En ‘El último arrebato’, Marta Medina (Valladolid, 1986) y Enrique Lavigne (Madrid, 1967) proponen un heterodoxo e inusual acercamiento a la figura y la obra … del realizador donostiarra Iván Zulueta, que no excluye incursiones en la autoficción con escenas sobre los altibajos del rodaje y de su propia relación. El documental, que se proyectará en la sección Zabaltegi-Tabakalera del Zinemaldia, se aproxima a la vida del director de ‘Arrebato’ a través de testimonios de personas cercanas, pero también indaga en sus archivos, desde 2022 en manos de Filmoteca. El resultado es una propuesta inclasificable que busca contagiarse del espíritu libérrimo de la mítica película de Zulueta.

– Descartaron desde el principio hacer un documental de ‘bustos parlantes’, lo cual les obligó a explorar otros formatos. ¿Fue complicado dar con el tono exacto?

Marta Medina: Ha sido una película que hemos hecho durante tres años. Hemos estado buscando mucho tiempo porque lo que teníamos claro es que las películas que a nosotros nos gustan no son las de ‘bustos parlantes’. Queríamos arriesgar un poco y acercarnos a la forma de ver el cine de Zulueta. La trama más heterodoxa de nuestra historia la hemos construido a medida que hacíamos el documental.

Enrique Lavigne: Nos hemos rebelado contra lo que inicialmente fue un encargo para hacer un documental sobre Iván Zulueta y ‘Arrebato’. En un principio, me lo pensé porque yo soy productor y tampoco tenía muy claro por qué yo, que no conocía a Iván. Sin embargo, tuve la osadía de decir que sí y entonces ya uno va entrampándose. La opinión que nosotros podamos dar sobre Iván no es algo que a la gente le pueda importar, así que teníamos que buscar la película en otro sitio. Hoy he estado trabajando con el tráiler y nos ha salido algo absolutamente informativo que traicionaba todo lo que queríamos hacer. Es más un caleidoscopio sobre Iván, sobre su manera de ver el cine y la vida, y cómo ‘Arrebato’ no es capaz de discernir qué es lo uno y qué lo otro.

– M. M.: Queríamos mostrar que es imposible que el cine no contagie lo que ocurre a su alrededor y que lo que ocurre en torno al cine no se contagie a la película. Hemos intentado que se vea también esa parte autobiográfica y mostrar cómo a lo largo de estos tres años hemos cambiado, crecido, discutido y renunciado a hacer la película.

– E. L.: También hemos roto…

– M. M: … y hemos vuelto. ‘Arrebato’ también habla de cómo pasas al otro lado de la pantalla y lo que hay en ese lugar también te influye a ti.

– Han colocado ‘Arrebato’ en el centro del documental para remontarse primero en la vida de Zulueta y avanzar después sobre lo que vino a continuación. Y de paso han retratado dos ciudades –Donostia y Madrid–, y dos épocas.

– E. L.: Tenemos cerca de ocho horas de película y con más participantes, pero nos dimos cuenta de que lo que nos interesaba era nuestra relación con ‘Arrebato’ y nuestra investigación sobre Iván a través de las personas que realmente tuvo cerca. Iván tuvo una ventana abierta a Madrid desde la Plaza de España, desde la cual experimentaba, y otra abierta a La Concha desde Aloha, la casa familiar. Estas dos pantallas de cine son sus pantallas de vida y el resto del tiempo fue un eremita que vivió en estos dos edificios.

– Mantuvo sus mundos en Madrid y Donostia como dos compartimentos estancos en los que los que pertenecían a uno nunca se mezclaron con los del otro. La vida familiar y la vida más…

– M. M.: Sí, más experimental. La única que estuvo en sus dos mundos fue Virginia (Montenegro). Por otro lado, su familia está muy presente en sus películas en super 8 por esa necesidad que tenía de registrar todo lo que tenía a su alrededor. Rodaba tanto los momentos con su familia o con su perro como su vida más nocturna en Madrid.

– E. L.: Hay algo parecido en la propia ‘Arrebato’: está el protagonista José Sirgado (Eusebio Poncela) en su apartamento y está también en la casa familiar, donde Zulueta incorpora esa vida que hacía lejos del mundanal ruido de Madrid.

– M. M.: Siempre esa vuelta a la infancia.

– ¿Es paradójico que un chico conservador de una buena familia donostiarra firmara una obra tan rompedora?

– M.M.: Es que no creo que él fuera conservador, aunque viniera de un entorno que sí lo era. Estaba continuamente experimentando tanto en su cine como en su propia vida. Ves cómo se rueda a sí mismo, trabajando la luz, los colores… Era un gran curioso y eso le llevaba a experimentar. Pasa de ser un chico con jersey de pico a ser un melenudo.

– ¿Cómo fue bucear en todo ese archivo de filmaciones caseras o incluso de su infancia que guarda Filmoteca?

– M. M.: Virginia rescató ese material que se iba a perder y Filmoteca lo restauró. Hemos visto todos los materiales de todas las épocas, en busca de lo que rimara con lo que nosotros estábamos haciendo. Y hemos visto que muchos de esos cortos eran bocetos de lo que luego aparece en ‘Arrebato’.

– E. L.: Hay una cosa curiosa que se dice en el documental y es que ‘Arrebato’ es una ópera prima y, a la vez, una película testamentaria. Es como si todo lo que Zulueta experimentó a lo largo de su vida hubiera quedado congelado en esa película única que le vació. Todo lo que había sido él está ahí dentro y después fue incapaz de desarrollar esa cosmogonía que ya había volcado en esa película.

– ¿Es una película que conviene ver a una determinada edad, como pasa con ciertas lecturas?

– E. L.: Es un debate que tengo con muchos amigos cineastas y siempre llegamos a la misma conclusión. Nacho Vigalondo, por ejemplo, dice que da igual a qué edad la veas porque siempre es una película diferente. Yo la vi por primera vez con dieciséis años y me pegó un palo porque no sabía lo que estaba viendo. Tardé muchos años en entender que dentro había un ‘flashback’… Realmente, su estructura es muy marciana y durante décadas vi una película diferente a la que he visto en estos últimos tres años, en los que me ha importado mucho más esa vuelta a la infancia, por ejemplo. La película fascina y va a seguir haciéndolo por su carácter poliédrico, por su capacidad de cambiar. Por ser una película mutante.

–M. M.: No recuerdo exactamente cuándo vi por primera vez ‘Arrebato’, pero cada vez que la veo encuentro cosas que no recordaba. La voy cosiendo en mi cabeza y voy encontrando nuevos significados porque hay muchas cosas que están apuntadas, pero no subrayadas. Creo que da igual la edad que tengas, te sorprende cada vez que la ves.

– Su película evoca o directamente da voz a unas cuantas personas ya fallecidas, el último, Eusebio Poncela.

– E. L: Realmente, de las personas que han participado es la última que pensábamos que iba a desaparecer tan pronto. Es verdad que ‘El último arrebato’ tiene desde el principio un tono crepuscular por las personas que están envueltas en ella y por la sensación de que hay algo en el cine que se está diluyendo y desapareciendo.

– ¿Es una buena idea dirigir a cuatro manos?

– M. M.: Yo creo que sí porque Enrique y yo nos complementamos. Tú, ¿qué crees?

– E. L.: Ha sido una experiencia que queremos volver a repetir. Hubiera sido incapaz de asumir la dirección yo solo. Por otra parte, hay partes que hemos rodado por separado, algunas están y otras se quedaron fuera. La película recoge lo mejor de las ideas de los dos.

– ¿Qué función cumplen las escenas dramatizadas del trabajo y la relación entre ustedes dos durante la gestación del proyecto y el rodaje?

– M. M.: Hay partes que están obviamente dramatizadas, pero era lo que en realidad pasaba.

– E. L.: Como en ‘Arrebato’, es casi una ‘home movie’, casi una película que puedes hacer de forma impulsiva teniendo una cámara al lado… Tienes la sensación de que la situación por la que estás pasando y lo que acabas de decir son verdad. Aunque las palabras no sean las mismas, la sensación que queda sí lo es. Si hay algo que esta película comparte con ‘Arrebato’ es la sensación de inmediatez. En la película de Zulueta ves que hay dos o tres personas que están viviendo algo a través de la pantalla y a nosotros nos pasa lo mismo. Ha sido un misterio hasta el final porque aunque haya escenas dramatizadas, nada es mentira. Todas las sensaciones que se producen ahí delante –nuestra tristeza, nuestros entusiasmos…–, surgen en ese momento, no están rodadas al día siguiente.

– M. M.: El último viaje a Donostia fue con la sensación de que había que acabar esto…

– E. L.:… porque ya no nos podíamos ni ver.

– Pese a que poco queda de la Aloha familiar, sí quisieron ir a la villa de los Zulueta.

– M. M.: Yo quería saltar la verja, pero no me dejaron…

– E. L.: Sí te dejábamos, pero había gente dentro.

–M. M.: Está la importancia del magnolio porque es donde está Iván.

– E. L.: Nosotros no sabíamos dónde estaba enterrado Iván. No hay trampas, nos enteramos por Virgina a medida que el proyecto avanzaba porque ella tampoco tenía muy claro si quería participar en el documental porque no nos conocía de nada. Como albacea y amiga de Iván, como la persona que ha cuidado de su imagen, ha intentado apartar a las moscas y evitar justamente esto. El único sitio en el que ha querido aparecer –y porque durante estos tres años nos ha conocido poco a poco y se ha fiado–, ha sido en nuestra película. Por eso nos parece que tiene mucho valor, se nota esa honestidad ahí.