Si funciona, haz más. Alarga la historia. Repite. Es una de las máximas que parece haber asumido la audiencia acostumbrada a las tropelías de una industria llena de subproductos, spin-offs y series-del personaje-secundario-de-la-cuarta-temporada. Por eso, el soplo de aire fresco que supuso Mare of Easttown para HBO, empujó a sus seguidores a exigir una nueva temporada de una serie que siempre estuvo planteada como miniserie de historia autoconclusiva. Y fin.
De hecho, hasta Kate Winslet, su protagonista, llegó a afirmar que si hiciesen una nueva temporada no solo la historia tendría que ser muy buena sino menos exigente a nivel emocional, pues la actriz quedó exhausta por el nivel de tensión emocional que soportó. Bien es cierto que su maravillosa interpretación le mereció el Globo de Oro.
Desde aquel éxito, Brad Ingelsby, el creador de la serie, tenía el beneplácito de los accionistas de la cadena perteneciente a Warner Bros para hacer algo parecido… pero no igual. HBO no quería un clon, y como entre sus fans se contaba el CEO de la empresa, Casey Bloys, natural de la misma Pensilvania que Ingelsby, no cuesta imaginarlos negociando otra serie ambientada en el estado que tan bien conocen.
Task es eso: una sucesora del éxito de Mare of Easttown, no de Mare of Easttown. Por mucho que el anzuelo inicial de fichar a una estrella para interpretar a un detective en horas bajas –esta vez es Mark Ruffalo–, brille de forma similar. Task se reivindica como otra cosa. Un thriller, sí, pero con ambiciones propias, un tempo distinto y unas virtudes que la convierten en una compleja e intensa caza del gato y el ratón.
Un interesante contraste
En las afueras de Filadelfia, una casa solitaria escondida entre bosques de robles y tamarindos, protege al ladrón. Es un hogar humilde, que perteneció al hermano fallecido del ladrón, y en el que ahora conviven como buenamente pueden este y sus dos hijos, con la hija del hermano. De día, el ladrón trabaja de basurero. De noche, asalta narcopisos, robando el dinero a quien menos debería hacerlo.
En los barrios residenciales y tranquilos de la ciudad más poblada de Pensilvania, una casita de las de porche de madera y bellas plantas, césped bien cortado y patio trasero, vive el policía. Es un hombre que llegó a ser agente del FBI persiguiendo un sentido del orden que no encontró siendo cura. Aunque pasa por una depresión que le ha alejado un tiempo del trabajo de campo, los de arriba quieren que forme un equipo para cazar al ladrón.
Entre estos dos mundos se genera el caldo de cultivo del que surge el pulso iniciático de Task, que si bien en sus primeros compases tiene algún atraco, se centra mucho más en asentar un tono propio del drama indie norteamericano entre el imaginario visual de Derek Cianfrance y el de Martin McDonagh. Y que en su corazón, maneja una serie de códigos morales que problematizan la dinámica poli-caco con una serie de lecturas interesante sobre la clase social, los pecados heredados y la imposibilidad del borrón y cuenta nueva.
Con el añadido de que sus dos protagonistas, Mark Ruffalo como el agente del FBI depresivo Tom Brandis y Tom Pelphrey como el basurero roba-traficantes Robbie Prendergrast, ofrecen dos interpretaciones complejas y maravillosas. Ninguno quiere hacer lo que hace, y eso es interesantísimo en tanto que juega contra la intuición. Ambos luchan contra las circunstancias y toman el camino arduo sin pensar en ellos mismos. Y eso dota al conjunto de un aire trágico sumamente interesante.
Una serie que se complejiza pero muestra sus flaquezas
Task crece capítulo a capítulo, con los mimbres adecuados y un control exhaustivo de la atmósfera. La trama criminal se complejiza con la llegada de la banda de moteros, dueña de los narcopisos atracados por Robbie. Y la policíaca hace lo propio con la exploración de la psique de los cuatro agentes al cargo de Tom, que persiguen no tanto al ladrón como evitar una escalada de violencia que llene las calles de Filadelfia de sangre.
Por supuesto, el quehacer edípico manda que intentando evitar el desastre se cometan las peores tropelías. Y ahí, entre hombres que no quieren hacer lo que hacen, y pecados que se cometen por las circunstancias y no por la voluntad, el guion que firma el propio Ingelsby teje una buena red, que llega a cautivar.
Aunque en lo formal pierde el empaque que tuvo Mare of Easttown, puesto que la dirección de los siete capítulos de Craig Zobel unificaba el tono y el tempo, incluso el lenguaje audiovisual de la anterior serie de Ingelsby. En esta ocasión nada es tan compacto, tal vez porque que la dirección se la reparten Jeremiah Zagar y Salli Richardson-Whitfield –cuatro episodios el primero y tres la segunda–, y el libreto de varios capítulos está influenciado por David Obzud, que fue asesor policial en aquella, y aparece acreditado como propietario de la historia de tres episodios.
Sea como fuere, Task puede ofrecer uno de los grandes thrillers de la temporada, no tanto por la gestión de la tensión en pantalla como por la ejemplar forma de construir un gran drama criminal, de aire trágico y mirada compungida. Un buen ejemplo de lo que las miniseries pueden llegar a ser, si se confía en sus creadores y sus intérpretes.