El idilio que durante años mantuvieron Novak Djokovic y el presidente serbio Aleksandar Vučić terminó cuando el tenista, héroe nacional, tomó partido a favor de las protestas estudiantiles que sacudieron como nunca antes los cimientos de su régimen.
En el pasado, Nole había emitido señales de distanciamiento con el mandatario, criado políticamente como ministro de Información de Slobodan Milošević. Se mostró crítico, por ejemplo, con el acuerdo para la explotación de litio en el yacimiento de Jadar, en el oeste de Serbia, que Vučić alcanzó en 2021 con la gigante minera Rio Tinto y que soliviantó a la población local y a las organizaciones ecologistas.
Pero ninguna había afectado tanto a la legitimidad de Vučić.
Aleksandar Vucic, presidente de Serbia, durante una comparecencia
Reuters
Las marchas multitudinarias contra el gobernante Partido Progresista Serbio (SNS) germinaron en noviembre del año pasado en las aulas universitarias. El desprendimiento de la marquesina exterior de la estación de tren de Novi Sad desencadenó la ira de los estudiantes.
Quince personas murieron en el acto. Un joven de 19 años, Vukašin Crnčević, perdió la vida cinco meses después a causa de las heridas. Es la víctima número dieciséis de la tragedia.
La investigación judicial no tardó en aflorar las negligencias de la obra pública. El proyecto, valorado en 1.300 millones de euros, se financió a través de un acuerdo de préstamo entre el Gobierno serbio, el Banco Exim de China y el Gobierno ruso bajo el marco de cooperación entre China y los países de Europa Central y del Este.
Antes de que el techo de la estación se viniera abajo el primer día de noviembre, muchos ciudadanos serbios habían denunciado que las obras reproducían punto por punto el modus operandi del régimen de Vučić: corrupción, secretismo y falta de rendición de cuentas.
Hay doce personas imputadas en la causa. En la lista de investigados figura Goran Vesić, exministro de Construcción, Transporte e Infraestructura de Vučić. El entonces alcalde de Novi Sad, Milan Đurić, otro estrecho aliado del presidente, también tiene un asiento reservado en el banquillo de los acusados.
Voz autorizada
Un mes después del inicio de las protestas, Djokovic cerró filas con los jóvenes —y los no tan jóvenes— que piden un cambio de rumbo. «Como alguien que cree profundamente en el poder de los jóvenes y en su deseo de un futuro mejor, creo que es importante que sus voces sean escuchadas», escribió en redes sociales.
El héroe nacional impulsó con sus declaraciones el movimiento estudiantil. Un movimiento horizontal, sin líderes, que descarta cualquier asociación con los partidos políticos tradicionales y cuyas demandas iniciales eran claras: hacer públicos todos los documentos relacionados con la renovación de la estación de Novi Sad y procesar a todos los implicados en los ataques a estudiantes y profesores durante las protestas.
En lugar de escuchar, Vučić aplicó el manual represivo.
El mejor deportista serbio de todos los tiempos —como acreditan los veinticuatro títulos de Grand Slam que luce en su vitrina— rompió su silencio sobre este asunto poco antes del primer grande de la temporada, el Open de Australia. Un país que dos años antes le había cerrado la puerta por no presentar el certificado de vacunación del Covid-19.
Vučić denunció entonces «el maltrato» que estaba sufriendo el deportista y le mostró su apoyo cuando se convirtió en paria en el circuito tenístico por su postura antivacunas.
Quizás por ese motivo, Vučić no entendió su apoyo a las protestas. No encajó bien el revés de su querido Nole. Al principio, el presidente trató de quitarle hierro al asunto. «[Djokovic] ha hecho tanto por Serbia que nunca diré una palabra mala [de él]», declaró en el canal TV Informer. «Puede hablar en mi contra todo lo que quiera, apoyar a mis rivales políticos, pero sería tonto y estúpido decir algo malo de él».
Pero pronto pasó a considerarle un «traidor».
Ahora, los tabloides serbios que controla su Gobierno, que habían elevado a Nole a categoría de semidiós, le acusan de estar «del lado del caos», «con los hooligans». Los propagandistas de Vučić han llegado incluso a insinuar que consume sustancias ilegales para mejorar su rendimiento en la pista.
La campaña de descrédito no consiguió su cometido de acallar a Djokovic. El tenista no se muerde la lengua. «Hay una escalada grave, estamos literalmente al borde de una guerra civil. Espero que la situación se tranquilice un poco, pero no hay ningún indicio de que eso vaya a pasar», advirtió hace apenas unas semanas desde la sala de prensa del US Open.
«La situación general en el país es tal que a la gente ya le importa muy poco el deporte», lamentó. «Sin querer entrar en cuestiones políticas, porque ya he hablado bastante, espero que se calmen un poco los ánimos».
El tenista serbio también explicó desde Nueva York la decisión de cambiar la sede de su torneo de tenis, de categoría ATP 250, que solía celebrarse en Belgrado. Se disputará el próximo mes de noviembre en Atenas.
«Lo único que puedo decir es que no queríamos trasladar el torneo, pero por desgracia, así están las cosas», se justificó Nole, que elogió a Grecia, su país de acogida. «Estamos deseando ir a Atenas, donde realmente nos han recibido con mucha amabilidad».
Según la prensa local, Djokovic ha establecido su residencia en la capital helena. Vive de alquiler en el lujoso barrio de Glyfada, a tiro de piedra del centro. En verano, Nole se reunió hasta en dos ocasiones con el primer ministro griego, Kyriakos Mitsotakis.
El líder conservador hizo público el segundo encuentro con el tenista el pasado agosto, en la isla de Tenos. Visitaron juntos la iglesia de Santa María del Anunciador, el santuario ortodoxo de peregrinación más importante de Grecia.
Tennis legend Novak Djokovic and Greek PM Kyriakos Mitsotakis share a special moment at the Panagia Evangelistria Church in Tinos, venerating the sacred Megalochari icon. 🌟🙏 Spending his summer in Greece, Djokovic’s visit highlights his deep faith and growing love for the… pic.twitter.com/JwEUzLajK0
— Greek City Times (@greekcitytimes) August 2, 2025
«Por encima de todo, [Djokovic] ha defendido los intereses de su pueblo», escribe el columnista Aleksandar Miletić en las páginas del diario Politika. «En Roland Garros 2023, escribió en la cámara ‘Kosovo es el corazón de Serbia’, arriesgándose a ser expulsado del torneo. Apoyó la ‘defensa de los lugares sagrados’ en Montenegro, se opuso a la explotación de litio en Serbia, defendió a los deportistas rusos y bielorrusos cuando el mundo entero los rechazaba; y al mismo tiempo ofreció ayuda financiera y de todo tipo a las víctimas de la guerra en Ucrania».
Miletić recuerda cómo «la mitad de Serbia lo criticó por decir, durante el Mundial de Rusia 2018, que apoyaría a Croacia tras la eliminación del combinado serbio, pero él –como siempre– dijo lo que sentía en el corazón, que percibe a toda la región como propia».
«Lo que hace Djokovic no tiene nada que ver con la política, la cual —como él mismo dijo una vez no le interesa en absoluto», sentencia el columnista.
Djokovic no es el único gran deportista serbio que ha mostrado su apoyo a los estudiantes. El mítico exjugador de baloncesto Dejan Bodiroga hizo lo propio, del mismo modo que el actual capitán de la selección de baloncesto, Bogdan Bogdanović. Aunque otras figuras de la talla de Nikola Jokić siguen guardando silencio.
Hartazgo
La tragedia de Novi Sad catalizó «la erupción de un resentimiento público antiguo ante la delincuencia endémica», escribe el analista Mike Smeltzer en Freedom House. La concentración de poder en manos de Vučić permitió «una corrupción generalizada, con contratos públicos lucrativos adjudicados en función de lazos políticos más que de competencia libre y capacidad», añade.
A lo largo de la última década, Serbia ha registrado protestas multitudinarias. Sus ciudadanos salieron a las calles para protestar contra los pelotazos urbanísticos de la capital, en 2017; contra las agresiones a los líderes opositores, en 2018; contra el proyecto de explotación de litio, en 2021; por los dos tiroteos sufridos en escuelas.
Y sin embargo ninguna protesta fue tan nutrida como esta última.
El presidente atribuye las movilizaciones masivas a una campaña de influencia extranjera. Habla de una «revolución de color». Es la forma de justificar la represión policial que desde el primer día aplicó sobre los manifestantes.
En los primeros meses, sacrificó en pos de su propia supervivencia al alcalde de Novi Sad y a su primer ministro, Miloš Vučević, que anunció su dimisión a principios de enero. Pero no consiguió templar los ánimos de los estudiantes.
Los fusibles no sirvieron. Por eso, Vučić decidió cambiar de estrategia y redoblar la ofensiva. Pasó a criminalizar a los manifestantes, a los que tacha de delincuentes. Incluso llegó a denunciar en la televisión nacional que los estudiantes planean su asesinato.
Esta semana, sin ir más lejos, Vučić comparó su caso con el asesinato del activista ultraconservador Charlie Kirk en Utah. Una táctica habitual que antes había utilizado con el intento de magnicidio que sufrió Robert Fico, el primer ministro eslovaco.
El presidente serbio es hábil. A pesar del descontento casi generalizado, conserva el respaldo de la Unión Europea, Estados Unidos y Rusia. Un equilibrio imposible que mantiene gracias a su imagen de garante de la estabilidad en el siempre convulso país balcánico. Pero nada dura para siempre.