De un puñado de manifestantes intentando cortar el paso al equipo israelí en Figueres, en la etapa 5 de la Vuelta, hasta la rendición de la organización a 55 kilómetros de la última meta, con más de 100.000 manifestantes condenando el genocidio en Gaza y las banderas palestinas como único trazado posible. Si la Vuelta pretendía ser un recorrido ciclista por España, sus jornadas terminaron supeditadas a otro mapa de nuestro país, a una geografía psicosocial a la que ni organización ni pelotón supieron cómo reaccionar. Etapa a etapa, con los recorridos alterados o recortados o directamente parados en seco por la protesta, con finales en los que ni los propios ciclistas tenían claro el destino, de haberlo, espectadores de 190 países tuvieron la oportunidad de ver lo que vivían nuestros pueblos y ciudades: que el malestar contra la intervención de Israel en Gaza estaba más, mucho más extendido de lo que buena parte del sistema estaba dispuesta a admitir.

La Vuelta se había iniciado con la peor de las noticias: la confirmación por parte de la ONU de la hambruna “completamente provocada por la acción humana” en Gaza, respaldada por cuatro organizaciones mundiales –OMS, PMA, FAO, UNICEF– en una investigación cofinanciada por la Unión Europea, el Reino Unido y Canadá. Algo que llegaba después de que a principios de agosto se pusiese una cifra al horror: ya habían muerto 18.000 niños, 64.000 civiles en total. Pocas horas después del gesto de Figueres que puso en marcha las protestas, António Guterres, secretario general de la ONU, pedía tanto la liberación de los rehenes que aún quedaban en manos de Hamás –el detonante de la operación en Gaza, junto al asesinato de 815 civiles israelíes y más de 300 militares, el día 7 de octubre de 2023– como instaba a Israel atenerse a una “humanidad básica”, en vez de la responsable de una Gaza “llena de escombros, llena de cuerpos, y llena de ejemplos de lo que pueden ser graves violaciones del derecho internacional”. Naciones Unidas lleva denunciando que las acciones de Israel son «consistentes con un genocidio» desde 2024.

Las protestas en la Vuelta también contaban con un par de elementos que no se han dado en la otra gran competición internacional de estas fechas: el Eurobasket. Allí, Israel ha encontrado algunas protestas –varias docenas de manifestantes en la previa del Polonia-Israel celebrado el 30 de agosto en Polonia, por ejemplo–, pero entre el formato de estadio y que el torneo se ha celebrado entre cuatro países, el combinado israelí pudo jugar sin problemas hasta su eliminación en octavos por la Grecia de los hermanos Antetokoumpo. Diferentes están siendo las cosas en la clasificación para el Mundial de Fútbol, donde Israel ha encontrado protestas en Italia –incluyendo una carta de la Asociación de Entrenadores de Italia a su propia federación pidiendo que soliciten la exclusión de Israel de las competiciones oficiales de la FIFA– y un espinoso encuentro futuro en Noruega, país también con una opinión pública mayormente propalestina. Allí, en el próximo duelo –en octubre– en Noruega, la federación noruega se ha comprometido a donar la recaudación íntegra del encuentro contra Israel a organizaciones de ayuda humanitaria en Gaza, mientras Israel ha respondido a Noruega que esperan “que no esté recaudando fondos para organizaciones terroristas”.

En España, sin embargo, las protestas han cumplido más que de sobra sus objetivos: no sólo han atraído la atención internacional (con halagos y quejas), sino que han creado una ocasión para el Gobierno de elevar el listón retórico y de medidas contra Israel –en un país en el que tradicionalmente el rechazo a la guerra y a los delitos de lesa humanidad se extiende socialmente más allá de las ideologías–. Algo que ha culminado con el presidente Pedro Sánchez pidiendo hoy la expulsión de Israel de todas las competiciones deportivas, poniendo el ejemplo de Rusia –y Bielorrusia; ambos países no pueden competir con su bandera o su himno en las competiciones internacionales desde que el COI pidiese este boicot a las federaciones internacionales cuatro días después de la invasión de Ucrania, en febrero de 2022–. La misma postura que había defendido dos días antes la ministra de Deportes, Pilar Alegría, en Radio Nacional. Un llamamiento que hasta ahora no había lanzado en público ningún primer ministro occidental. El COI, hasta ahora, ha considerado que Israel no ha incumplido la Carta Olímpica como lo hicieron Rusia y Bielorrusia.