Charlie Sheen hizo algunas películas para que no todo fueran drogas y prostitutas. Es lo que podemos deducir de su documental homónimo estrenado en Netflix, en dos partes de hora y media de duración cada una. En total, tenemos a Charlie Sheen drogado y en burdeles durante dos horas y media; la otra media hora es para la redención y el homenaje.
Esto quiere decir que Alias Charlie Sheen promueve sobre todo drogarse, ir de putas, faltar al trabajo, abusar de tu posición y no tener que pagar por ello. Un documental en Netflix es el broche de oro para la vida espléndida de un niñato total.
En total, tenemos a Charlie Sheen drogado y en burdeles durante dos horas y media; la otra media hora es para la redención y el homenaje
Recordamos a Charlie Sheen por dos o tres películas, y una serie que en España nos dio igual. Las películas son Platoon, Wall Street y, si acaso, Hot Shots! La serie, Dos hombres y medio. Cuanto más le pagaban a Charlie Sheen, más se drogaba, como es lógico. En Dos hombres y medio llegó a cobrar dos millones de dólares por episodio. Eso son muchas toneladas de cocaína y muchas chicas pagando el alquiler.
El documental sienta a Charlie Sheen a la mesa de un diner (uno de esos restaurantes con bancos corridos, mucho plástico y camareras de Wisconsin) para hacerle hablar de todo lo que se divirtió en su vida y que mueva un poco un salero que tiene delante. Sheen, objetivamente, lo hace muy bien, se expresa con precisión, tiene humor y honestidad, y sobre su testimonio autolesivo se sostiene toda la película.
Luego aparecen algunas imágenes de archivo (mayormente escenas de su filmografía, claro), tomas televisivas sobre sus escándalos y testimonios complementarios de amigos, ex mujeres y una madame, que le llama “niñato de Malibú”. Mientras Dennise Richards o Brooke Mueller (ex esposas de Sheen) aportan visiones jugosas de su vida, su colega actor Sean Penn desafía la paciencia del espectador con su prosopopeya, su masculinidad arrugada y su pose de vividor con todas las respuestas a tus preguntas. Un tipo insoportable.
Curiosamente, ni el padre de Charlie Sheen, Martin, ni su hermano Emilio Estévez han querido participar en el documental. Esto se entiende perfectamente, porque el padre de Charlie Sheen ya tuvo bastante con meterlo y sacarlo durante décadas de centros de desintoxicación y con dar ruedas de prensa para afirmar que aún no había muerto y con aguantar la desgracia de que el hijo más tonto que le salió fuera el que llevaba su apellido. Emilio Estévez le salió normal.
Martin Sheen tuvo que aguantar la desgracia de que el hijo más tonto que le salió fuera el que llevaba su apellido. Emilio Estévez le salió normal
Alias Charlie Sheen, amén de una muestra demoledora de la vida regalada de los hijos de papá, que se hacen actores por ser hijos de su papá actor (salvo que sean muy inútiles, en cuyo caso acaban como directores), es también un aviso definitivo sobre todas esas fotos de Hollywood que hemos visto durante años, y en las que las estrellas de cine aparecen con los ojos muy brillantes. Es cocaína lo que hemos estado viendo pasar por las alfombras rojas del mundo, mientras pensábamos que eran artistas.
Charlie Sheen hizo lo que quiso y salió indemne de todos los peligros, incluida una acusación de abuso sexual por parte de otro actor (el no particularmente fiable Corey Feldman), que en la serie se tramita en un par de minutos. Amigos suyos de farra fueron Nicolas Cage y, sobre todo, su camello, un hombre obeso y simpático al que Sheen le regaló una casa.
Sin embargo, Alias Charlie Sheen nos deja también un retrato secundario, un abocetado del perdedor que llamará la atención del antropólogo aficionado. Se trata de Jon Cryer, su compañero de reparto en Dos hombres y medio, y cuyo apellido está muy bien traído (“llorón”).
No llora tanto, Cryer, aunque sí desliza que él cobraba tres veces menos que Sheen por co-protagonizar la misma serie (un tercio de dos millones de dólares son casi 700.000 dólares por episodio: ¡no está mal!); sin embargo, hay algo en su presencia, en la constante inteligencia de sus aportaciones que nos lleva a pensar lo mismo que él: ¿por qué no soy yo el protagonista de este documental? ¿Por qué, siendo un actor de éxito, soy ese perdedor que todos pensáis que soy?
Dense cuenta de que el sustento de Cryer estuvo en vilo durante años debido a las idas y venidas de Sheen al burdel, amén de sus eventuales pasos por las clínicas de desintoxicación. De los caprichos suicidas de su compañero de serie dependía la renovación de la misma, renovación que finalmente no se produjo cuando Sheen tocó fondo, y se volvió prácticamente loco, un meme de farlopa.
Cryer muestra en la película la contraparte esencial del jolgorio y la mitología: siempre tiene que haber alguien sensato para que la juerga y el mito cristalicen, y ese que es sensato, trabajador y disciplinado no nos gusta.
Charlie Sheen hizo algunas películas para que no todo fueran drogas y prostitutas. Es lo que podemos deducir de su documental homónimo estrenado en Netflix, en dos partes de hora y media de duración cada una. En total, tenemos a Charlie Sheen drogado y en burdeles durante dos horas y media; la otra media hora es para la redención y el homenaje.