Una gran desdicha amenaza a Barcelona si antes de un año, porque la fecha límite es septiembre de 2026, no encuentra un nuevo hogar el Institut d’Estudis Fotogràfics de Catalunya (IEFC). Las obras de puesta al día del recinto de la Escola Industrial de Barcelona, un proyecto encomiable a poco que se sepa la positiva transformación que comportará para la Esquerra del Eixample, tiene lo que en los prospectos de los medicamentos se suele advertir como un efecto adverso. El IEFC, que ocupa una pequeña porción de uno de los edificios, tiene que mudarse y, ya se sabe, si en esta ciudad no es sencillo para sus vecinos encontrar piso, mucho menos lo es aún para una escuela como esta, que nació hace medio siglo sin ánimo de lucro y que, por lo tanto, un alquiler podría dentro de un año forzar su desaparición. Lo dicho, sería una desdicha. ¿Por qué? Quizá con algún ejemplo se puede comprender mejor.
Del IEFC salen cada año graduados en toda esa variedad de oficios que de un modo u otro están vinculados a la fotografía. Con 15 personas de plantilla fija y medio centenar de profesores que imparten clases a unos 400 estudiantes, el instituto ofrece también cursos de iniciación, talleres de fin de semana, estudios ‘on-line’… El abanico de lecciones con las que salir titulado del IEFC es amplísimo. Y no se limita solo a las distintas especialidades que se pueden llevar a cabo tras el visor de una cámara (publicitaria, experimental, analógica…), sino que también se forman ahí los expertos en trabajo de laboratorio y en el dominio de los distintos programas de edición por ordenador. Y, además, el IEFC es un centro maestro en un aspecto nunca suficientemente aplaudido, el de las labores de archivo, o, dicho de otro modo, la lucha contra la desmemoria. Es ese último capítulo el que sirve en bandeja el ejemplo antes prometido.
Hace tres años fue noticia el IEFC porque allí se presentó el resultado de los siete años de trabajo que una fundación llevó a cabo para rescatar los fondos de la Fototipia Thomas, una empresa que en 1889 se instaló en los bajos del 293 de la calle de Mallorca (es imposible no reparar en esa finca cuando se pasa frente a ella), porque se estaban disgregando y vendiendo al mejor postor en todo tipo de subastas. Los más de 25.000 negativos de la colección Thomas eran un retrato formidable del pasado colectivo y su venta al por menor sería poco menos que trocear una obra maestra de El Prado y que cada comprador se llevara un centímetro cuadrado a su casa. Merece la pena adentrarse, pues, en el apartado de colecciones de la web del IEFC, porque es una de las maneras de comprender la magnitud de la catástrofe que puede ocurrir dentro de un año, es decir, la posibilidad de que se interrumpa la brillante trayectoria de ese instituto y todo cuanto ha hecho desde 1972 por esta ciudad.
Uno de los álbumes de fotografía antigua depositados en los archivos del IEFC. / IEFC
Ahí, en la web, a disposición de la curiosidad de cualquiera, está un aperitivo de la colección Thomas, y de la Esteve Terradas (1883-1950), y de la de Francesc Boada (1885-1969), y de la de Rafael Areñas (1883-1938), y de la de Antoni Arissa (1900-1980), y el de la de… La lista es larga. Vaya y vean. Los fondos que atesora el IEFC quitan el hipo por su volumen, más de 800.000 imágenes, vamos, un retrato en alta definición del pasado. Hay que sumar a eso una colección de más de 7.000 libros de fotografía, que se dice pronto, y, por supuesto, hay que hacer una mención especial al legado que dejó Miquel Galmes (1937-2015), fundador del IEFC hace 53 años, que dejó en herencia un conjunto de piezas con las que, según el actual director del instituto, Josep Maria de Llobet, hasta se podría armar un museo de aúpa.
Lo que menos podía esperar De Llobet hace dos años cuando accedió al cargo era tener que lidiar con el conflicto inmobiliario que ahora le quita el sueño, y que le sucediera precisamente a él, que como fotógrafo tiene en su currículum dos magníficas aproximaciones a la crisis de la vivienda y al cáncer de la gentrificación que padece Barcelona.
El laboratorio de revelado analógico del instituto, un equipamiento en peligro de extinción. / IEFC
¿Hay alguna solución en el horizonte? La Escola Industrial dio cobijo al IEFC cuando nació como proyecto, en 1972 y, además lo hizo de una manera altruista que nunca se ha interrumpido. Jamás le ha cobrado alquiler por el espacio que ocupa en una puerta lateral de la antigua residencia de estudiantes. De Llobet es muy consciente de ello. También lo es de que el proyecto de reforma de ese recinto de la calle de Urgell es, como se dice a veces, un proyecto de ciudad, que en este caso corre a cargo de la Diputació de Barcelona, dueña y gestora de ese inmenso espacio. El problema es que las obras previstas no dejan margen para que el IEFC mantenga su labor educativa y cultural en esa dirección postal y el problema aún mayor es que no es sencillo encontrar en el mercado de alquiler los casi 1.000 metros cuadrados que necesita para sobrevivir, con la condición, además, de que necesita al menos un techo alto para montar el estudio de trabajo y una sala adecuada para reacomodar el laboratorio de revelado. Por competir, el IEFC no puede hacerlo ni con lo que pagan los supermercados de 24 horas. Por eso reclama ayuda a la Diputación, que ha recogido en parte el guante y se ha puesto en contacto con el Ayuntamiento de Barcelona. A fin de cuentas (conviene subrayarlo), el IEFC, aunque sea un centro privado, no es un negocio. Lo que sí es, es una constante vital de la salud de la ciudad. Hay muchas más, por supuesto, pero coinciden en decir quienes por ahí han pasado que Barcelona sería algo menos interesante en su ausencia.
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