La Calle de los Libreros, un refugio para la cultura del papel
Quien se haya perdido entre los puestos de usados de Parque Rivadavia, Plaza Italia o San Telmo, o tenga el hábito de entrar de vez en cuando en las “librerías de viejo” de la avenida Corrientes podrá reconocer en Bogotá un rincón familiar: en la Calle de los Libreros, en la intersección de la calle 16 con carrera 8a, los libros se apilan en mesas, estantes y cajas en la vereda, y también hay locales que ofrecen ejemplares que parecen llegados de otro tiempo, envueltos en nylon.
En ese rincón, que parece ajeno a la omnipresencia de las pantallas y de las plataformas digitales, todavía se compra con calma, los caminantes conversan con los libreros y sienten que el mayor placer es descubrir, al azar, algún título inesperado. La calle se convierte -como otras, en tantas ciudades del mundo- en un refugio para la cultura del papel.
Cuentan los lugareños que la historia de esta calle se remonta a finales de los 90, cuando las políticas de reordenamiento urbano concentraron en un mismo sitio a comerciantes que hasta entonces trabajaban dispersos en el centro de la capital colombiana: ocupaban casillas o puestos improvisados en esquinas en las que ofrecían sus libros usados, revistas y discos. Los reubicaron en este lugar y, así, la Calle de los Libreros se consolidó como un polo de venta de usados y adquirió identidad propia.
Entre mesas repletas y charlas con libreros, este emblemático pasaje de Bogotá se ha convertido en el rincón donde los libros usados cuentan su propia historia
Detrás de cada local a la calle y de los puestos callejeros hay, además, historias personales y familiares: algunos libreros aprendieron el oficio de sus padres y abuelos; otros llegaron al oficio por azar, enamorados de un libro hallado en una feria o movidos por la idea de hacer de la lectura un modo de vida. Con el tiempo, este espacio se volvió un punto de referencia, y un lugar donde generaciones distintas, e incluso los turistas, se reúnen buscando las historias impresas.
En las mesas callejeras se mezclan manuales escolares (muchos desactualizados) con ediciones de lujo de clásicos de la literatura universal, colecciones de historietas, libros de autoayuda, filosofía, y recetarios olvidados, junto con joyas de la literatura latinoamericana: el Nobel colombiano Gabriel García Márquez, claro, pero también el uruguayo Eduardo Galeano y la argentina Alejandra Pizarnik, se ubican entre los más buscados por los compradores al paso.
La Calle de los Libreros vive entre amantes de la lectura, turistas curiosos y nostálgicos del mundo analógico
Los libreros cantan los títulos en voz alta y lo que más disfrutan los clientes, casi tanto como la compra, parece ser la conversación: hablar sobre los libros, negociar precios, ofrecer y escuchar sugerencias y hasta intercambiar anécdotas. Acá, no corren los algoritmos, o quedan relegados por un rato.
Desde temprano, y mientras los locales abren sus persianas, en las veredas los manteros ordenan sus libros en caballetes improvisados o sobre los trapos que extienden en el suelo. Los profesores e investigadores, cuentan los libreros, suelen llegar primero, buscando títulos específicos; los estudiantes piden las lecturas obligatorias de la escuela a menor precio, y al mediodía, ya empiezan a llegar los turistas curiosos y los transeúntes del centro histórico, atraídos por la atmósfera bohemia.
Cada día regala alguna escena única: alguien se emociona al encontrar un ejemplar perdido, un coleccionista pregunta por una edición rara, un visitante hojea un libro y descubre una dedicatoria manuscrita de hace décadas. Son estas situaciones las que dan vitalidad e identidad al pasaje.
La Calle de los Libreros está en la intersección de la calle 16 con carrera 8a
Para los vendedores callejeros, el desafío es sobrevivir en la era digital: con el auge del e-book, de los audiolibros y de las compras en línea, podría parecer que estos locales tienen los días contados, aunque su permanencia demuestra que poseen algo que ningún dispositivo ofrece: el contacto humano y sensorial, la charla vinculada a la lectura. El libro aquí llega acompañado de una experiencia: como en las ferias, se toca, se huele, se abre, y junto con él llega una voz que lo recomienda, lo valora, lo rescata de alguna caja olvidada.
La Calle de los Libreros es también un símbolo de resistencia: en este corredor, Bogotá reafirma su vínculo con la cultura escrita y recuerda que, en medio de la vorágine tecnológica, todavía hay un lugar donde lo impreso conserva un poder irremplazable. Un poder que Buenos Aires conoce bien y que hermana a ambas ciudades en su pasión por el papel y las historias que guarda.