Todo parece ir bien. Una terracita con amigos, cerveza fresca, la tarde que se deshilacha y una agradable conversación. Los astros se han aliado para … que esta sea una velada de charleta y tranquilidad. Sin embargo, Daniel Viñé (Valladolid, 1980) se empieza a poner nervioso. Por el rabillo del ojo ve cómo el atardecer comienza a hacer de las suyas, las nubes cogen color, a su alrededor se dibuja una estampa que, si no la atrapa al instante, en seguida se desvanecerá.
Y entonces, piensa que ojalá tuviera a mano su cámara de fotos, que por qué se habrá dejado en casa el dron. «A veces me pasa, si estoy en un sitio espectacular y con buena luz, siempre imagino la foto que podría hacer». La imagen que se podría sumar a su impresionante colección, la instantánea que podría añadir a un catálogo que ya reúne los paisajes más bellos del mundo.
Viñé acaba de recibir el premio como segundo mejor fotógrafo del año en el International Aerial Photographer, un galardón que convoca el equipo australiano que desde 2014 organiza el International Landscape Photographer y que reconoce el mejor trabajo de fotografía aérea del mundo, con más de 1.500 participantes. La imagen más destacada de Daniel en este concurso es la de una calavera que dibuja la lava de un volcán islandés. El jurado ha elogiado cómo este trabajo captura desde el cielo la belleza y la crudeza del planeta. Daniel no duda en calificarla como una de las fotos de su vida… y eso que conseguirla no fue sencillo.
Volcán Fagradalsfjall, Islandia. Fotografía aérea realizada con dron durante la erupción de 2021. «Cuando ese día el volcán se apagó la textura de la lava y la forma del volcán recordaba a una calavera».
Fotografía cedida por Daniel Viñé
Estamos en el año 2001, todavía con el recuerdo de la última ola de la covid. Viajar fuera de Europa aún es complicado, con una gincana de pruebas y test en los aeropuertos. Así que Daniel y su mujer deciden que este verano el viaje será por Islandia, un territorio que regala paisajes impagables. En marzo había entrado en erupción el Fagradalsfjall, un volcán no excesivamente peligroso. «La lava fluía lentamente, no liberaba gases tóxicos». Por eso, era casi una atracción más de la zona. Y hasta allí se acercó Daniel.
«El primer día que llegamos, me agobié un poco. Había helicópteros, avionetas, más de cien personas viéndolo donde estábamos nosotros». Demasiado jaleo si uno quiere captar la naturaleza salvaje en esplendor. Así que Daniel comenzó a trazar su plan. «Por aquella época del año, a finales de julio y principios de agosto, amanecía a las seis de la mañana. Y yo tenía que estar antes de esa hora allí. Me estudié la ruta para llegar de noche, porque era más de una hora caminando (y otras dos más en coche desde el hotel)». Se levantó a medianoche, condujo hasta el inicio del sendero, emprendió la caminata y, más de tres horas de trayecto después, comenzó a desplegar su equipo.
«El volcán echaba lava cada diez o doce horas y luego estaba otras tantas apagado. A mí me pilló el momento en el que se empezaba a apagar y me disgusté un poco, porque la lava fría tiene un tono más feo». Sin embargo… Sin embargo, antes de que esa lava se apaciguara, adquirió una textura especial. Con un foco de calor menos asfixiante, Daniel acercó todo lo que pudo el dron. Y descubrió que el cono del volcán, desde el aire, parecía una calavera. Y que la lava, en sus surcos aleatorios por el terreno, había dibujado los ojos, la boca, la nariz.
Esa foto le ha permitido ganar «bastante concursos». El último, este que ha premiado la mejor fotografía aérea de paisajes del mundo. Aunque Daniel tiene muchas más que podrían haber obtenido el galardón.
Ah-Shi-Sle-Pah, Nuevo México, EE. UU. «Un desierto que parece de otro planeta por su geología, donde destaca su formación llamada trono de Alien. Fotografía realizada al atardecer con cámara».
Fotografía cedida por Daniel Viñé
«Yo no soy fotógrafo profesional», asegura este vallisoletano que trabaja como técnico de imagen para el diagnóstico en un hospital. «Soy la persona que hace radiografías, resonancias, pruebas diagnósticas por rayos». El fotógrafo de paisajes que, en su trabajo, toma imágenes del interior del ser humano.
«Nunca he querido mezclar mi empleo con mi pasión», cuenta. Una afición que comenzó, de manera aficionada, hace casi veinte años, cuando con una cámara compacta («de esas de tres y cinco megapíxeles») capturaba momentos de sus viajes para recordarlos después. «Aprovechaba las escapadas para hacer fotos. En Lisboa, en Florencia… Yo intentaba hacer fotos bonitas, pero era más difícil de lo que había pensado en un primer momento». Así que comenzó a leer libros, a meterse en foros de fotógrafos (por aquel entonces estaban en pañales tanto las redes sociales como Youtube). Cambió la cámara compacta por una réflex, cada vez por un equipo mejor. «Me empecé a complicar la vida». Y bendita complicación.
Cao Bang, Vietnam. «Zona montañosa y muy poco turística cerca de la frontera con China. Fotografía aérea al amanecer, con montañas kársticas y nieblas envolventes».
Cedida por Daniel Viñé.
Hay quien se pone detrás de la cámara para captar retratos, estampas urbanas, escenas cotidianas. Daniel siempre quiso posar su mirada en los paisajes más espectaculares del planeta, con su ultragran angular, con sus drones, con una planificación medida de aquello que quiere fotografiar. «Intento hacer dos o tres viajes al año y me gusta planificarlos con tiempo. No solo los viajes, los alojamientos, los vehículos de alquiler, sino también los sitios que voy a visitar». Con mucha antelación, Daniel busca el trabajo de otros fotógrafos (algunos, de los lugares a los que se va a desplazar), apunta localizaciones que pueden tener un gran potencial, consulta aplicaciones para saber por qué lugar aparecerá el sol, por dónde anochecerá («me gusta el paisaje nocturno») y dónde podría ser el mejor lugar para colocarse con su cámara. A veces, cuando llega allí, se lo sabe ya casi de memoria. Casi siempre, se sorprende porque la naturaleza siempre es más espectacular de lo que podría parecer. Y el reto está en atraparla en una fotografía, que la imagen haga honores al paisaje que se extiende ante la mirada.
Cono de Arita, Puna Argentina. «Formación geológica casi cónica en el sur del Salar de Arizaro, el tercer salar más grande del mundo. Fotografía aérea al atardecer con drone».
Fotografía cedida por Daniel Viñé.
«Hay paisajes que son muy agradecidos. Uno que tenemos muy cerquita, por ejemplo, es Picos de Europa». Pero también coge la maleta y sus bártulos y se planta en Namibia (con sus desiertos de dunas) o La Puna, una región al noroeste de Argentina que está casi sin explorar. Al menos, fotográficamente. «La Patagonia, Iguazú, Perito Moreno están mucho más explotados, pero La Puna es un lugar más desconocido». Estuvo, junto con otros fotógrafos, la pasada primavera. Se metieron por pistas con el 4×4, recorrieron territorios donde ni siquiera había señal para los móviles… y de allí se trajo unos paisajes que ahora, poco a poco, presenta en su web y su perfil de Instagram (@danielvgphoto). «Muestro mis fotos en Internet. Tal vez debería preparar alguna exposición», dice. De momento, está tan solo en el escaparate digital. Allí pueden disfrutarse imágenes tomadas en Vietnam, Estados Unidos, Escocia, Indonesia, Holanda, Marruecos, Singapur.
Lac Montagnon, Pirineos Franceses. «Acampé junto al lago para fotografiar su característica forma de corazón bajo el cielo nocturno. Usé mi cámara astromodificada y un star tracker para captar con detalle la Vía Láctea».
Daniel Viñé
¿Y Valladolid? «El problema es que en Valladolid no tenemos paisajes en apariencia tan espectacular. Hay mucho campo de cultivo, muchos pinares… Pero no tenemos grandes bosques, lagos, montañas, playas salvajes. Eso sí, puedes hacer cosas muy chulas una mañana de niebla en el pinar… o en los campos de lavanda de Tiedra», dice Daniel Viñé, el fotógrafo vallisoletano que captura con su cámara los paisajes más bellos del planeta.