidental, vio morir a su hija Paca –casada con el duque de Alba– y a dos de sus nietos, y sufrió el cruel distanciamiento de su hija Eugenia cuando esta se convirtió en emperatriz de Francia. «Una cita muy famosa suya es que no había nada peor que ser suegra y extranjera», señala Maura.

En ese ejercicio de memoria, María Manuela viaja hasta su infancia en Málaga. Hija de un empresario escocés que instaló en Málaga su negocio de vinos, se crio en una casa encalada en un tono amarillo de la calle San Juan, y pasaba temporadas en una finca de campo de Churriana donde organizaban conciertos con música, en algunos casos, comprada directamente en Londres. Su padre logró ser cónsul de EE UU en Málaga, un cargo diplomático que ambicionó durante años, y que convirtió su hogar en un ir y venir de americanos. «Esa vida social tan abierta, esa combinación de ese mundo un poco cosmopolita y de negocios con el encanto malagueño, se queda con ella para toda la vida», afirma la autora.

Formada en Londres y París, acompañó al escritor Washington Irving en su visita a la Alhambra y recibió al historiador George Ticknor, que dejó escrito en sus diarios: «No me cabe duda de que es la mujer más culta y más interesante de toda España. Es joven, guapa y ha sido educada estricta y fielmente por su madre».

Soledad Maura, investigadora y catedrática de literatura española, firma 'Os escribo a todas' (La Esfera de los Libros).

Soledad Maura, investigadora y catedrática de literatura española, firma ‘Os escribo a todas’ (La Esfera de los Libros).

Para entonces ya era condesa de Teba y estaba casada con Cipriano Palafox y Portocarrero, también conde de Montijo y ya emparentado con la Casa de Alba por el matrimonio de su hermana. Un vínculo que se consolidaría con la boda de María Francisca de Sales Portocarrero, a la que llamaban Paca, la primera hija del matrimonio, con el duque de Alba. En ese momento, María Manuela llevaba ya varios años viuda, dedicada a la educación de sus hijas al más alto nivel. Entre sus tutores franceses estaban Stendhal y Prosper Mérimée, de quien se hizo gran amiga y aliada. Él la ayudó para casar a su segunda hija, Eugenia, con el emperador Napoleón III, y convirtió una de sus historias en la mítica ‘Carmen’ que Bizet llevaría a la ópera. Lo dice en una carta: «Querida condesa. Acabo de pasarme ocho días encerrado escribiendo (…) una historia que usted me contó hace quince años, y que temo haber estropeado. Era sobre un bravucón de Málaga que mató a su amante porque ella solo quería dedicarse a su público».

María Manuela era, como señala Maura, una mujer adelantada a su tiempo. En Madrid, tras el luto por la muerte de su marido, se convirtió en la anfitriona de cenas, tertulias culturales y bailes donde sus hijas se daban a conocer a la sociedad. «Transformó la vida social» en un Madrid del siglo XIX «apagado» y con poca actividad, cuenta la escritora. «Nadie le hacía competencia. Eso lo hereda de su padre». Ventura de la Vega, amigo, escribe teatro para representar en su casa de Carabanchel, organiza conciertos con los mejores músicos y Mérimée le manda lamparitas de papel chinas para decorar sus jardines.

Ella y sus hijas son parte de la exposición sobre la Casa de Alba que estos días acoge el Centro Cultural Fundación Unicaja. Están los retratos de Paca y también los cuadros, los recuerdos, los abanicos y hasta el mobiliario de la emperatriz Eugenia, que falleció en el Palacio de Liria, viuda y sin descendencia. Al final María Manuela lo consiguió: las tres dejaron su huella en la historia.