Seis seminaristas serán ordenados diáconos (paso previo a la ordenación como sacerdotes a final de este curso) en la Catedral por monseñor Saiz Meneses. Hay que cuidarse de escribir ´jóvenes’, como solía hacerse en las noticias relacionadas con el seminario metropolitano, porque tres de estos … ordenandos escapan de dicha categoría: uno pasa de sesenta años, otro de la cincuentena, un tercero dejó atrás los 30 a los que se aproxima otro más y sólo dos de los seis nuevos diáconos nacieron en el siglo XXI.

Las ordenaciones de este sábado vienen a subrayar la tendencia en las vocaciones, cada vez más frecuentes en la edad adulta, una vez acabados los estudios universitarios o incluso tras incorporarse al mundo laboral. Se leía en un reportaje reciente en estas mismas páginas: «De los 157 nuevos ingresos que hubo el año pasado en la etapa propedéutica (la introductoria a la vida del seminario) 38 superaban los 30 años, incluso 12 de ellos tenían entre 38 y 47, y 4 más de 48 años», según explicaba a ABC Florentino Pérez, responsable del secretariado para los seminarios de la Conferencia Episcopal.

Tan sólo uno de los que se ordenan en Sevilla de diáconos (pueden administrar los sacramentos salvo consagrar y oír en confesión) pasó por el seminario menor que, hasta hace poco, formaba a pequeños con vocación sacerdotal en régimen de internado. Se trata de Cristian Rodríguez Domínguez, que ingresó en el seminario menor en 2014 y ha seguido todos estos años su formación religiosa. Desde los siete años, cuando iba a misa al convento de las Hermanas de la Cruz, sintió esa llamada que fue confirmando en campamentos de monaguillos y otras convivencias organizadas por el seminario.

En el extremo opuesto está Pablo Noguera Aledo, nacido en Cavaillon (Francia) en 1962, aunque toda Sevilla la conoce como el hermano Pablo, el siempre fiel secretario del arzobispo Amigo Vallejo al que acompañó hasta su muerte. Pablo Noguera se consagró como fraile franciscano de la Cruz Blanca, pero no ha sido hasta hace unos años cuando se incorporó al seminario para ordenarse, hoy como diácono y a final de este curso, presbítero. En su caso, se le hace muy difícil «precisar el momento exacto, cuando tienes conciencia de que la inquietud comienza en la más tierna infancia».

También entra en la categoría de vocación adulta la de Alberto Torres Urbano, nacido en San Roque (Cádiz) en 1971. Él mismo lo explica con gracejo: «Entro en la definición de lo que hoy llamamos vocación madura, a lo que suelo añadir el adjetivo ‘y madurada’, pero, en modo alguno, eso quiere decir que el Señor me ha llamado tarde. A lo largo de toda mi vida, como bautizado, he sentido la llamada del Señor, pero siempre me ha tratado muy bien y pensaba que mi misión era como laico comprometido».

José Manuel Ruiz Ruiz (La Puebla del Río, 1991) estudió la carrera de Medicina antes de entrar en el seminario tras el discernimiento vocacional a raíz de una experiencia fuerte de Dios durante una adoración en su primer Camino de Santiago de 2014. «Previamente, durante muchos años, el Señor había ido preparando mi corazón con distintas vivencias y personas que fue poniendo en mi camino, y una pequeña semilla de fe que Él había puesto en mí desde que tengo uso de razón», razona.

Pablo Bernal Colón (Albaida del Aljarafe, 1997) estudiaba la carrera cuando un accidente de tráfico grave le hizo replantearse muchas cosas a la edad de 20 años en «búsqueda de un mayor sentido de la vida» y comenzó el discernimiento vocacional aunque no le resultara atractiva aún la idea de ser sacerdote, sino marcharse de misiones. Pero fue también en el Camino de Santiago, ya concluida la formación universitaria en Traducción e Interpretación, cuando sintió la llamada que le llevó a ingresar en el seminario con 23 años. Ahora, con 28 años cumplidos, ejercerá todo el año de diácono temporal.

El último integrante del grupo de ordenandos es Erson Patrick Rosario da Cruz, natural de Cabo Verde, donde nació en Paul, en la isla de San Antón del archipiélago africano, en 2002. En su caso, empezó a plantearse la vocación en «un momento de oración en un campamento veraniego, cuando empecé a plantearme las grandes preguntas de mi vida. En ese momento, me ayudó mucho el párroco que teníamos, por su forma de ser sacerdote con mucha alegría; a partir de ahí, empecé a cuestionarme por qué no ser sacerdote».

La archidiócesis hispalense siempre ha cuidado mucho de lo que antaño se llamaban vocaciones tardías y hoy se prefiere nombrar con vocaciones maduras. El sacerdote Francisco García Madueño, ex médico y profesor del seminario, fundó el movimiento Obviam Christo el 27 de abril de 1947 para «promover y cultivar las vocaciones sacerdotales para el clero diocesano, (sin excluir por ello las que puedan luego inclinarse, hacia la vida religiosa), entre los jóvenes mayores de 16 años, e incluso entre los adultos. Unos y otros con estudios civiles previos suficientes» además de «llevar a las conciencias de las clases sociales medias, intelectuales y más significadas de la sociedad católica, la inquietud e interés por los problemas vocacionistas referentes al clero diocesano». Quedó establecido en el convento de las dominicas de la calle Madre de Dios.

Aquella institución, luego convertida en pía unión sacerdotal en 1954, animaba a abandonar los internados clericalizados (diríamos con lenguaje actual) para los seminarios menores y a suscitar vocaciones de las clases medias y altas: «Es en extremo paradójico ver nuestros seminarios, llenos por las clases más modestas de la sociedad, al mismo tiempo que, por desgracia, vemos a estas clases prácticamente ausentes de nuestros templos». Reflexiones que el fundador hacía en 1961 y que el tiempo se ha encargado de corroborar.