En esta España nuestra, cuando la feria de una ciudad termina y amanece el ‘día después’, todo está envuelto en una sordidez apabullante. Se desactiva el eco ensordecedor de músicas y jaranas, se desmontan los tinglados de las casetas que repartían pinchos y tapas, el peso de la nada se desploma ante nosotros y las calles, todas ellas, aparecen calladas -encalladas- en un pasado reciente que mueve a la melancolía. Se acabó la feria, se acabó la fiesta… y se acabaron las tardes de toros. Llegado es el momento de levantar la persiana del recuerdo, aprovechando la frescura de la memoria, para abrir de nuevo las páginas de las tardes de oro, seda, sangre y sol que se vivieron en el coso taurino del paseo de Zorrilla. 

No se trata de volver a poner de actualidad un pasado bien reciente -la actualidad es única, instantánea, inaplazable-, sino de dejar constancia de las circunstancias y concausas que generaron las corridas de toros, esa Fiesta inveterada en las costumbres del pueblo español que el socialista e ilustre sociólogo Enrique Tierno Galván -¡quién lo dijera, en estos tiempos!- definiera como «acontecimiento nacional», y que, siquiera fuera por unos días, adquirió especial relevancia en Valladolid.

Haremos referencia en primer lugar, al concurso nacional de Cortes, especialidad taurina que me trae recuerdos de mi infancia y primera juventud en Matapozuelos, cuando el mocerío local rivalizaba quebrando las embestidas de unas vacas gordas y cornalonas, entre el general regocijo. Ahora, los ‘cortes’ solo se llaman así en Castilla, porque en el resto de España se les conoce como re-cortadores a quienes practican esta disciplina, unos muchachos especializados en hacer diabluras de pie o de rodillas, quebrando y saltando por encima de los cuernos de toros con toda la barba. En cualquier caso, el espectáculo cosechó, de nuevo, un gran éxito y se da por segura su repetición en futuras ediciones.

De los festejos mayores -no hubo novillada este año-, la corrida de rejones registró el gran triunfo de Sergio Galán (sustituto a última hora del lesionado Andy Cartagena) y, otra vez, del joven Sergio Pérez de Gregorio, rejoneador de Peñaranda de Bracamonte, de quien bien puede decirse que tiene a la plaza del paseo de Zorrilla como la olla exprés que le destapó como figura en ciernes. Se volvió a ir de la Plaza por la Puerta Grande, en unión de Galán; y no les acompañó Guillermo Hermoso de Mendoza porque falló reiteradamente con el rejón de muerte. 

Tras tres días de asueto taurino, con la afición solazándose con las innumerables ofertas para consumar el ocio que se programan en las fiestas en honor de la Virgen de San Lorenzo, entramos en el grueso de la feria, donde se dieron cita los toreros más acreditados del momento. Estaban anunciados Morante de la Puebla, Andrés Roca Rey, Alejandro Talavante y Emilio de Justo, con la rutilancia que les acredita como grandes figuras del toreo actual. Se anunciaron con toros de dos de las ganaderías más importantes del momento, Victoriano del Río y Gracigrande. A su vez, nombres tan atractivos como Uceda Lean, Samuel Jiménez Fortes y Tomás Rufo hubieron de verse las caras con los muy afamados toros de Victorino Martín.

Lamentablemente, Morante de la Puebla presentó el parte facultativo en el que se significaban problemas de salud que justifican su ausencia. Para esta corrida hacía ya muchos días que se habían agotado las localidades; pero las que se devolvieron fueron inmediatamente adquiridas, y se volvió a colocar en las taquillas el cartel de No Hay Billetes. Esa tarde, Emilio de Justo ocupó la vacante del de la Puebla del Río, al haber cortado tres orejas a los toros de Victoriano del Río, y una Alejandro Talavante, que estropeó con la espada una brillante faena. En esta ocasión, De Justo no pudo revalidar sus contumaces éxitos en esta plaza, porque los toros Garcigrande renunciaron a embestir, de forma sorprendente. Y es que el ganado que presentó Justo Hernández, propietario de la ganadería, sorprendió por su forma de acudir a la tela del capote, dudando y corneando antes de entrar en el embroque, a tal punto, que Roca Rey fue cogido aparatosamente, buscado con saña en el suelo y sufriendo derrotes hasta que el toro le llevó al estribo de la barrera. Se levantó Roca Rey doliéndose del costado derecho y haciendo gestos de respirar con dificultad, pero tomó la muleta y se fue, resuelto en busca del triunfo. Cortó la oreja del toro agresor, pero el sexto fue imposible y no pudo rematar la tarde con resultado positivo.

Al día siguiente, Victorino lidió una gran corrida de toros. En tipo de su encaste Saltillo, con las dificultades de rigor, pero también con las bondades que, en ocasiones, derrochan estos toros llegó la apoteosis en el tercer toro de la corrida, por nombre ‘Porteño’, a quien Tomás Rufo realizó una faena magistral. Toro y torero cautivaron al público, que premió al animal con la vuelta al ruedo en el arrastre y al torero con las dos orejas del magnífico ejemplar de la raza de lidia. También por la Puerta Grande salió José Ignacio Uceda Leal, torero repescado para esta corrida, que cumplió con creces unas expectativas que no pudo cumplir Saúl Jiménez Fortes, a pesar del esfuerzo realizado, premiado con oreja.

Para finalizar, otra vez se reunieron los mismos matadores-banderilleros del año pasado: El Fandi, Manuel Escribano e Ismael Martín. Fue la corrida ‘de la juventud’, no ciertamente por la edad de los ya veteranos Fandi y Escribano, sino por los reclamos que anunció la empresa para recabar la presencia de niños y jóvenes, de ambos sexos. Éxito rotundo. Se cubrieron las tres cuartas partes de las localidades y los toreros compartieron tercios de banderillas y colaboraron en la elaboración de esa parte de espectáculo que acompaña a las emociones que genera el enfrentamiento ancestral del hombre y el toro. Se fueron en hombros Fandi y Escribano, con dos orejas cada uno y Martín con una, además de con un enorme chichón en la frente, por el palotazo del primer toro de la corrida, de Bañuelos, ciertamente bien presentada, pero mala de verdad en lo que a su juego se refiere.

Conclusión: la feria taurina vallisoletana tiene dos nombres propios, un toro, ‘Porteño’, y un torero, Tomás Rufo, ganadores ambos del trofeo San Pedro Regalado. Y, a mayores, la de la recuperación de nuevas generaciones de aficionados. En estos días de resaca festera, se agradece el venteo de un tiempo de esperanza.