El “loco” de la familia, internado en el Psiquiátrico Infanto Juvenil del Talar, habla sin pelos en la lengua: “¿por qué no nos juntamos acá, ponemos las sillas en círculo, tomamos mate y me oyen contar cómo casi mato a mi hermanito?”. Thiago, a punto de cumplir 19 años, está en carne viva por la muerte de su madre. Detesta pasar el verano con su padre en La Lobería, un espacio imaginario en la provincia de Buenos Aires al que define como “un club informal de familias con plata jugando a ser pobres por un mes, sin electricidad ni agua corriente ni cloacas”. En el fuego, en la destrucción, encontrará una alegría secreta inconfesable. 

Bruno, que extraña el desorden de Buenos Aires, estudia, trabaja y toca el bajo en Wisconsin (Estados Unidos) y se enamora de una chica que quiere enfocarse en la fotografía y dice que no tiene tiempo para estar en una relación. Cuando internan en un geriátrico a la abuela de Pilar, ella queda a la deriva, de la casa de una amiga de la madre a dormir en una baulera. Los tres comparten la fragilidad emocional y conforman una pequeña comunidad que intenta sobrevivir a los mandatos y opresiones familiares.

En Los nuevos (Emecé), Pedro Mairal explora un tema tan complejo y actual como la salud mental de tres adolescentes en tránsito hacia la juventud, “Hijos únicos”, como el nombre de la banda que armarán hacia el final de la novela, y logra capturar la angustia y desesperación que genera esa gran trituradora existencial de las imposiciones paternas o maternas. A Thiago, el “loco” de la familia, lo asiste la plena razón cuando afirma: “Si no crecés como ellos quieren, prefieren que no crezcas”. Su última novela, de casi 450 páginas, le llevó mucho tiempo de escritura, tanto como El año del desierto. “Hay novelas que te demandan tiempo en aceptar que hay que sacar cosas; cortar es doloroso, pero es necesario”, explica el autor de las novelas Una noche con Sabrina Love, que fue llevada al cine; Salvatierra y La uruguaya, también adaptada al cine. “Sacar es importante y es muy interesante ver cómo al cortar entra ahí el lector para que termine de imaginar lo que falta y pueda participar del acabado de una historia”, agrega el escritor que nació en Buenos Aires en 1970 y vive en Montevideo hace cinco años.

Mairal publicó también el volumen de cuentos Breves amores eternos; los libros de poesía Tigre como los pájaros, Consumidor final y Pornosonetos; la novela en sonetos El gran surubí y las crónicas y columnas reunidas en Maniobras de evasión y Esta historia ya no está disponible. Junto al músico Rafael Otegui integra el dúo Pensé que era viernes y entre los temas más recordados del dúo se destaca la canción “La vidita”, que aparece en la película La uruguaya.

En carne viva

-“Hay que dejar que la música haga su trabajo de erosión. Confío en eso. Pero puede llevar años”, postula Thiago al comienzo de la novela. ¿La escritura también hace su trabajo de erosión?

-¡Qué bueno que notaste esa frase! Thiago la dice con respecto a su amigo Bruno; que la fuerza de la música va a terminar ganando sobre el mandato familiar. Y ahí está la palabra erosión, como algo casi geológico, la lentitud de la naturaleza que va a carcomer algo, que va a lograr ganar pero a su propia velocidad. Hay algo con las voces que surgen al escribir que es erosivo. Cuando una voz se va imponiendo, le gana a tu silencio, a tu miedo a escribir mal, al miedo de arruinar una idea. Le gana a las otras historias que tenés en la cabeza, a un montón de impedimentos que van contra la escritura; entonces hay una confianza en dejar que la fuerza de la historia siga su curso, y uno casi es como un médium. Y tenés que respetarla en el sentido de que no la podés manejar mucho para donde querés. La voz de Thiago surgió de una manera muy impulsiva, muy misteriosa para mí. ¿Quién es ese chico en carne viva? Sé que tiene cosas mías, por ejemplo que se murió mi madre hace poco tiempo. Pero ese chico en carne viva, en ese verano, ¿de dónde sale? La novela empieza con la voz de Thiago, que habla de su amigo Bruno, que está estudiando en Wisconsin. Después escribí la parte de Bruno y la de Pilar, que me dio mucho trabajo.

-¿Por qué te dio trabajo la voz de Pilar?

-Escribí muchas versiones porque estaba haciendo una cosa muy injusta con el personaje, que era pedirle que cerrara las líneas argumentales de los otros, pero ella me reclamaba su propia historia. Por más que Pilar sea una figura que congrega y arma, pedía su propia historia y eso me exigió escribir muchas versiones hasta dar con la definitiva. En la tercera parte hay un desplazamiento de la voz narrativa, se pasan la pelota un poco de Thiago a Pilar, y ese desplazamiento me liberó mucho. Yo no sé si toda la novela está contada por Thiago al final o si toda la novela está contada por Pilar; fue la primera vez que me pasó eso y me dio mucho vértigo esa ambivalencia. Yo siempre soy bastante control freak, pero si no dejás que la historia tome su propio curso, se muere; la asfixiás. 

La fragilidad mental

-Thiago en un momento plantea que no es un narrador confiable. ¿Por qué te interesaba trabajar con este tipo de narradores?

-Cuál es el pacto de lectura, ¿no? Porque Thiago cuenta que está en un avión y la otra voz dice: “no voy a decir dónde, pero estás en otro lugar y ni siquiera estás escribiendo”. Las voces de Pilar y de Thiago en la última parte se interrumpen un poco, se desmienten y se desenmascaran. Eso me resultó inquietante y pensé en la manera en que aparece esa voz en Distancia de rescate, de Samantha Schweblin, que empieza con una voz en cursiva que dice “son como gusanos”. La voz que aparece en Distancia de rescate es una voz medio flotante, que no es tan clara, y eso me interesó mucho. Entonces busqué que las voces de Thiago y Pilar ejercieran una influencia medio flotante que vuelve al relato poco confiable. Los dos narradores son poco confiables y me resultó interesante romper ese pacto de lectura que establece que vas a creer en lo que cuentan los narradores. Pero de pronto alguien dice: “Eso no fue así”.

-Thiago advierte: “Cuando sos loco, hacés un gran servicio a la comunidad. Todos se tranquilizan, porque el loco sos vos. Sos el imán de la locura colectiva, el extractor, el superconductor, canalizás la demencia comunitaria y la actuás toda vos solito para que los demás sean los cuerdos, los lógicos, los coherentes”. Aunque Los nuevos explora el tránsito de tres adolescentes hacia la juventud, es una novela que aborda el la salud mental, y Thiago carga con la mochila de ser “el loco de la familia”, ¿no?

-Sí, totalmente, es el loco de la familia. Y creo que tenés razón: la salud mental es completamente central en el libro para los tres personajes, porque los tres tienen momentos en que se rompen. Thiago, claramente, tiene un brote, que podría llegar a ser un brote psicótico o episodios confusionales, cuando se pone la túnica de su mamá. Él está atravesando el duelo por la muerte de su mamá. Bruno tiene ese colapso nervioso muy grande cuando se ríen de él mientras está trabajando y Pilar termina durmiendo en la baulera del departamento de su abuela, ella también se quiebra. Los tres son como borders; siempre pienso en la fragilidad mental porque tengo la sensación de que estamos todos con la mecha corta, aguantando cosas, y nuestros cerebros están bajo una presión enorme con toda la información que recibimos y que no estamos preparados para soportar. Thiago está bajo una presión enorme y desenmascara la hipocresía de ese balneario (La Lobería) “hippie chic” en donde van a jugar a la precariedad, donde van a jugar al rancho, dice Thiago, que tiene mucha bronca. Hay algo con la fragilidad mental que lo vivo como un temor cercano, supongo que por haber vivido el deterioro mental de mi mamá durante tantos años y que me hizo asomar a que las mentes coherentes, lúcidas, lógicas, no están a salvo de la locura o el deterioro mental. Yo recuerdo una vez que estaba manejando y la estaba llevando a mi mamá, que estaba mal (una afasia por la que fue perdiendo el lenguaje y esa pérdida también le provocaba alucinaciones), y estaba mi hijito chiquito que me hablaba de dragones: “¡Papá, vienen los dragones!”. A mi mamá se le mezclaba el discurso del nieto y decía “doblá por Lugones que están los dragones”… Yo pensaba: “Soy el único coherente acá, estoy entre dos locos, un loco chiquito que jugaba y que todavía no estaba en un plano lógico y coherente, y mi mamá que se estaba yendo del plano coherente. Y ahí percibís que esa cosa de aguantar y ser lógico da miedo y que incluso tenés que luchar para que tu cordura no colapse. La literatura es un lugar donde puedo enloquecer. Yo puedo romper, puedo soltar y decir: “acá soy loco; no tengo que estar pagando impuestos ni aguantando. Acá rompo todo”. Cuando alguien asume el lugar de la locura, los demás respiran aliviados. “¡Mirá cómo se rompió este; qué alivio a mí no me tocó!”…

La familia molecular

-Bruno, Pilar y Thiago deciden vivir juntos y arman una suerte de familia con la que tratan de sobrevivir a sus familias biológicas. ¿Por qué la familia de los tres chicos aparece como un lugar de mucha desdicha y opresión?

-Los tres están desprendiéndose de esas familias, de esos mandatos que, como siempre, son con las mejores intenciones, y están tratando de hacer sus vidas por primera vez. Las mejores intenciones pueden ser terribles. Ellos están saliendo de sus familias biológicas para formar esta especie de familia molecular, diría Luis Chaves (la familia molecular es la familia que vas armando con amigos por fuera del ámbito familiar). Pero sus familias biológicas los boicotean y ellos se asumen como “los nuevos”, que es la identidad que les da el playero. Cuando ellos le van a llevar un regalo al playero, que los salvó de la policía, como el playero no se acuerda Thiago le dice: “somos los nuevos”. Yo no tenía el título de la novela y ahí me di cuenta de que había una identidad dada a ellos por alguien que los mira de afuera, a la vez que los cuida. Esta es la primera vez que me pasa que me encariño mucho con los personajes, a un nivel que me costaba maltratarlos. Bruno se enamora hasta el caracú, pero si no le rompo el corazón, no hay historia. Y yo decía cómo voy a destrozar a este chico… Todos esos momentos en que les pasan cosas difíciles me hacía sentir como un Dios cruel. Nunca me había pasado esto. Me encariñé con los tres personajes, me dieron mucha ternura y ganas de cuidarlos. Nunca había trabajado personajes así, siempre había trabajado desde las tramas.

-¿Fue un desafío tratar de captar algo de la insatisfacción vital de los adolescentes de este tiempo?

-Yo me alimenté más de mi momento vulnerable en los 90; son chicos de esta época que tienen redes sociales y celular; y sucedió el Mundial de Qatar hace poco, pero no quise hacer una cosa etnográfica de los jóvenes de hoy. Creo que no me hubiera salido porque no sé bien cómo piensa alguien de 19 años. Traté de instalarme en esa etapa de la vida, en el tránsito entre la adolescencia y la juventud, pensando en mi momento vulnerable… No creo que hayan cambiado tanto las cosas de los 90 a ahora en cuanto a que si te enamorás y te rompen el corazón es más o menos lo mismo. En todo caso, quizás lo doloroso hoy es que ves a tu ex por las redes sociales, pero la mecánica de los cuerpos y de las emociones es medio parecida, como también el vértigo de salir de tu casa y empezar a trabajar. Me alimenté más de mi momento vulnerable, cuando tenía 19 años.

¿En ese momento ya escribías o todavía no?

 

Escribía un poco. Yo había empezado medicina, pero largué en el ciclo básico; y no me animaba a decirle a mis viejos porque tenían mucho ilusión con el hijo médico. Yo iba a la cafetería de la universidad porque tenía que salir de casa. Estuve varios meses así; había fracasado plenamente en Química y Matemática… creo que había dado Sociedad y Estado, pero en las demás materias como Biología ya me había quedado afuera. Estiré la mentira mucho tiempo y se destapó la olla porque había otro chico, hijo de una amiga de mamá, que iba conmigo a Matemática, se enteraron mis viejos y fue una catástrofe. En esa época estaban dando una película que se llamaba La sociedad de los poetas muertos, donde hay un chico que se suicida porque no lo dejan estudiar teatro y yo quería estudiar literatura. Le dije a mis viejos que tenían que ver esa película, que para mí era muy importante. Volvieron pálidos del cine, yo les hice una psicopateada terrible, casi que les estaba diciendo: “si no estudio lo que quiero, me suicido”. Por supuesto que no pensaba en suicidarme. “Vos tenés que estudiar lo que quieras”, me dijeron. Gracias a mi psicopateada acá estoy. Cuando tengo un deseo con la literatura, muevo las montañas. En mi familia no había una figura que se dedicara a algo creativo; había una tradición de profesionales que tenían la idea de trabajar en algo que diera plata. Y tuve que salirme de eso y hacer mi camino a mi velocidad. Es el día de hoy que le digo a mi viejo que estoy escribiendo un guión de una película y me dice: “¿Y te pagan por eso?”. Para él no hay circulación de dinero fuera del mundo empresarial.  

 

La música como mensaje cifrado

En “Los nuevos” aparece más la música que en otras novelas; es como si el escritor y el músico se integraran plenamente, ¿no?

 

-Me gusta eso porque la novela está atravesada por la música. Thiago en cuanto puede elegir una canción en el viaje en auto con el viejo le mete la música que le gustaba a la mamá, Chico Buarque. Bruno no habla con su viejo, pero el viejo le manda unas playlist donde él cree que le está diciendo algo a través de esas canciones. La abuela de Pilar le enseña a su nieta el tango “La última curda”. La música en el libro funciona como un mensaje que el otro decodifica como quiere. Al final de la novela hay un código QR que te lleva a tres canciones de la banda Hijos Únicos (Thiago, Bruno y Pilar). Yo escribí las canciones, pero no quise intervenir más que con una vocecita, que aparece, en el fondo, hablando. Hubo una grabación verdadera de esa banda ficticia que se llama Hijos Únicos. Me gustaba que hubiera un bonus track que te sacara de la novela y te llevara a otra parte, como si algo se hubiera desprendido del libro hacia el plano real. La experiencia de lectura cambió mucho y la gente ahora busca las cosas que uno menciona. La música funciona como un mensaje cifrado: te digo lo que no te puedo decir.