Cada día que pasa se hace más pertinente recurrir a la antropología, más que a la economía, a la política, u otras ciencias sociales, para entender algo de lo que pasa en el mundo. Nos sobrecoge la violencia de Israel, tanto o más que la de Hamas, la de Putin, tanto o mas que la de Zelenski… Tratamos de pesar una y otra vez en la balanza quién es más culpable. Sobre todo aquellos que les queda algo de rubor, no nublado por la ideologia, creen ingenuamente que hay grados de culpabilidad diferenciables. Los que están cegados por el odio lo tienen claro: la historia de un conflicto empieza donde ellos dicen, sin dudar. No acaban de comprender por qué las grandes relatos míticos hablan de gemelos que se asesinan entre ellos.

Es la Biblia la que desentraña la oscura relación entre homicidio y sacrificio, dos términos que se prestan a un juego de sustitución que nos confunde. Nadie mejor que las escrituras judeo cristianas para explicar los fenómenos del 11s, 11m, Bataclán, y los subsiguientes episodios terroristas o de guerra, o las manifestaciones violentas en las calles de las grandes ciudades y las que nos esperan agazapadas a que llegue la ocasión.

Curiosamente nos sirve de calmante pensar que la violencia es irracional. Nada más lejos de la realidad.

«Decimos frecuentemente que la violencia es «irracional». Sin embargo, no carece de razones; sabe incluso encontrarlas excelentes cuando tiene ganas de desencadenarse. (…) La violencia insatisfecha busca y acaba siempre por encontrar una víctima de recambio. Sustituye de repente la criatura que excitaba su furor por otra que carece de todo título especial para atraer las iras del violento, salvo el hecho de que es vulnerable y está al alcance de su mano» (R. Girard, La violencia y lo sagrado).

La pregunta que se hace el antropólogo referencial en temas de violencia, Girard, es: ¿y si el sacrificio no buscara sino esto, a saber: canalizar la violencia a una víctima sustituta, para evitar así dirigirla hacia aquellos a los que se dice que queremos proteger?

Esta idea se encuentra presente en muchísimos estudios dedicados a comprender el sacrificio, como por ejemplo, Joseph de Maistre:

«Siempre se elegía, entre los animales, los más preciosos por su utilidad, los más dulces, los más inocentes, los más relacionados con el hombre por su instinto y por sus costumbres. (…) Se elegía en la especie animal las víctimas más humanas, en el caso de que sea legítimo expresarse de este modo».

Con este mecanismo de sustitución, «la sociedad intenta desviar hacia una víctima relativamente indiferente, una víctima «sacrificable», una violencia que amenaza con herir a sus propios miembros, los que ella pretende proteger a cualquier precio». Este mecanismo está perfectamente ejemplificado en lo que ha pasado con la Vuelta ciclista a España. De lo que se trata es de engañar a la temible violencia arrojándole pasto incendiario, un objeto sobre el que pueda descargarse la rabia infligiendo el menor daño posible a mi grupo, a mi gente, o a mis intereses, siempre revestidos de más humanidad que los de las víctimas. El asesino/verdugo coincide precisamente con aquél que no dispone de una víctima sustituta lo sufientemente externa al clan, o a mi grupo, para que no pueda divivir a la comundiad, o al partido, y redirigir la furia contra mí. Por eso constuye la culpa, busca la víctima fuera de la tribu. El homicidio tiene que involucrar a la masa total, fácilmente manipulable (si somos todos los que estamos de acuerdo, todos somos inocentes), porque todo el mundo odia algo de sí mismo cuya causa reside en la culpabilidad de otro. El sacrificio forma parte de un ceremonail bien diseñado: su carácter social hace que se revista de ritual, una escenificación que involucra a toda la comunidad.

«Es la comunidad entera a la que el sacrificio protege de su propia violencia, es la comunidad entera la que es desviada hacia unas víctimas que le son exteriores. El sacrificio polariza sobre la víctima unos gérmenes de disensión esparcidos por doquier y los disipa proponiéndoles una satisfacción parcial».

Se trata de hacer creer que no es un grupo violento dentro de la masa inestable, sino que es toda la sociedad la que se manifiesta, la que es representada… para ejecutar el necesario sacrificio restaurador de la paz social amenazada. Todos hemos sido salvados de nosotros mismos.

El mecanismo sacrificial está en el nacimiento del origen institucional de las religiones, de las ideologías, de las naciones. Para garantizar la eficacia del sacrificio (que transforma la guerra de todos contra todos en una guerra de todos contra uno, persona o minoría), el acto sacrificial debe estar justificado, de modo que los participantes del mismo permanezcan en la inocencia y eviten la culpabilidad que podría señalarlos como posibles nuevas víctimas, y dar así pie a un ciclo de venganza infinita. El mito, en su versión moderna… el discurso ideológico, servirá para encubrir la culpabilidad de la comunidad, para justificar la acción sacrificial. Los métodos sacrificiales más repetidos buscarán precisamente el anonimato del verdugo (lapidar, despeñar por las murallas, guillotinar, quemar, linchar, decapitar, o truncar la Vuelta). Al mismo tiempo que marcar la distancia física entre el que mata y a quien se mata, para que el asesino se sienta inocente en tanto que anónimo. Matar a distancia para no contaminarse: lo mató el fuego, la piedra, la caída, ¿cuál habrá sido la bala que le dio el tiro definitivo entre los que la fusilaban?…. Y, por otro lado, buscará el anonimato que se expresa en la forma corpórea que toma la masa, la multitud donde las individualidades se borran y los rostros se confunden. El sacrificio logra dos objetivos a la vez: una paz momentánea de descarga, que alivia las tensiones internas de la comunidad, y reforzar la identidad de los que estaban a punto de la división y el enfrentamiento. Lease toda historia actual en esta clave y se entenderá.