Si los registros cincelados por la historia no fallan, esta es la primera vez que las tres principales pinacotecas europeas acometen remodelaciones al mismo tiempo. Pronto crecerán El Prado, el Louvre y la National Gallery (Londres). Las dos últimas han convocado concursos internacionales para designar los proyectos ganadores. Entre las tres, sobre todo, por los números de la National Gallery y el Louvre, los costes de los trabajos superarán los 1.200 millones de euros. Una enormidad en términos museográficos.

En España, Norman Foster y el estudio Carlos Rubio llevan muy avanzadas la reforma del Salón de Reinos del Museo del Prado. El proyecto —al que se ha destinado 45,9 millones de euros, frente a los 34,8 millones iniciales— debe estar finalizado durante 2027. Solo una pincelada más modestos son los 45 millones por la ampliación del Museo de Bellas Artes de Bilbao, obra, también, de Foster.

Más allá de las necesidades propias de cada espacio, esta conjunción anda lejos de ser una casualidad. El cambio climático exige nuevas medidas de protección, a la par que el turismo masivo precisa mayor espacio para contemplar las obras y a la vez reducir el riesgo sobre ellas —hemos visto accidentes en los Uffizi (Florencia) protagonizados por visitantes irresponsables—. Urge mejor caja: los precios de las entradas, más pronto que tarde, subirán y hay que sacar mayor partido a los inmensos fondos de las galerías. Guste o no; esta es la nueva realidad.

Aunque la crítica, a su vez, cae como una plomada en un arroyo. “Tras la polémica entre la National Gallery y la Tate Modern —la primera también pretende coleccionar arte contemporáneo— reside una lógica de centro comercial: cómo quiero atraer públicos con intereses muy diversos, tengo que integrar lo actual, ya que me proporciona bastante flexibilidad narrativa”, observa el comisario independiente Bartomeu Marí. “¿Y si el Prado quisiera contener el Guernica de Picasso?”, se cuestiona. Y añade: “La cantidad, y no la calidad, se ha convertido en el criterio del arte y las instituciones”. Pese a todo, una nota enviada por el museo londinense afirma que están “trabajando para colaborar, junto a la Tate, de una manera más próxima”. La venda antes de la herida.

De momento, está en marcha un concurso de arquitectura para abrir una nueva ala (375 millones de libras, unos 433 millones de euros). La ubicación corresponderá al campus de Saint Vincent House, ahora ocupado por un hotel y varias oficinas. Hace tres décadas que se compró este espacio con la idea de completar el museo y revitalizar las zonas entre Leicester Square y Trafalgar Square. En un guiño italiano, lo llaman proyecto domani. Iniciativa mañana.

“Esta nueva ala nos permitirá ampliar y mantener la colección y seguir contando la historia de la pintura, a lo largo del siglo pasado”, reflexiona Paul Gray, subdirector y responsable de operaciones de la National Gallery. El titular de la plaza, Gabriele Finaldi, anda de sabático, seguro que cogiendo fuerzas para el monumental empeño. “Además, a la vez, enriquecemos el centro de Londres. Impulsamos un Barrio de las Artes dentro del West End y mejoramos la conexión entre Trafalgar Square y Leicester Square”. Una nueva perspectiva.

En arquitectura resolver algunos problemas resulta complejo. Pero esa dificultad no afecta al Louvre, que no ha realizado declaraciones. Sin duda, la expansión más ambiciosa de toda Europa. Cerca de 800 millones de euros. Al igual que la National Gallery, el mensaje se resume en un título: “Louvre: Nuevo Renacimiento”. La novedad es que desde 1980 —con la célebre pirámide del desaparecido arquitecto, Ieoh Ming Pei— apenas se habían concretado mejoras profundas. El clima extremo favorecía las filtraciones de agua, por la subida del río Sena; el sistema de tuberías era obsoleto y los visitantes se apiñaban frente a La Gioconda como una santa que concediera milagros. Los conservadores llegaron a una reflexión drástica: o se paraba en seco, o la pinacoteca corría el riesgo de irse de las manos.

Cuando se ponga otra vez en marcha, habrá precios más caros para quienes procedan de fuera de la Unión Europea. Unos 25 o 30 euros. También existirá un espacio subterráneo propio —habrá que pagarlo, a parte, sin duda— por ver la Mona Lisa y una nueva entrada en la colonna de Perrault, en el lado este del museo: destinada a descongestionar el atasco bajo la pirámide. La idea es que el espacio “soporte”, de forma ordenada, 12 millones de visitantes anuales, lejos de los 8,7 millones de 2024. Esta epifanía museística debe completarse como tarde en 2031. Habrá otro recorrido y tecnología inmersiva. Pero todo a otro coste. El turismo se encarece: desplazamientos, pernoctaciones, ocio.

Este movimiento de piezas recuerda al pintor turinés Giacomo Valla (1871-1958) y el movimiento futurista, que mezclaba luz y velocidad. Los museos atraviesan profundas transformaciones —avanzan los arquitectos Enrique Sobejano y Fuensanta Nieto—: ya no pueden ser instituciones estáticas y distantes. Instituciones cuyo único objetivo sea la conservación y exposición de objetos. Meros contenedores. Las colecciones crecen, son digitales, inmersivas, interactivas y el ocio ha convertido estos lugares en espacio de encuentro.

Las nuevas salas se dirigen a atraer más visitantes y garantizar la sostenibilidad económica de la institución. Los museos han entrado en el siglo XXI con sus fuerzas centrífugas y centrípetas. Ejemplos. Los requisitos técnicos y normativos. “Las medidas de seguridad y conservación —frente a incendios, condiciones climáticas, control de accesos— resultan necesarias. Pero, por fuerza, cuanto mayor es la protección, menor es la interacción directa entre el visitante y la obra”, sintetizan Nieto y Sobejano. Las ampliaciones responden al desafío de hallar el equilibrio entre seguridad y experiencia.

El mundo ha cambiado tanto. ¿Imaginan un Museo del Prado donde solo entran 15 personas diarias? Ese es el recuerdo de Manuela Mena, quien fue subdirectora de la institución y una de las grandes expertas mundiales en Goya. Ese número permanece en su recuerdo. “Los grandes museos siempre han querido expandirse, de lo que estoy en contra es de la subida de los precios, aunque sea poco: “¿haremos exposiciones solo para las élites?”, se interroga.

Sin proponérselo, quizá, esté interpelando a Miguel Zugaza, su antiguo director, y actual responsable del Museo de Bellas Artes de Bilbao. “Lo que ocurre aquí responde a un fenómeno de creación y expansión de las plataformas para el arte en todo el eje atlántico, desde Avilés [Centro Niemeyer] a Burdeos [CPAC]”. Y matiza: “Resulta espectacular el fenómeno vivido en las últimas décadas con la creación y ampliación de museos y centros de arte en toda la región”. Es, defiende, síntoma de buena salud.

En el norte, las colecciones y los visitantes han aumentado. La ampliación de Bilbao ganará 6.000 metros cuadrados. Crece la ciudad en dirección a la ría, el Guggenheim ejerce una fuerza centrípeta y el resultado de la ecuación es que hay que “resituar el museo en un nuevo contexto urbano y social”, explica Zugaza. Sobre todo, cuando la colección, en solo dos décadas, ha añadido 6.000 obras.