La obra de la cineasta española Carla Simón es un dolor iluminado. Su cámara recoge el tiempo del verano, huele a melocotones y a mar. En su cine se mece el viento, acampa el sonido de las cigarras, los rezos de los padrenuestros, las verbenas de las fiestas populares y el tintineo de los móviles de alabastro. Huyen los gatos y las liebres. Sorprenden los delfines o las risas improvisadas de sus actores naturales.

Las muertes del padre y la madre de la cineasta por el sida cuando era pequeña parecen haberle dejado un ovillo de preguntas que va deshilvanando a lo largo de su filmografía. Carla Simón lamenta haber heredado muy poco archivo familiar: de su padre conserva algunos súper 8; de su madre un vídeo, fotos y cartas.

Por ello, dice, imagina alto. Cortometraje a cortometraje, película a película, va atravesando un proceso de duelo a través del amor a la familia y al cine. En su travesía, trata de reconstruir la historia de sus padres para preguntarse por su lugar en el mundo y situar en el origen el deseo vivo en ellos. Realiza una investigación poética rodeándose de grandes familias alrededor de una mesa entre malentendidos, canciones y secretos. Su obra es un imposible ejercicio de memoria, un trabajo contra la muerte.

Después del fallecimiento de su abuelo filmó Lipstick (2013), un corto sobre dos niños que asisten, sin saberlo, a la muerte de su abuela. En 2015 rodó Llacunes, en el que la cineasta lee las cartas de su madre mientras filma los lugares donde ella los escribió. El propio título sugiere las lagunas que ella encuentra en el saber pues, en su búsqueda de la verdad, esta hace aguas.

Imagen de la ría de Vigo.

Carla Simón lee las cartas de su madre en Llacunes (2015) sobre el mar de Vigo.
Inicia Films

Investigar, llorar

En Verano 1993 (Estiu 1993, 2017), su primer largometraje, despliega las preguntas sobre la muerte de su madre. La historia narra el primer verano tras la adopción de una niña, Frida, por parte de sus tíos después del fallecimiento de sus padres. La pequeña se sitúa debajo de la mesa para escuchar qué dicen los adultos, trata de cazar frases sueltas. Pregunta a su tía por qué no estuvo presente cuando su madre murió, y la busca en la noche, pero solo encuentra silencio. El cielo de Verano 1993 solo devuelve truenos y oscuridad. Sin embargo, Frida se refugia en la luz.

El deseo de Carla Simón como cineasta parece condensarse en la escena en la que Frida entretiene su soledad regulando la luz del butano. Jugar a controlar la luz le permite ensayar la ausencia, hacerla soportable. Así, poco a poco, Frida va elaborando su duelo y, puede, por fin, llorar.

Una mujer joven le indica algo a una niña sentada en un banco.

Carla Simón dirige a Laia Artigas, que interpreta a Frida, en Verano 1993.
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Dos años más tarde, en el corto Después también (2019) Carla Simón trata de desestigmatizar el sida mostrando cómo el diagnóstico del VIH puede llevar a un primer tiempo de perplejidad y silencio pero, con información, conversación y amor, no es obstáculo para que dos cuerpos puedan encontrarse.

Tras la muerte de su última abuela, Carla Simón firma junto a Dominga Sotomayor Correspondencia (2020), cortometraje en el que filma el vaciamiento de la casa de la anciana mientras habla sobre su deseo de maternidad y se busca entre dos madres: “Mi madre biológica me dio la genética. Mi madre adoptiva me dio la educación. No sé qué partes de mí son de una o de la otra”.

Esto la lleva a querer filmar a su familia materna en Alcarràs (2022), película que comienza a escribir después de que fallezca su abuelo, en gratitud hacia el valor de su legado.

Cantar

Alcarràs, la historia de la última cosecha de un campo de melocotoneros, es una obra coral sobre la familia, la herencia y un sistema de vida en desaparición. Sin embargo, entre todos los puntos de vista del relato, destaca el brillo de la mirada de la joven Mariona, que escucha desde los umbrales retratando la curiosidad de la propia Simón.

En Correspondencia la familia materna de Carla le decía: “Cantar, cantaremos. Siempre cantaremos”. En Alcarràs, aunque un viejo contrato de palabra entre dos familias no sirve y obliga a los protagonistas a abandonar su modo de ganarse la vida, las canciones aparecen una y otra vez en el relato para recordar el valor de la transmisión y los vínculos, la presencia de la memoria hacia los muertos en la guerra civil española y un amor a la tierra que todavía no está perdido.

Una adolescente y un anciano observan algo fuera de cambo.

Mariona en Alcarràs junto a su abuelo.
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Tras el estreno de Alcarràs, Carla Simón se convirtió en madre por primera vez. En el cortometraje Carta a mi madre para mi hijo (2022) visita la tumba de su progenitora e imagina un encuentro con ella. Carla le confiesa: “Creo que hago cine para poder inventarte e inventarme”. Recoge imágenes de su parto –un dolor ligado a la vida– y presenta a su hijo Manel.

Inventar, registrar

El verano de 2024 Carla Simón rodó Romería (2025), película en la que retrata a su última familia a propósito del viaje en el que Marina –véase el parecido del nombre con Mariona– va a Vigo tras cumplir 18 años a conocer a su familia paterna. Las cartas de la madre que Carla leía en Llacunes se convierten aquí en su diario, un documento al que la joven va poniendo imágenes.

Una chica en una barca en medio de una ría.

Marina lee los diarios de su madre en Romería (2025) sobre el mar de Vigo.
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La protagonista parece continuar las preguntas de Frida, pero siempre se encuentra con un baile de fechas como respuesta y queda frustrada. Ante la imposibilidad de conocer la verdad sobre la historia de sus padres, los revive en su imaginación, pues ese es el material con el que se teje la memoria.

Pero Marina no se queda en las fantasías, sino que sabe salir de ellas para reclamar el reconocimiento de su linaje, algo íntimamente ligado a su deseo. Así, pide que se rectifique el registro civil de la defunción de su padre para poder nombrar el sida como la causa de su muerte, para quedar inscrita como su hija y para, así, poder obtener una beca para estudiar cine. Es decir, para registrar, inventar, hacer de su mirada curiosa un oficio. Tras espigar hermosas imágenes y poner justas palabras que nombran los misterios de su historia ella puede enunciar, en la última secuencia, un vivaz “yo grabo”.

Antes de su estreno en cines, Carla Simón presentó Romería en el Festival de Cannes embarazada de 8 meses de su segunda hija y abrazada por los aplausos de reconocimiento hacia su singularidad. Su obra es un salto de la investigación a la invención y de la invención a la inscripción de su nombre propio como cineasta.