El director francés Éric Besnard lleva una racha estupenda. Tras una larga e irregular filmografía parece que ha encontrado definitivamente su mejor tono, curiosamente coincidiendo con sus trabajos con el actor Grégory Gadebois. En Delicioso (2021) nos contó una historia gastronómica llena de humanidad; en Las cosas sencillas (2023) volvía a reivindicar formas más humanas de vivir; ahora, con La primera escuela nos brinda un hermoso homenaje al duro ejercicio de la profesión de maestro rural en el siglo XIX.
A finales del siglo XIX, Louise Violet (Alexandra Lamy), una mujer implicada en la Comuna de París de 1871, es destinada como maestra a un pequeño pueblo de campesinos en la hermosa campiña francesa. Allí nadie la espera ni la quiere, pero el alcalde y terrateniente Joseph (Grégory Gadebois), que además es el carpintero del pueblo, se ve obligado por ley a acogerla y darle un techo. No tiene casa, ni escuela, ni niños así que Violet se verá obligada a partir de cero y reinventarse a sí misma para conseguir cumplir su misión. Los habitantes del pueblo están convencidos de que sus hijos deben echarles una mano en casa y en el campo y que la educación es para los ricos.
La película de Besnard ofrece, como Delicioso, diversos niveles de lectura que van del pasado al presente. Por un lado ofrece una revisión histórica feminista, al denunciar una época en la que a la mujer no se le presumían capacidades profesionales ni intelectuales como para estudiar una carrera como Magisterio. Violet encarna, por el contrario, a una mujer implicada en la política, fotógrafa pseudoprofesional, licenciada, soltera y autosuficiente económicamente, que tiene que enfrentarse a un mundo hostil y lleno de prejuicios.
Otro nivel es el elogio a los ideales ilustrados de la escuela republicana francesa, laica, gratuita y obligatoria. Afortunadamente no lo hace contraponiéndola a la Iglesia católica, ya que el párroco del lugar aparece bastante bien tratado en el filme. De hecho, la protagonista parece tener más prejuicios contra el sacerdote que al revés. Pero ambos saben lo difícil que es luchar contra la ignorancia y contra la fuerza de la rutina y de lo ya sabido. También a Besnard hay que reconocerle la habilidad de recrear creíblemente la Francia moderna rural; lo hizo con la Francia revolucionaria en Delicioso y con la III República en la actual.
Técnicamente la película cuenta con mucho oficio en su haber: magníficos intérpretes y un guion lleno de giros bien pensados. La magnífica fotografía de Laurent Dailland nos ofrece unos hermosos paisajes bucólicos de la vida del campo en la Francia rural del siglo XIX, vestidos con una estupenda partitura de Christophe Julien. El resultado es una película grata de ver, interesante, no especialmente ideológica y que además reivindica el reconocimiento a una de las profesiones más importantes y peor tratadas de nuestra sociedad.