En nuestra cabeza, películas como Devuélvemela o La sustancia son éxitos que definen épocas del género del terror y el fantástico, marcan tendencias y llenan páginas y páginas de reflexiones como esta, pero a la hora de la verdad, la recaudación de Expediente Warren: El último rito va a hacer solo en su primera semana lo que ambas en todo su recorrido. Más allá de la calidad intrínseca de esta entrega, lo cierto es que desde hace un tiempo, las películas de la saga son miradas por encima del hombro por un buen sector de la crítica y público.

Ya pueden llenar las salas, que las películas con Annabelle no van a ser respetadas por el sector que dicta desde lo alto del sillón de las sentencias lo que realmente es «correcto» consumir. No es algo limitado al cine de terror, claro, pero a lo largo de la historia vemos cómo surgen recetas del éxito que pasan por una rueda de entusiasmo inicial, explotación y agotamiento. Las adaptaciones góticas de la Hammer son una buena muestra de ello, hasta nueve llegaron a hacer de Drácula, la última mezclando al vampiro con zombies chinos y kung fu.

Siempre es difícil aventurar lo que va a ocurrir, o darse cuenta mientras está ocurriendo, y lanzar la carta del agotamiento no siempre es una predicción segura, ahí tenemos a los zombies, a los que dieron por acabados el 2010 y ya en la gran pantalla de nuevo con 28 años después y el proyecto de secuela de Guerra Mundial Z como «prioridad absoluta» para Paramount. Por ello es difícil ponerle la tapa en el ataúd a una saga como la de Expediente Warren, especialmente cuando su última película bate récords.

Pero la conversación es otra cosa. No es la misma la bienvenida y consideración de la primera de la franquicia que todas las que han venido después, que incluso han llegado a arañar un poco el prestigio que pudo tener la saga, y poco menos se puede decir de la colección de Insidious. Ambas franquicias con el mismo sello, el de James Wan, que ha dominado la escena comercial del cine de terror durante una década, hasta que se ha ido dispersando, y dejando de tener la risa cómplice del público y crítica, aunque sigan yendo a verlas.

El terror predecible dejó de vender

Hay algo en sus trucos de barracón de feria que atrae al cine a la gente joven, que van a pasar el buen-mal rato con sus amigos, montar bulla o darse unos besos porque es el único sitio donde están lejos de la mirada de los mayores. Asistir a uno de estos rituales en una sala de cine llena de gente ayuda a entender por qué se sigue yendo a verlas sabiendo que «van a ser malas», pero entrando en una comunión con su carrusel de impactos que sencillamente no se pueden disfrutar de la misma forma junto a críticos peinándose el bigote.

No fue por nada que Warner Bros quisiera convertir todo lo que pasara por sus manos en el mismo tipo de evento, y así se explica que las dos adaptaciones de It tengan esa afinidad por la segmentación en sketches de valle y catarsis. Durante un tiempo, todas las películas tenían que ser así, surgían copias como churros, con títulos como Líbranos del Mal, Ouija: el origen del mal, La autopsia de Jane Doe, Cadáver, Verónica, Winchester, e incluso La maldición de Hill House. Requisito: posesiones, demonios y sustos. Si hay un caso real ya es la guinda.

Y es que todo esto tiene un puntito de querer creer, un toque Cuarto Milenio y de cuento de cura, pero esa hipnosis colectiva, ese «querer creer» se ha ido convirtiendo en descreimiento. Sabemos qué va a pasar cuando se cierre la puerta del espejo del baño. Sabemos que si la cámara se mueve a la izquierda, el fantasma saldrá por la derecha dando un grito. Además, Iker Jiménez ha dejado de hablar de fantasmas para convertirse en uno, signo de los tiempos, y quizá algo más.

Puede ser una prueba de que lo paranormal está empezando a verse desplazado por una visión más racionalista en el entretenimiento, moviéndonos del eros al thanatos tras una época de diablos y seres que no conocemos saliendo de cualquier rincón de nuestro dormitorio, de noche. Puede decirse que Hereditary comprimió y resumió todas las virtudes del género, porque, a pesar de que ahora se asocia a un cine de autor, también era una película de sustos, demonios e invocaciones.

Fue el mismo Ari Aster quien certificó el cambio cuando puso de moda el folk horror con su Midsommar, y por aquel entonces A24 era conocida como la marca de «cine de terror de prestigio», y ya se empezaba a hacer una división entre La monja –que en el mismo año de Hereditary logró 366 millones de dólares frente a los 80 de la de Aster– y el cine de un, por ejemplo, Robert Eggers o Jordan Peele. El universo Warren y sus imitaciones hacían mucho dinero, pero el cine indie iba plantando su semilla en el subconsciente colectivo.

Había un cambio ya en ciernes, también apoyado por la llegada de las series de nicho, que si bien probaron el «modelo Warren» en proyectos como El Exorcista o la obra de Mike Flanagan, permitieron la entrada de la experimentación en las temporadas más locas de American Horror Story o las adaptaciones de creepypastas de Channel Zero. Lo que nadie preveía en ese momento era la llegada de la pandemia de Covid, y ese ha sido un terremoto para una industria que ha conseguido salvarse gracias al terror.

El auge del gore y nuevos géneros

Las pequeñas inversiones han ido dando resultados y ejemplos de sorpresas como Smile en 2022 perpetuaron el modelo de James Wan, pero incorporando el gusto estético de las independientes, e incluso elementos de horror cósmico y de gore ausente en el Universo Warren o Insidious. También llegaron películas de culto como The Empty Man, siguiendo la ola lovecraftiana abierta por The Void y un aluvión de nuevos slashers que han pasado del reboot de Scream y Terrifier 2 a matanzas de todo tipo, incluso desde el punto de vista del asesino.

Mientras, A24 iba siendo desplazada por otra independiente como Neon, que ha ido marcando el pulso con su gran trabajo en el apartado de marketing, logrando éxitos como Longlegs y Together, que sigue el camino de La sustancia, otro bombazo que llevó conceptos de nueva carne a la gran pantalla, con una actriz como Demi Moore optando al Óscar por su performance entre pliegos de látex y esculturas de goma deforme y monstruosa. Sí, algo ha cambiado desde la época de los sustos cucú-trastrás supervisada por James Wan.

Hasta él mismo ha interpretado esta nueva era con su monstruo siamés de Maligno. Hay que poner en valor el trabajo previo de Spectrevision, la productora de Elijah Wood, con ideas bastante radicales y diferentes cuando nadie las estaba haciendo, puede decirse que su trilogía de oro fue Mandy, Daniel Isn’t Real y Color Out of Space, tres películas que cambian el foco del terror a un body horror psicodélico, inspirado en el trabajo de Stuart Gordon, el Cronenberg venéreo y Brian Yuzna, que tiene su reflejo en éxitos casi mainstream como Together.

Esto ha llevado a un cambio de paladar masivo, capaz de disfrutar de ofertas más festivas como Posesión Infernal: el despertar y llenar el cine durante todo agosto para ver a un Sam Raimi camuflado en estética creepypasta en Weapons. En cualquier caso, la predilección empieza a aceptar la comedia, e incluso el musical, como el caso de Los pecadores, muestra clara del riesgo que están tomando los grandes estudios confiando presupuestos inusuales para el cine de género.

Pero si hay un caso sintomático para entender cómo se ha digerido la tendencia es la popularidad de The Monkey, dirigida por un profeta de los «elevados» como es Oz Perkins y producida por James Wan, que acepta aquí una doble misión: introducir la comedia negra en un relato de Stephen King, y parodiar de nuevo –recordemos a la «antiAnnabelle» M3GAN– su propia obsesión por los muñecos siniestros, con un mono cargado de mala leche ¿No está Wan en el fondo manejando en la sombra los hilos de un nuevo cambio en el género?

El efecto de las redes sociales

Sería muy aventurado afirmarlo, lo que está claro es que tiene un olfato privilegiado y está leyendo perfectamente cómo los fans que una vez le auparon reniegan de un estilo que el construyó; cómo la cantidad y variedad de propuestas no solo ha agotado ciertas tendencias a gran velocidad, sino que ha convertido al público en «sibaritas» que rechazan pertenecer a un terror comercial para las masas, rechazando el «jumpscare», la representación total del mismo.

De ahí el odio vertido en redes en películas como Smile, la introducción de elementos de impacto bestial en la plantilla del «drama de duelo» que representa Devuélvemela o la vuelta de la ciencia ficción-terror de Alien: Romulus. La predilección es algo suficientemente ilustre o burlesco, que nos haga sentir mejores que esas películas que molaban hace más de una década, que se puedan viralizar en redes de alguna manera y, en definitiva, que eliminen la sensación de estar en sintonía con la plebe.

Tampoco se puede obviar la influencia de TikTok y las stories de Instagram, creando sus propios géneros de microcortos, a menudo creados con IA, imitando las estéticas de vídeo antiguo y el grano del VHS roto, confirmando la otra tendencia que elimina el clasicismo del cine de casa encantada, el analog horror, representado por series de youtube y mockumentaries asociados a creepypastas, y que se viralizó con propuestas pandémicas como Host o el fenómeno Skinamarink.

Otra ola que no se le escapa a Wan, que rápidamente produjo una versión cinematográfica de The Backrooms, la webserie más popular de este movimiento surgido de los creadores de contenido, que intercalan los fallos del sistema y los espacios liminales en narrativas afines a la ciencia ficción. Nuevos lenguajes que están por consolidarse en grandes eventos de gran pantalla como sigue siendo Expediente Warren, pues el mainstream siempre acaba absorbiendo lo que interesa masivamente, así que es la prueba de fuego.

Guste más o menos, es improbable que el terror concebido como espectáculo desaparezca así como así, por lo pronto tendrá su versión en la pequeña pantalla en la próxima serie It: Bienvenidos a Derry y está por ver si dentro del próximo universo Warren, pues tras el éxito de El último rito, no es muy probable que Warner Bros desenchufe tan fácilmente la corriente a una saga que lleva más de 2200 milllones de dólares recaudados. No demos por muerto un estilo que ha tenido sus propias permutaciones y disfraces durante todas las décadas.