Como cantan los viejos, tocan los niños, de Jan Steen.
El diseño de los espacios culturales
Acaban de finalizar las obras de las Reales Atarazanas de Sevilla, un edificio cuyos orígenes se remontan al siglo XIII, encargado por Alfonso X el Sabio como factoría naval. A lo largo de sus siglos ha tenido usos de lo más variopintos: factoría de barcos, mercado de pescado, almacén, cuartel militar… Y ahora, tras un ambicioso y complicado proyecto firmado por Guillermo Vázquez Consuegra, llega el uso florero, es decir, cultural.
Digo florero porque en algún momento de los últimos diez o quince años alguien decidió que el uso de este espacio debía ser cultural, así, a secas. Imagino que porque lo cultural queda bonito para el márquetin institucional. Y así ha seguido la cosa, con diferentes gobiernos de distintos colores y diversos actores privados: nadie ha puesto en duda el uso cultural del espacio. Lo que nadie ha concretado es el uso real del mismo. Sí, cultural, pero ¿qué cultura debería tener cabida entre los arcos semienterrados de las Atarazanas? En un momento dado, la Fundación La Caixa decidió que podía llevar allí su primer Caixaforum de Andalucía, pero abortaron la operación cuando una asociación patrimonialista de rancia tradición decidió ganar protagonismo mediático torpedeando cualquier acción referida al edificio que no contara con sus parabienes decimonónicos. Más allá de esta opción como sede del Caixaforum —la única mínimamente seria—, las Atarazanas han tenido que oír las más peregrinas propuestas: nueva sede del Centro Andaluz de Arte Contemporáneo, museo de las Américas, del mar (en una ciudad sin mar)…
Así pues, ahora mismo, a finales del verano de 2025, a las Atarazanas las están envolviendo en papel de regalo para la institución que se va a hacer cargo de su uso: la Fundación Cajasol, apéndice extraño de la Fundación La Caixa y heredera de las muy añoradas obras sociales de la Caja San Fernando y El Monte. Esta fundación cuenta ya con un más que notable y asentado espacio cultural en la plaza de San Francisco, justo a la espalda del Ayuntamiento hispalense, en pleno centro histórico.
Sobre el futuro más o menos inmediato de las Atarazanas seguimos sin saber nada, salvo su uso como florero, es decir, como espacio cultural a secas. ¿Será un callejón sin salida como los muchos que pululan por la propia Sevilla y por tantas ciudades españolas? Espacios donde cabe de todo porque en su momento no se decidió el uso real y, una vez acabados, nadie ha sido capaz de dar con la tecla de los contenidos apropiados.
La Fundación Cajasol lleva a cabo una programación que Vargas Llosa llamaría del espectáculo, donde caben los toros, la Semana Santa, la literatura de grandes nombres, la Navidad, algo de música y una cierta visión del arte contemporáneo del siglo pasado, además de numerosas charlas y presentaciones. Tiene un público fiel y numeroso que agradece este tipo de oferta cultural, que además ocupa un espacio propio y necesario en la agenda de la ciudad. La duda es si se va a diseñar un nuevo programa de contenidos para las Atarazanas o si se va a llevar esta programación, aumentándola hasta, quizás, el infinito. Así se ha creado la Fundación Atarazanas de Sevilla, que repite el mismo organigrama de la propia Fundación Cajasol, lo que hace pensar en esta segunda opción. Por no entrar en la ausencia de expertos culturales en el listado. Lo cierto es que, a obra terminada, se sigue sin saber cuáles son los apellidos que el uso cultural va a tener.
Por otra parte, tampoco se trata de nada nuevo bajo el sol cultural patrio. Las Atarazanas son solo un ejemplo más, más gravoso si se quiere por su historia, su tamaño, la inversión realizada y las expectativas institucionales y ciudadanas. Existen numerosos espacios, sobre todo si son históricos, a los que se les asigna el uso cultural pero sin que medie el más mínimo criterio ni prospección de las necesidades culturales del territorio. Ninguna administración suele pararse a mirar la cultura de su ciudad: ¿faltan o sobran auditorios, salas de exposiciones, espacios escénicos? ¿Tienen todos los medios artísticos espacios donde poder mostrar obras? ¿Existen espacios de creación además de exhibición? Es decir, nadie se molesta en ver qué necesita, desde un punto de vista cultural, un territorio concreto. En muchas ocasiones se apuesta, a veces con ingentes cantidades de dinero (lo cual es más sangrante aún en un medio tan infrafinanciado en España como es el cultural), por la moda —llámese Guggenheim o Matadero— y se clonan usos y programaciones que nunca acaban calando fuera del territorio para donde fueron pensadas y terminan por abandonarse, creando nuevos callejones sin salida culturales/festivos/comerciales.
En un artículo previo lamentaba y trataba de explicar cómo la burocracia ha hecho, de facto, imposible diseñar e implementar una política cultural digna de tal nombre. Los espacios culturales floreros como las Atarazanas que acabo de explicar me llevan a otro problema grave de la cultura nacional y que va de la mano de la dictadura de la burocracia: la falta de interés institucional, público o privado, por desarrollar políticas culturales realistas y de base. Si las trabas administrativas, con sus plazos, requerimientos y reparos imposibles, acaban por marchitar cualquier esfuerzo profesional de políticos, gestores y creadores, la falta de rigor a la hora de diseñar políticas culturales y, en el caso que nos ocupa, espacios culturales, termina por hacer de la cultura pública un espacio cada vez más conquistado por el espectáculo y el negocio puro y duro, a lo que se suman de vez en cuando compromisos políticos y sociales e intereses profesionales más cercanos al gusto personal que a la necesidad del sector y la sociedad. Si a esto se le suma el tsunami de los contenidos de diseño marcados por el imperio de la moda cultural del momento, tenemos una política cultural que ha abandonado la base cultural y a los creadores que no salen en los medios y a los que los algoritmos nunca darán oportunidad alguna.
Uno de los sectores que más sufren este abandono institucional y político es el de los jóvenes creadores y gestores. ¿Creen por un momento que una institución va a ceder un espacio recién inaugurado, con todo el equipamiento recién estrenado, a un colectivo de jóvenes creadores o a un comisario o gestor cultural recién salido del máster de turno? ¿Creen que una banda recién creada va a poder tocar en alguno de los miles de festivales que inundan las ciudades y hasta pueblos del país, que únicamente se nutren de bandas consolidadas que les aseguran entradas, titulares y tweets? ¿Creen que un centro de arte contemporáneo va a contratar a uno de estos jóvenes comisarios o va a exponer a una nueva generación de artistas plásticos?
Un ejemplo: la Junta de Andalucía, en plena crisis financiera, canceló el programa de Arte y Creación Joven Desencaja, uno de los programas de este tipo más ambiciosos del país, por el que pasaron Pony Bravo, los Hermanos MP Rosado, Zahara o José Pablo García. No solo nadie lloró ni ningún medio se hizo eco, sino que aún hoy los jóvenes creadores andaluces siguen sin tener un asidero que les ayude y apoye en los primeros pasos profesionales. ¿Cuántos creadores se habrán quedado por el camino? ¿Cuántas instituciones siguen funcionando con el piloto automático puesto, sin cumplir con sus obligaciones? ¿Para qué sirven las administraciones culturales si no aseguran que la ciudadanía pueda acceder a una oferta cultural amplia y variada ni permiten a creadores que no sean mediáticos desarrollarse artísticamente?
Ni resulta complejo administrativamente ni supone una inversión descomunal encargar a profesionales —a gestores culturales conocedores del territorio— estudios que analicen la realidad cultural de esas ciudades, que definan cuáles son las necesidades culturales, cuáles los focos de desarrollo, dónde están las oportunidades culturales que pueden ayudar al desarrollo del territorio. Hay que saber qué medios artísticos están desarrollados y cuáles tienen mimbres para crecer, qué tipología de gestores trabajan en la ciudad. Sobre esos informes se pueden decidir usos culturales que sean efectivos y útiles, para la cultura y para el resto de la sociedad. Así, además de un mayor aprovechamiento de los recursos públicos, se crearán espacios efectivos, aumentando la vinculación de las administraciones con la ciudadanía.
Eso sí, estos estudios y análisis hay que hacerlos antes del proyecto arquitectónico. Si hay necesidad de espacios de formación, de nada sirve un edificio con un magnífico auditorio sin aulas; si, por el contrario, se necesitan salas de exposiciones, es inútil y caro, de cara a la programación, levantar grandes espacios diáfanos que luego haya que panelar para cada muestra. Y si lo que se necesita son espacios de creación, de poco sirven salas de exposiciones. Desgraciadamente, a nivel de diseño arquitectónico se suele tender a meter en estos edificios un poco de todo, un frito variado que pueda dar respuesta a todo, pero que al final condiciona el uso final del espacio, condenándolo a una falta de especialización que puede ser justo lo que se necesita en ese momento en ese territorio concreto.
Hay que matizar que un espacio cultural sea un callejón sin salida no es negativo per se; es más, hacen falta —mucha falta— este tipo de espacios versátiles que puedan dar respuesta a múltiples necesidades de creadores y gestión. Un edificio especializado en un sector que no tiene anclaje en el territorio es un fracaso seguro y se convertirá en un agujero negro de fondos públicos. El problema quizás esté en que este tipo de edificios multifunción tienen mal márquetin. Siempre es más fácil vender un nuevo museo, un nuevo teatro, que un edificio cultural de usos múltiples. Y, siguiendo con el párrafo anterior, tampoco un edificio generalista en sus usos podrá ser realmente efectivo si su diseño no atiende a un plan de usos previo, definido y viable, cultural y económicamente.
Creo, honestamente, que ni es caro ni complejo realizar este tipo de informes antes de decidir un uso cultural de un espacio. Pero hay varios problemas de fondo. Uno de ellos es la inmediatez: la necesidad de dar titulares que calmen la supuesta ansiedad —más mediática y política que social— de información. Desgraciadamente, esta ansiedad se calma muy fácilmente con la etiqueta cultural sin más. Otro problema, el más grave, es la falta real de importancia política y mediática que la cultura tiene hoy día. Hay una crisis de reputación de la cultura cuyo efecto más evidente es la falta de crítica cultural en los medios, muchos de los cuales se limitan a replicar las notas de prensa de las instituciones. Esto hace que falte un cuestionamiento público de las decisiones políticas en materia cultural. Así, se pueden dar titulares sin que en la mayoría de ocasiones se vaya más allá. Sí, se va a dar un uso cultural a las Atarazanas, pero ¿cuál va a ser ese uso? ¿Por qué, con la obra terminada, no está aún definido ese uso? ¿Qué coste adicional va a tener volver a adecuar el espacio al uso que se decida? ¿O acaso se va a definir el uso con el criterio principal de no aumentar los costes de obra? Pocas veces se hacen estas preguntas y pocas veces se les da la importancia suficiente a las respuestas o, sobre todo, a la falta de las mismas.
Eso sí, nos va a quedar un país precioso con tanto florero.
Epílogo
No solo hay espacios culturales floreros, también hay eventos culturales floreros, como la mal llamada Comic Con de Málaga (mal llamada porque cómic es de lo que menos ofrece), un evento en el que las instituciones se van a gastar 4,5 millones, diez veces más de lo que, por ejemplo, la Junta de Andalucía ha invertido en apoyar el cómic en toda su historia. Un evento que aterriza como un ovni, sin relación con el sector —ni con la parte creativa ni con la industrial— y que, a poco que fallen las visitas, se irá de vuelta a las Américas sin dejar ningún poso o herencia y, lo que es peor, con unas administraciones a las que se les habrán quitado las ganas de volver a hacer algo relacionado con el cómic.
Y todo esto mientras numerosos eventos de pequeño y mediano formato sobreviven sin apenas apoyo real por parte de las instituciones que estarían obligadas a hacerlo. ¿Cuántos proyectos sobre el cómic tienen estas instituciones en el cajón por falta de presupuestos? Por no señalar que es un evento que ni siquiera acredita a los autores de cómics andaluces.