Yahya Sarraj es el alcalde de Ciudad de Gaza y, entre la violencia de los bombardeos israelíes (más de 100 solo este sábado) y los problemas de comunicación (la Franja entera pasó dos días incomunicada, sin conexión de teléfono ni internet), concluye su mensaje con una petición: “Recen por nosotros”.
Elegido por el Gobierno de Hamás en 2019 tras consultar a las principales familias de la ciudad vieja y exprofesor de Ingeniería civil en la Universidad de Ciencias Aplicadas, Sarraj ya vivió cómo Israel ordenaba el desalojo de toda la capital. Fue en octubre de 2023, cuando el Gobierno de Benjamín Netanyahu exigió a más de un millón de personas —la mitad de la población del enclave palestino— dirigirse al sur, en medio de bombardeos que segaban cientos de vidas diarias. El ambiente entonces era otro: el ataque de Hamás a Israel ese mismo mes (cerca de 1.200 muertos) estaba muy fresco, el apoyo internacional fluía en su dirección y las apelaciones de Netanyahu a la tragedia de los entonces más de 250 rehenes o al peligro que suponía el movimiento islamista marcaban el debate.
Este martes, casi dos años después, Israel ha lanzado otra invasión terrestre, esta con el objetivo de tomar la capital definitivamente por completo, y en la que empleará -en palabras de su ejército- una “fuerza sin precedentes”, pese a quedar allí nada menos que, al menos, medio millón de personas. Son sus propias cifras; la ONU cree que más.
“Durante la primera”, recuerda el alcalde, “la gente se vio obligada a desplazarse a pie hacia el sur, llevándose muy pocas pertenencias. Esperaban regresar en pocos días. Tardaron más de un año en hacerlo. Esta vez, se muestra muy reacia a abandonar la ciudad porque no creen que vayan a estar seguros ni que podrán encontrar una buena vida allí. Es, además, muy caro (hasta 2.000 euros) y el camino es muy estrecho. Me he dado cuenta de que muchos se llevan muchas pertenencias porque temen que, si regresan, encontrarán todas sus casas y edificios completamente demolidos y destruidos”.
Centenares de miles de civiles se han quedado en los barrios del centro y el oeste, hacia donde tienen previsto avanzar los tanques israelíes desde el este. Las fuerzas armadas vienen centrando los bombardeos en los barrios orientales de Tel Al Hawa y Sheij Radwan, estratégicos para avanzar al resto de la ciudad, que calculan que tardarán meses en ocupar.
Los cazas, según denuncian los servicios de rescate de Gaza, están efectuando los denominados “bombardeos de alfombra”. Consisten en soltar una sucesión de proyectiles no guiados (no se dirigen contra un objetivo en concreto) y se suelen emplear para causar destrucción y pavor. Parece una estrategia para abrir paso lentamente al avance terrestre de soldados y blindados.
De los 92 muertos por los ataques israelíes registrados por los hospitales desde el alba hasta la tarde de este sábado, más de 70 han sido en la capital. Dos de ellos, niños quemados dentro de su tienda de campaña, como recordaba otro pequeño, Ibrahim Arhim, que se encontraba en el área. “Me desperté con el sonido de un ataque. Encontramos la tienda en llamas, con muchos muertos, entre ellos niños y mujeres. Empezamos a sacarlos nosotros mismos e intentamos apagar el fuego. No había asistencia médica ni nada. Tuvimos que llevarlos en camillas al Hospital de la Media Luna Roja”, contó al canal de televisión Al Jazeera.
Palestinos escapaban de Ciudad de Gaza, este sábado. MOHAMMED SABER (EFE)Proyectos inmobiliarios
Uno de los principales cambios respecto a la anterior ofensiva terrestre sobre la capital es el lenguaje. A diferencia de octubre de 2023, cuando Israel respondía más como un animal herido que descarga su ira, hoy se habla menos de “disuasión” o de “trauma”, y más de proyectos inmobiliarios en las ruinas de Gaza y vaciado de su población. Entre una y otra, ha llegado a la Casa Blanca Donald Trump, que mira a los escombros como una oportunidad de inversión compartida. Lo llamó una “Riviera de Oriente Próximo” en la que vivirán “personas del mundo”, pero no podrán volver los palestinos que se hayan ido.
Dos declaraciones de ministros ultranacionalistas de Netanyahu revelan la borrachera de entusiasmo inmobiliario y colonizador con la que miran Gaza, justo la misma semana en la que una comisión independiente designada por la ONU ha acusado por primera vez al país de estar cometiendo un genocidio en Gaza, algo sobre lo que crece el consenso académico y político.
Uno es Bezalel Smotrich, titular de Finanzas y, por lo general, vanguardia verbal de lo que acaba sucediendo. El miércoles, en el estrado, fue preguntado sobre el famoso “día después” de la conquista de la Franja. “El presidente Trump tiene un plan de negocios sobre la mesa, escrito por las personas más profesionales de la historia”, respondió. “Convertirá a Gaza en una bonanza inmobiliaria. He iniciado negociaciones con los estadounidenses; no lo digo en broma. Gastamos mucho dinero en esta guerra. Deberíamos ver cómo lo recuperamos sobre el terreno. Ya hemos terminado la fase de demolición, la primera fase del plan de renovación urbana. Ahora tenemos que construir”. El público se reía, entre el entusiasmo y la sorpresa por la sinceridad.
El otro es Itamar Ben Gvir. Su cartera, Seguridad Nacional, abarca la policía. En un brindis con sus mandos, habló de levantar un “barrio de lujo” para policías, con rascacielos, en “un sitio perfecto”: la costa mediterránea de Gaza. “Vamos a terminar la misión, ocupar Gaza e impulsar un proceso migratorio”, dijo.
En las ruinas de la Franja, los sueños de los ministros israelíes toman la forma de palestinos con pirámides de colchones y mantas sobre camiones, o recorriendo kilómetros a pie, cargados con bidones de agua vacíos y utensilios de cocina. Se han convertido en un bien preciado, en ocasiones recuperados de entre los escombros de las casas destruidas, donde un mensaje recuerda quiénes se creen que yacen debajo, para favorecer su búsqueda en un día futuro que hoy nadie vislumbra. El dato de muertos contabilizados (que esta semana superó los 65.000, en su mayoría menores y mujeres) no incluye las decenas de miles que siguen bajo los escombros.
La magnitud de la tragedia genera humillaciones como la de Rachid Abdel Latif Al Shaban, desplazado de la devastación en el norte. Se ha resignado a asentarse con su familia en un vertedero. “Estuvimos buscando por todos lados un lugar en el que quedarnos, pero cuesta dinero alquilar un pequeño trozo de tierra. No podíamos pagarlo. Seguimos buscando, pero lo único que encontramos es esto. Solo hay basura, aguas residuales y todo tipo de contaminación, bacterias y gérmenes. Me hago la comida en medio de basura. ¿Qué más podemos hacer? Intentamos limpiar lo más posible hasta que encontremos una forma de salir de esta miseria”, narraba a la televisión Al Jazeera. Los gazatíes solo tienen acceso ya al 12% de Gaza, que ya antes de la invasión era el territorio más densamente poblado del planeta.
Las conversaciones estos días con residentes en Gaza principalmente por WhatsApp (Israel impide el acceso libre a la prensa extranjera desde que comenzó los bombardeos, en octubre de 2023) están marcadas por el miedo y las prisas. “La situación es horrible. Nadie tiene tiempo para hablar. Todos con los que hablo están ocupados esperando vehículos de transporte [para llegar al sur]”, señalaba uno de sus residentes, Ayman Lubbad, que había abandonado la ciudad días atrás, siguiendo las órdenes del ejército israelí y sus bombardeos, centrados en la destrucción de los rascacielos.
Se quedan quienes saben que huir no significa salvar la vida. O, cada vez con menos dinero, esperanza y fuerzas, no pueden. Los dos últimos años les han demostrado que toda huida es solo la antesala de la siguiente y que Israel también bombardea las zonas que define como humanitarias. Ciudad de Gaza es precisamente la zona en la que ONU declaró por primera vez la hambruna el pasado agosto, generada por la decisión del Gobierno de Netanyahu de usarla como herramienta bélica. Desde hace semanas, no hay día que no muera allí alguien de hambre, sobre todo niños.
Netanyahu ha presentado la toma de la capital como el enésimo punto de inflexión que, esta vez sí, doblegará a Hamás. Le exige que se rinda, entregue incondicionalmente las armas y a los rehenes, para luego aclarar que, en cualquier caso, controlará militarmente Gaza, mantendrá allí tropas, bombardeará cuando lo considere necesario y promoverá la limpieza étnica de su población, en torno a dos millones de personas. Todo con eufemismos como “presión militar sobre la población”, es decir, un castigo colectivo para que acaben culpando a Hamás de su suerte y para un levantamiento.
Es una profecía que lleva dos años sin cumplirse, pero sigue permeando el modus operandi. El miércoles, tras una reunión sobre cómo el aumento de los bombardeos hacía a más gente escapar de la capital en pánico, una fuente militar israelí señalaba al medio digital Walla que “lo que más preocupa a los líderes de Hamás” es un movimiento masivo de población, en particular de Ciudad de Gaza. “¿Por qué? Porque la palabra Nakba (la huida o expulsión de sus hogares de 750.000 palestinos entre 1947 y 1949 por, primero, las milicias judías y luego el ejército de Israel) está profundamente arraigada en sus mentes. La gente necesita dinero para desplazarse al sur. Necesita transporte, e incluso cuando lo hay, las carreteras suelen estar destruidas. Carecen de dinero para tiendas de campaña, lo que alimenta la frustración y la ira dirigidas contra Hamás”.
La rueda de la conquista
Las tropas israelíes ya entraron en la capital, y permanecieron hasta enero de 2024. Un mes más tarde, Netanyahu veía la “victoria total” en Gaza “al alcance de la mano”. En abril, el ejército estaba “a un paso del triunfo”. Después, la clave pasó a ser el norte, que hoy luce en las imágenes satélite como una película postapocalíptica. Luego, Rafah. El entonces presidente de EE UU, Joe Biden, dijo que una “gran operación” israelí allí cruzaría una “línea roja” y le dejaría de enviar armas. Hoy también luce como una alfombra de escombros. Más tarde, Yabalia, Shayaia, Jan Yunis…
Uno de los principales comentaristas políticos de Israel, Nadav Eyal, criticaba esta dinámica semana en el diario Yediot Aharonot: “Cuando tomemos Ciudad de Gaza, comenzaremos a escuchar la necesidad de conquistar los campos de refugiados en el centro de la Franja, y luego Al Mawasi [la zona definida por Israel como humanitaria y donde también bombardea] y otra vez Ciudad de Gaza, porque Hamás habrá regresado… Y así sucesivamente”.
Ante su incapacidad para frenar la destrucción de la capital, más allá de lanzar ataques sorpresa ocasionales ante un ocupante mil veces más poderoso (como con el que mató el pasado jueves a cuatro soldados), el brazo armado de Hamás ha recurrido este sábado a la guerra psicológica en torno a los rehenes, una de sus escasas bazas.
Ha publicado lo que llama una “foto de despedida” con los rostros de los últimos 48 rehenes israelíes en Gaza, de los que solo 20 se creen con vida. Todos aparecen identificados como Ron Arad, un nombre que -en un país tan militarista y vertebrado por el contrato no escrito de que el Estado hará siempre todo lo posible por recuperar a sus cautivos- todos conocen. Fue un piloto de la Fuerza Aérea desaparecido en Líbano desde 1986, durante la ocupación israelí del sur del país. Se cree que fue capturado por el grupo chií Amal, posteriormente entregado a Hezbolá y que está muerto, pero técnicamente sigue siendo un desaparecido en combate.
Los 48 rehenes, sugiere Hamás, acabaran como Arad por culpa del “rechazo” de Netanyahu (en marzo, tras haber recuperado decenas de rehenes, decidió romper el pacto que había alcanzado, para no tener que terminar la invasión) y de la “rendición” de Eyal Zamir, el jefe del Estado mayor elegido por el ministro de Defensa y al que las filtraciones periodísticas del contenido de las reuniones entre las cúpulas políticas y militar presentan como opuesto a la toma completa de Gaza capital, pero que viene dirigiendo su ejecución.
Con información de Joan Cabasés Vega