Alan Moore es uno de los padres del cómic moderno, probablemente a la altura —si no más— de Ditko, Kirby o Lee. Un título impuesto por crítica y fans, del que, por mucho que el británico reniegue, jamás podrá deshacerse. Creador de algunas de las obras más influyentes de la cultura como V de Vendetta (1982), Watchmen (1986), La Liga de los Hombres Extraordinarios (1999) o Batman: The Killing Joke (1988), Moore es, ha sido y será uno de los grandes del noveno arte.
El autor de Northampton ha mostrado un profundo rechazo hacia las adaptaciones de sus obras, llegando a pedir en algunas que su nombre no apareciese en los créditos; uno de los varios motivos por los que ha intentado desvincularse de su legado comiquero. En su lugar, ha encontrado refugio en la literatura como un búnker de absoluta creatividad y control total.
Primero con La voz del fuego (1996), después el enciclopédico Jerusalén (2016) y, tras otras novelas e historias breves, este año ha llegado a España El gran cuando (2025). La novela viene de la mano de Nocturna Ediciones y cuenta con la titánica traducción de Juan Trejo. Se trata del primer libro de una ambiciosa saga, el Long London Quintet, en la que el barbudo de Northampton juega con la magia, el surrealismo y la literatura como pocas veces antes se ha hecho.
La historia sigue a Dennis Knuckleyard, un joven librero aspirante a escritor en 1945 que, tras hacer un encargo para su jefa, encuentra un libro que no debería existir. Un libro que solo vive en el mundo de la literatura y que jamás se ha escrito; un libro que no pertenece a ese Londres de carne y hueso, sino al otro Londres. Una ciudad de ideas y surrealismo mágico. Su misión: devolverlo a ese lugar extraño o enfrentarse a las consecuencias.
Una carta de amor a Londres, su historia y sus habitantes
El gran cuando es, ante todo, una novela de amor. No de aventuras, ni de misterio, ni de romance: de amor. A lo largo de este tour surrealista por dos Londres tan distintos como similares, observamos el cariño que Moore profesa a la ciudad. Desde el retrato de sus barrios más emblemáticos hasta los rincones más escondidos, pasando por sus pubs y las figuras que los habitan. El amor y la reverencia por la ciudad y su gente impregnan cada una de las páginas.
El autor nos presenta un Londres roto, marcado por los estragos de los bombardeos de la Segunda Guerra Mundial, envuelto en niebla y depresión. El británico refleja la situación social de ese Londres devastado de forma aguda e inteligente. A través de sus personajes —bohemios y marginados— vemos cómo la psique de las personas y la percepción del Imperio Británico se han reducido a unos escombros que apenas se mantienen en pie. Unas ruinas tanto físicas como metafóricas que sirven para plantear uno de los principales interrogantes del libro: ¿Cómo afecta la guerra a las personas?
Es entre esa bruma de roca y niebla donde Moore nos invita a cruzar hacia el otro Londres: un territorio construido de ideas, pensamientos y memorias, poblado por las grandes figuras de la ciudad, ahora convertidas en personificaciones del imaginario colectivo. Un lugar que es mejor descubrir entre sus páginas antes de intentar siquiera describirlo.
Una novela de muchas capas
Las historias de Moore siempre han sido relatos de interpretación y capas, con mensajes que pueden parecer claros a primera vista pero que se abren a múltiples lecturas. El gran cuando no es una excepción.
Aunque probablemente sea la novela más accesible del autor, no se trata de una obra ligera ni fácil, pese a sus 400 páginas. Es una lectura exigente —no por ello menos disfrutable— que rehúye el infodumping (la descarga masiva de contexto fuera de la acción) . Fomenta, tanto en la prosa como en la trama, la sensación de adentrarse en un mundo desconocido, difícil de interpretar y que exige un esfuerzo constante por parte del lector.
Retrato en blanco y negro, primer plano, de Alan Moore mirando a cámara.
Entender lo que ocurre no depende solo de la acción principal, sino también de lo que sucede entre bambalinas. Implica desentrañar metáforas, interpretar insinuaciones y captar tanto lo que se dice como lo que no. También exige reconocer referencias que, para quien no esté familiarizado con el arte y la cultura británicas de ese siglo, pueden pasar inadvertidas. También, se plantean misterios desde su mismo prólogo hasta el epílogo que no tienen por qué resolverse.
En la novela, Moore crea una sensación de extrañeza y misterio que se ve reforzada con su prosa: saturada de metáforas, referencias y juegos de palabras que buscan constantemente alcanzar una perfección estética en las imágenes que evocan. Un recurso que brilla especialmente al construir el otro Londres surrealista, donde ayuda a transmitir la impresión de encontrarse en un lugar onírico, nacido del mundo de las ideas y no del físico. Sin embargo, cuando este estilo se mantiene en la ciudad material, puede llegar a entorpecer la narración, resultando tedioso o incluso pretencioso.
A pesar —y, quizá, gracias— a lo anterior, se trata de una historia de misterio y aventura con una trama que atrapa y un elenco que dice más de lo que parece. Llenos de carisma o de enigmas, los personajes resultan tan cautivadores como variados, y en muchas ocasiones superan en interés al propio protagonista.
El gran cuando es una obra exigente y fascinante a partes iguales: una carta de amor retorcida, barroca y profundamente personal a Londres y a sus fantasmas. Combina el poso histórico con el surrealismo más libre. Con ella, Moore da pie a una saga que promete ser tan ambiciosa como absorbente; que no va a conceder atajos al lector y que rompe con lo mainstream de la literatura de género actual. Un mundo difícil de transitar pero que recompensa a quienes se dejen arrastrar por sus calles, ya sean de piedra o de ideas, con una historia y un planteamiento sobresalientes.