Imagen de portada: Retrato de Sophie Crouzet (Louis Hersent, The Cleveland Museum of Art)
Nos aferramos a lo conocido, a la seguridad que nos ofrece la rutina y lo añejo. ¿Por qué será? Supongo que la creatividad constante puede resultar abrumadora. No tienen más que echar un vistazo a programas de televisión de máxima audiencia, como El hormiguero: lleva tantos años con el mismo formato que su guion resulta completamente previsible, pero ni siquiera el hecho de que casi todos sus invitados sean repetidos le resta espectadores. En los últimos tiempos, La revuelta también mantiene idéntico formato al que tenía años atrás, cuando se vestía con otro nombre; en esta nueva temporada no se han molestado ni en limpiar la mesa de los regalos y cachivaches de la anterior, y el equipo de cara al público sigue mostrándose como una pandilla con chistes y humor propio a la que no le da la gana de madurar, pero ah, qué delicia que al menos en sus entrevistas den voz a quienes casi siempre guardan obligado silencio. Creatividad, frescura.
«Dicen que en esta vida, en este mundo, ya está todo escrito, que resulta imposible innovar»
¿Y los libros, que nos espera esta temporada? Desvelar terribles secretos familiares del pasado parecía más atractivo hace una década, pero ahora la idea corre el peligro de generar bostezos ante un «más de lo mismo». Dicen que en esta vida, en este mundo, ya está todo escrito, que resulta imposible innovar. Me resulta insufrible este pesimismo: es muy probable que tengan razón pero, aunque vayamos a quemarnos, juguemos antes un poco con el fuego. Las formas lo son todo; no se trata de describir sin más la posible escena de una novela, sino de cómo presentarla, y existen tantas formas como cerebros en el mundo. No me digan que no puede ser interesantísimo el hecho de que diferentes autores utilicen mismos escenarios y tramas de arranque para construir universos tan diferentes. A nivel particular, a mí no me disgusta la idea de que otros compañeros emplacen sus historias donde yo he construido las mías: ¿qué mundos nuevos crearán, qué senderos?
Visualicemos el asunto con un ejemplo. Esta mañana, sentada en un banco de Madrid, vi pasar a un treintañero con un perro; iba seguido de una mujer de su edad, que cada poco rato y siguiendo sus indicaciones lo grababa en vídeo con su teléfono móvil. Verlos tan de cerca fue como asistir al teatro. «Esta perrita, amigos —decía él, señalando su perra de aguas— es lo más amigable y cariñoso que existe; fíjense en la nobleza de su mirada, en la elegancia de la curvatura del lomo». Al instante, y al cruzarse un paseador de perros con ocho canes diminutos, la dulce perrita se transformó en un dragón de ocho cabezas, una para cada uno de los congéneres que quería desmembrar. «Corta, corta», ordenó el chico a su amiga, aunque en cuanto vio que la calle volvía a estar despejada continuó alabando la dulzura de la que yo ya sabía que era una mezcla entre Belcebú y un lobo salvaje de las montañas.
«Los mismos hechos pueden ser contados de forma tan diversa y personal que, por fortuna, hasta ahí no llegará jamás la Inteligencia Artificial»
Cualquiera que quisiera novelar esta escena podría hacerlo desde el lado cómico, y el arranque podría ser desde el punto de vista del muchacho, de la chica, de la perra, del paseador, de cualquiera de los ocho indefensos perritos o de un tercero; y podría empezar por el final, por la mitad o por el arranque temporal lineal. ¿Qué nos lleva a una elección u otra? Ah, ahí está la gracia, nadie lo sabe. Cada loco con su tema. Pero es que esta historia también podría enfocarse desde el punto de vista dramático y trágico (una pobre perrita maltratada y sin hogar a la que le buscan refugio) o el romántico (la joven sabe que el chico es completamente idiota, pero lo mira embobada mientras él miente con descaro a la cámara) o el narrativo simple: hechos encadenados, sin más.
Después estaría el estilo, el lenguaje, el contexto (¿quién era el muchacho? ¿Por qué y para quién grababa los vídeos? ¿Y quién era ella, a la que no escuché ni una palabra?). En definitiva, los mismos hechos pueden ser contados de forma tan diversa y personal que, por fortuna, hasta ahí no llegará jamás la Inteligencia Artificial. ¿Por qué lo sé? Porque al final cada cual cuenta las cosas según sus vivencias personalísimas y únicas, y por eso contar la vida de los otros y escribir es tan especial: porque al final nos desvelamos a nosotros mismos.
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