La Vuelta 2025 se ha estrellado contra la realidad de un boicot anunciado, de un fracaso tan previsible como las empinadas cuestas asturianas del Angliru. La presencia del equipo Israel-Premier Tech ha convertido las carreteras de Bilbao, Valladolid o Madrid en un campo de batalla. ¿A quién se le ocurrió pensar que no iba a pasar nada? ¿Quién, en su ingenuidad o cinismo, creyó que el deporte podía mantenerse al margen de la hambruna y matanza que sufre una población asediada? La cuestión de fondo, al margen de La Vuelta, es que Israel no merece un trato distinto al de Rusia tras Ucrania: exclusión, sanciones y presión hasta que cese la barbarie en Gaza.
El desastre se gestó desde el kilómetro cero en Turín el 23 de agosto. Las protestas han ido creciendo hasta su apoteosis de caos en las calles Madrid, última etapa, que finalmente fue suspendida pese al amplio dispositivo policial desplegado. Unipublic, la agencia organizadora de La Vuelta, insinuó hace días que el equipo israelí debería retirarse, pero este, ligado a un empresario cercano a Benjamín Netanyahu, se aferró a su plaza, ocultando su nombre en las equipaciones. ¿Quién pensó que este circo rodaría sin consecuencias? A esta hipocresía se suma la del Gobierno de Pedro Sánchez, cuya postura destila oportunismo. El delegado del Gobierno en Madrid, responsable de garantizar la seguridad y el desarrollo de La Vuelta, no solo falló en su cometido, sino que apareció públicamente satisfecho por el desenlace, como si el autoboicot fuera una victoria política, enmascarando el final violento. ¿Es cierto que la Policía recibió órdenes de no actuar? Esta actitud refleja una doble moral, si el Ejecutivo español quería tomar partido debería haberlo hecho con claridad desde el principio, por ejemplo, exigiendo la expulsión del equipo israelí para que hubiera Vuelta, en lugar de parapetarse detrás del boicot para sacar réditos políticos.
Pese a toda la politiquería, la legitimidad de la protesta es incuestionable. La limpieza étnica, documentada por Amnistía Internacional y otros organismos, no es un debate: es un hecho que exige coherencia. Rusia fue expulsada del deporte global, o del festival de Eurovisión, tras invadir Ucrania. ¿Por qué a Israel no se le da el mismo trato? Este boicot, pese al daño que ha infligido a los deportistas, es un eco de la historia. Al igual que los boicots al apartheid sudafricano, que marcaron un antes y un después en la conciencia global, la indiferencia ante lo que sucede en Gaza no es una opción. La Vuelta, un negocio millonario, paga el precio de ignorar la realidad: no se puede pedalear bajo la bandera de un Estado que está cometiendo crímenes de guerra y esperar que no ocurra nada.