Fue tan espectacular la llegada a puerto de Cleopatra VII para verse con Marco Antonio, que Plutarco la recogió con regocijo en sus crónicas: «Su galera llevaba popa de oro, velas púrpura tendidas al viento y remos con palas de plata. Ella estaba … sentada bajo un dosel de oro, adornada como se pinta a Venus, perfumada de exquisitos aromas». Y así ha pasado a la historia la última faraona de Egipto, como una musa del dramatismo y del erotismo. «Aunque se han extendido muchos mitos sobre ella, era un personaje con gran carisma. Era la persona a la que todo el mundo mira cuando entra en una fiesta. Tenía algo».

Acaba la frase y sonríe Lloyd Llewellyn-Jones; es normal. El catedrático en Historia Antigua en la Universidad de Cardiff (Reino Unido) presenta en español ‘Las Cleopatras‘ (Ático de los libros), y no podría estar más orgulloso. Aunque quizás debería haber titulado su ensayo como ‘las otras Cleopatras’, porque su objetivo, admite en declaraciones a ABC, no es solo analizar la figura de la reina más popular de Egipto, sino poner luz sobre las muchas monarcas con el mismo nombre que rigieron antes la tierra de las pirámides. «Han quedado sepultadas en la historia a pesar de que dominaron la política siglo y medio, desde el III a. C.», asevera.

Llewellyn-Jones sostiene haber llegado para romper ese amargo olvido endulzado tan solo por contados expertos apolillados. «Lo triste es que los historiadores que las han estudiado las han juzgado por su sexo. Ninguna de las Cleopatras hizo nada que no hubieran hecho reyes masculinos, pero han sido vejadas por ello. Las usurpaciones, los asesinatos y el incesto eran prácticas cotidianas», sostiene. Lo cierto, afirma, es que fueron revolucionarias porque «forjaron un nuevo modelo de poder femenino en la Antigüedad» al asentarse en el poder. «Los reyes ptolemaicos acabaron siendo unos incapaces que no querían manejarse en la política ni hacer la guerra. Ellas ascendieron en ese momento», completa.

Muchas Cleopatras

Dice el británico que no hay mejor forma de abordar el tema que cronológicamente, y vaya usted a rechistar a un catedrático de Cardiff. La reina que inauguró la dinastía nació en el 204 a. C., y dio el salto al Nilo por fortuna. «En Egipto el incesto era habitual en la realeza: mantenían relaciones sexuales entre hermanos y hermanas por motivos teológicos. Como Ptolomeo V no tenía una hermana con la que casarse, los selyúcidas le entregaron en matrimonio a Cleopatra I Syra como parte de un tratado de paz», defiende. La nueva reina se congració con la corte, establecida en Alejandría, y fue la regente tras la muerte de su esposo. Su período en el trono se destacó por el equilibrio y la mesura política.

Su hija, Cleopatra II, continuó con la tradición de casarse con su hermano, Ptolomeo VI, y lideró lo que el entrevistado llama «una edad de oro y de estabilidad para Egipto». Al menos, durante la primera parte de su reinado, hasta la muerte de su marido. A partir de ahí su vida estuvo marcada por el caos dinástico, las traiciones y las luchas de poder. «Se casó de nuevo con su otro hermano, Ptolomeo VIII. Era un loco, el Donald Trump de la época, y se odiaban entre ellos. En la práctica, había dos enemigos al frente del imperio», completa. La monarca, insiste, quedó atrapada en esa red, pero mantuvo su independencia y su influencia política.

El autor, junto a su obra

El autor, junto a su obra

ABC

Llewellyn-Jones vuelve a sonreír: sabe que le toca hablar de una de sus reinas favoritas. «¡Cleopatra III fue la más formidable de estas mujeres!», advierte. Nacida en el 160 a. C., e hija de Cleopatra II, rigió Egipto –siempre a la vera de un hombre– durante 33 años muy turbulentos en los que se vio involucrada en mil intrigas palaciegas para conseguir que sus hijos se hicieran con el poder. Lo peor es que esas batallas políticas no le granjearon buena prensa. «Es muy difícil investigar sobre ella porque su nombre fue borrado de la historia tras su muerte debido al odio que suscitaba. Con todo, fue la primera que participó en el juego de la política internacional. Además, entendió que el poder de Roma estaba en ascenso y quiso acercarse a ella invitando a sus emisarios a palacio», sentencia.

Tras esta gran gobernante llegó Cleopatra V, nacida en el 95 a. C. «Es una pequeña Cleopatra en medio de otras muy grandes, pero la adoro», explica el catedrático. Insiste en que fue «la primera mujer en la historia egipcia que gobernó de forma independiente, sin hombre alguno», algo que no había sucedido ni en la era de la mítica Hatshepsut. «A pesar de todo, durante los once meses de liderazgo siempre buscó marido; para la época era algo normal. Al final se casó con un primo que había sido criado en Roma y tenía 23 años más que ella», sentencia el británico. Su final fue trágico. «Él la mató en la noche de bodas. Lo curioso es que el pueblo de Alejandría la quería tanto que también asesinó al esposo», finaliza.

Gran mentira

La siguiente en la lista, Cleopatra VI Filopátor, es un enigma histórico. De ella se barrunta que no existió o, incluso, que fuera de tez morena. «De ahí viene la teoría de la Cleopatra VII negra de la serie de Netflix que causó tanta controversia», añade Llewellyn-Jones. El catedrático, sin embargo, mantiene que tenía sangre macedonia y analiza su figura a través de las fuentes egipcias.

Al fin llegamos al premio gordo, la faraona protagonista de toneladas de películas y libros. Pero, antes de empezar, Llewellyn-Jones se muestra tajante: «Si alguien espera leer aquí la versión glamurosa de Cleopatra VII, que sepa que no la va encontrar». Nuestro catedrático carga contra la idea de que la faraona era una loba solitaria. «Era muy consciente de su historia familiar y se apoyó en ella para ejercer el poder. Sabía de la influencia de sus parientes femeninas». Habría que verla, más bien, como una gobernante extraordinaria que apostó por acercarse a Roma en lugar de combatirla. «No era tan bella como nos la han pintado, pero sí inteligente. Eso fue lo que César adoraba de ella», destaca.

Aunque, si hay un mito que le escuece, ese es el del suicidio de Cleopatra VII: «Cuando nació Cesarión, el hijo que tuvo con César, ella se convirtió en una madre en todos los sentidos. Él fue el centro de su vida. Quería promocionarle y, cuando se enteró de que Augusto había ordenado su muerte, para ella todo acabó. Se dio cuenta de que el juego había terminado y de que solo le quedaba quitarse la vida».

La conclusión es que Cleopatra VII no fue una excepción, sino el clímax de una dinastía que, por fin, alza la voz.