Un antiguo monasterio se convierte en una vivienda con aire de los años 80: color, arte y buena energía, de la mano de Luca Bombassei.

Las mejores revoluciones llegan en silencio. Quizás lo hacen así porque son las más íntimas y las más duraderas. O tal vez porque, aunque cambien de forma o lugar, la idea original siempre permanece. El piso donde vive el arquitecto italiano Luca Bombassei era, en el siglo XVI, un monasterio de monjes capuchinos. Todavía lo recuerda así el nombre de una de las calles del barrio del Cuadrilátero del Silencio, ubicada a espaldas de la conocida Corso Venezia, en Milán. En 1958, con el auge económico que vivió la ciudad, el monasterio pasó a mejor vida y, en su lugar, se decidió construir un edificio de diez plantas. Cada una de las viviendas fue intervenida por un artista; desde Lucio Fontana a Alberto Burri, todos dejaron su particular huella. De hecho, en el de Luca participó Piero Fornasetti: en el salón, revistió dos columnas de hormigón con una lámina metálica sobre la que grabó una decoración floral que recuerda a sus famosos platos.

Décadas más tarde, cuando el arquitecto, diseñador y coleccionista de arte Luca Bombassei comenzó a habitar este espacio, optó por transformarlo prácticamente por completo: derribó tabiques que consideraba innecesarios y modificó la distribución original –compuesta por la clásica estructura de salón, pasillo y habitación– para crear un único ambiente fluido, que se multiplica y se entrelaza en un juego de superficies brillantes, suelos de mármol y espejos que incluso alcanzan el techo. Tras esta reescritura total, solo sobreviven dos piezas antiguas: las columnas de Fornasetti y el inmenso ventanal de metal, que ha sido cuidadosamente lijado para recuperar su esencia. Pero entonces, entre este estruendo de materiales, colores y alteraciones, ¿dónde se percibe la atmósfera monástica del pasado? En la revolución del silencio, visible en la luz que entra del exterior, y en la percepción del tiempo, que este espacio aún sabe conservar y proteger.

En el salón, alfombra china art déco, dos sillones Hyaline, de Fabio Lenci (en Comfort), y mesa de centro Catlin, de Minotti. En la pared, tejido de Dedar. Al fondo, obra 1/2 Cercle doublé mais rayé, de Daniel Buren. Entre los sofás, neón de Jochen Holz. A la dcha., lámpara Biagio, de Flos.

© Andrea FerrariEl universo de Luca Bombassei: años 80 y arte

Desde joven, Luca Bombassei hizo suya la rebelión contra una vida dictada por otros. Su familia está llena de emprendedores e inventores y, en vez de decantarse por algo artístico, no le quedó otra que estudiar Economía. Pasó unos meses en la Universidad de Pensilvania, en Filadelfia, pero también en Los Ángeles, una parada que no estaba prevista a priori. Fue precisamente en este lugar donde Luca empezó a ser consciente de quién era y de sus aspiraciones en la vida. Así que, tras dos años formándose en Economía y Comercio, el italiano se matriculó en secreto en la carrera de Arquitectura, sin importarle demasiado los disgustos que pudiera ocasionar en casa.
Hizo el Erasmus en Dinamarca y, cuando acabó, se fue directo a París para trabajar en el estudio de Jean Nouvel y ayudar en el proyecto de Kilometro Rosso, un parque científico y tecnológico creado por Brembo, la empresa de su familia. Más tarde, regresó a Milán con la intención de establecerse allí. Estudió en el palacio Berri Meregalli y vivió en una casa no muy lejos de allí.

De nuevo, otro cambio de rumbo, aunque esta vez dentro del mismo barrio. Esa nueva residencia, rodeada por un jardín exterior, está abrazada por ramas que se entrelazan hasta formar un muro verde que se mueve, respira y casi hipnotiza. “La jardinería no se me da bien”, admite Luca, “pero fue precisamente el movimiento constante de formas y colores lo que me inspiró a crear mi hogar”. Los árboles son los únicos seres vivos capaces de resistir siglos, de sobrevivir cientos de estaciones. “Quizás por eso también busqué dentro de mí la época que más me marcó: los años 80, mi juventud”, asegura. Esa etapa refleja el gusto por lo antiguo que tiene la familia Bombassei. Es un periodo vibrante, lleno de color: neones, mármol rojo Levanto, alfombras en tonos empolvados y paredes pintadas de azul. Un tiempo que evoca a Ettore Sottsass, a Mario Bellini con su emblemático Camaleonda, a los sillones Hyaline de Fabio Lenci y al Ekstrem de Terje Ekstrøm. También, recurriendo a piezas más clásicas, destacan la mesa Eros, de Angelo Mangiarotti, y el caballete diseñado por Carlo Scarpa para el Museo Correr de Venecia, sobre el cual descansa una obra de Lucio Fontana.